Nació cerca de la frontera mongola. La familia vivió aislada y recién en 1978 se enteró que había muerto el temido Joseph Stalin, de quien escapó su familia. Vive sola desde la muerte de su padre en 1988.

Agafia, a sus 70 años, es la última ermitaña de la estepa siberiana

Por UNO

Una ermitaña siberiana de 70 años regresa a la soledad y temperaturas heladas después de ser transportada por avión a un hospital para recibir tratamiento. A Agafia Lykova le dieron de alta el martes del hospital en la región Kemerovo de Siberia, pero permanecerá ahí hasta que los servicios estatales de emergencia puedan transportarla por avión a su casa, según informó el sitio de noticias ruso Sobesednik.ru.

Lykova fue hospitalizada después de que notificara a través de un teléfono satelital a “tierra firme” de un dolor en una pierna.

La mujer nació en la naturaleza siberiana cerca de la frontera mongola. Sus padres, miembros de los Viejos Creyentes que se independizaron de la Iglesia ortodoxa en el siglo XVII, se asentaron ahí a finales de la década de 1930, huyendo a la persecución religiosa de la Unión Soviética. La familia vivió aislada hasta que un geólogo se encontró con ellos en 1978.

Lykova vive sola desde la muerte de su padre en 1988. En varias ocasiones previas ha salido de la naturaleza durante cortos periodos, pero prefiere la familiaridad de la Siberia rural. “Hay tantos vehículos. ¿Para qué necesitan tantos?”, dijo Lykova durante una entrevista con el diario ruso Komsomolskaya Pravda al inicio de esta semana. “Sale tanto humo de ellos, no se puede ni respirar”.

Lykpva vive en un claro cerca de las orillas del río Abakán. Sin electricidad, la septuagenaria cultiva papas y hortalizas, lanza la red de pescar y ordeña una cabra tal y como le enseñó su padre, el último en morir de los cuatro miembros de su familia, hace ya 28 años.

A mediados del siglo XVII, el líder de la Iglesia Ortodoxa Rusa, el Patriarca Nikon, introdujo reformas radicales en Rusia. Muchos creyentes no pudieron aceptar los cambios y se convirtieron en los llamados “viejos creyentes”, conservadores de una moral estricta y partidarios de la prohibición tajante de cualquier pecado mundano: baile, alcohol, tabaco.

?El clan Lykova huyó de la persecución religiosa de Stalin en 1936 en busca del aislamiento absoluto. Karp Lykova y su mujer engendraron y criaron a sus cuatro hijos, dos niñas y dos niños, en la taiga siberiana, bajo los preceptos de su religión. Construyeron un hogar a dos semanas caminado (250 kilómetros) del pueblo más cercano, Tashtagol, cerca de la frontera de Mongolia. Allí han vivido durante décadas, de espaldas a la civilización.

La familia vivió aislada durante 40 años hasta que un grupo de geólogos soviéticos dieron con ellos, por casualidad, en una de sus expediciones en 1978. Encontraron a cuatro personas (la madre había muerto poco tiempo después dar a luz a Agafia) viviendo como en la Edad Media y hablando una lengua que mezclaba el ruso y el antiguo eslavo, el idioma ancestral de Rusia. Fue entonces cuando se enteraron de que el dictador Joseph Stalin había muerto y que había habido una Segunda Guerra Mundial. También vieron la televisión por primera vez. Tres años más tarde, murieron los tres hermanos de un “mal resfriado”, explica Agafia en un documental de la agencia de noticias Russia Today.

Desde que murió su padre, Agafia sólo ha contado con la compañía de uno de los geólogos, Erofey Serov, que se instaló en una cabaña a 50 metros de su asentamiento hasta que murió el año pasado. La mujer sobrevive gracias a que se mantiene activa constantemente. Sin ello, el frío del invierno siberiano, que puede alcanzar temperaturas de 50 bajo cero, acabaría con ella.

     Si bien los Lykovs vivieron de forma autosuficiente, ahora la anciana recibe un poco de ayuda de personas que quieren darle una mano y le envían por helicóptero algunos materiales y alimentos, como por ejemplo sacos de harina. Ahora bien, los paquetes no pueden llevar códigos de barras porque Agafia, educada profundamente en la fe religiosa, afirma que “los códigos de barras son señales de la Bestia”.

“La vida mundana es aterradora. Lo peor es cuando ponen música y empiezan a bailar. Todos los que disfrutan la danza viven en la infamia”, afirma la mujer.

Agafia durante 35 años conoció el mundo exterior a través de las historias que le contaba su padre y una biblia rusa ortodoxa. De nada más.

Tras el descubrimiento de su existencia, un periodista ruso escribió en los años 80 varios artículos sobre su aislamiento y la familia se convirtió en un fenómeno nacional en Rusia. Desde aquello, Agafia ha viajado menos de una decena de veces fuera de su hogar durante cortas estancias, para conocer a otros viejos creyentes o para recibir tratamiento médico.

De hecho, la semana pasada viajó a la región siberiana de Kemerovo para tratarse un dolor en las piernas. Avisó por radio, su único medio de comunicación, que necesitaba ayuda y la trasladaron en helicóptero a un hospital de la zona. A principios de esta semana le dieron el alta y ahora esperando volver a casa en uno de los helicópteros que sobrevuelan la reserva natural.

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Otro mundo. Agafia Lykova en la casa que construyó su padre hace décadas. (AP)
Otro mundo. Agafia Lykova en la casa que construyó su padre hace décadas. (AP)