Por Luciana Morán
“Hombre sanará” y “cuando enfermo no da trabajo, yo no cobrar”, podrían ser dos de las frases que más pronunció Teodoro Schestakow (1864-1958) durante los 62 años en los que se desempeñó como médico de San Rafael. Nunca aprendió a hablar correctamente español, pero eso no le impidió compartir sus conocimientos de la vida y la medicina con quienes lo rodearon.
Montado en su caballo, Schestakow atravesaba el caudaloso río Diamante para atender el llamado de algún enfermo. También abandonaba almuerzos y cenas por la misma causa. Así era él. Las dolencias no descansaban y las combatía con equiparable esmero.
Educar al pueblo fue otra de sus grandes pasiones, por eso incentivó y participó en la creación de escuelas en la antigua Colonia Francesa, hoy villa cabecera de San Rafael.
El “dotor Chetakó”
Si bien no fue el primer médico del pueblo, sí fue el galeno que más tiempo permaneció en San Rafael, el más dedicado, el más formado y querido. Schestakow llegó a La Colonia cuando tenía 31 años y títulos de médico expedidos por tres universidades distintas: Kiev, Berlín y Ginebra. Además, se especializó en La Sorbonne, Francia, y ejerció la profesión en varios países: Suiza, Alemania, Argelia, Australia, Bulgaria y Francia. Apareció en el Sur de Mendoza con su inseparable maletín debido a la ausencia de médicos en la zona. Fue invitado por Rodolfo Iselín, principal hacendado de La Colonia, quien se convirtió en uno de sus amigos más cercanos.
Schestakow instaló un pequeño consultorio en el Club Hotel Unión (en ese terreno está actualmente el Banco Nación), donde le cedieron una habitación contigua para atender a sus pacientes. Su trato franco y sencillez hicieron que los lugareños, sobre todos los pobres, le tomaran confianza. La humildad, prudencia y austeridad que practicó hasta su muerte hicieron de él un médico rural por excelencia.
“Los médicos no sabemos todo, siempre algo que aprender”, solía decirles a sus pacientes. Cuando podía, pasaba tiempo con ellos. Si lo invitaban a comer, compartía la mesa más humilde e indagaba acerca de las costumbres de sus vecinos, aconsejando hábitos de higiene cuando hiciera falta y remarcando la importancia de un ambiente alegre para la mejoría de los enfermos. Sus medicamentos eran del pueblo y, como tales, no los cobraba; incluso había recetas que ordenaba cargar a su cuenta cuando advertía las necesidades de un enfermo. Cada vez que atravesaba la puerta exclamaban: “¡Qué bueno es el dotor Chetakó!”.
Schestakow definía su propia condición social como “ni nobile ni muy modesta”. Su apellido había sido prestigioso en Rusia, su cuna, que debió abandonar a causa de sus ideas democráticas, opositoras al zarismo. En San Rafael puso en práctica su costado político : fue concejal tres veces.
Desafortunado amor
Dos fueron las mujeres que conmovieron su corazón, según se recuerda en el pueblo.
La primera fue Juanita, la única hija de don Iselín. El principal propietario de La Colonia había manifestado sus intenciones de que Teodoro se casara con la joven. El doctor había aceptado alegremente, pero el destino le arrebató a su amor. A los 21 años (1904) Juanita contrajo tifus. Teodoro la cuidaba diariamente. Un día, un llamado de urgencia lo obligó a montarse al caballo. Había dejado instrucciones explícitas de que no le dieran de comer ningún lácteo a Juanita. Al regresar de su consulta, su amada había muerto y la causa habría sido que no respetó la dieta. Teodoro quedó desolado, pero no abandonó su trabajo, que sostuvo en un principio a duras penas.
Años después conoció a Palmira. Como era costumbre, un enfermo lo reclamó urgente. A su regreso ella se había suicidado de un disparo.
Estas dos experiencias trajeron una profunda tristeza a su vida, que a duras penas remontó con los años.
Schestakow no tuvo hijos, al menos legítimos. Se comenta que les daba el apellido a los niños de algunas jóvenes lugareñas que quedaban embarazadas para que sus familias no las castigaran. También se dice que en realidad fueron hijos suyos, aunque esta segunda versión es la menos probable, apuntan historiadores locales.
En 1953 el doctor quedó postrado en su cama por una afección renal. Murió pobre, a los 94 años. Lo velaron en la municipalidad. El pueblo entero estuvo de luto y asistió a su entierro. El historiador Raúl Marcó del Pont destaca que fue uno de los sepelios más concurridos de San Rafael. Antes de morir, Teodoro escribió su epitafio, que fue respetado al pie de la letra: “Aquí yace el Dr. Schestakow. Trabajó toda su vida. Descansa en paz”.
El recuerdo de un amigo
Ángel Bustelo –escritor, abogado y político mendocino– le dedicó un capítulo de su libro Penúltima página (1997), en el que lo recuerda como su “antiguo maestro”.
“Es una de esas figuras cuya vida llena una época, configura una sociedad, delimita un pueblo, mete hasta la encarnadura la uña del vivir, del sentir, el respirar de una porción geográfica. Schestakow es San Rafael (...) El gran humanista me enseñó con el ejemplo las cosas de la vida (...) Me enseñó a ser hombre”.
Su alma en el sur
1898. Enfrentó su primera epidemia en San Rafael. Su visión y sacrificada labor logró controlar la difteria que se estaba expandiendo por todo el Sur. En pocos días reclutó voluntarios y vacunó a casi toda la población rural. Años después hizo lo mismo con la viruela y otras enfermedades.
1899. Apareció en las calles el diario “Ecos de San Rafael”, publicación de la que él fue cofundador.
1900. Dispuesto a viajar a Europa, recibió una sentida despedida de amigos y vecinos –lo eran casi todo el pueblo–. Llegó hasta Buenos Aires, pero se complicó la partida y, a pesar de las ofertas laborales de la capital, regresó a San Rafael.
1905. Integró una comisión para construir el primer hospital de ese departamento, que a partir de 1941 lleva su nombre.