Enrique Pfaab
Parecen fantasmas de un tiempo. Algo que hubo y que ya no existe. Ese paisaje es muy común, demasiado, y es inevitable preguntarse qué ocurrió. Las fincas, muchas, tienen grandes casas abandonadas. Las razones son varias y muy diversas pero, en esencia, es por la desaparición de la figura del contratista. Por lo general son construcciones muy bien hechas; de material, muy amplias, con una arquitectura cuidada y muy bien pensadas.
Allí, en su mayoría, vivían el contratista y su familia. Con poco gasto y con un porcentaje de ganancia sobre la cosecha, el obrero y toda su familia se dedicaba a mantener la propiedad y cubrir todas las necesidades del cultivo.
No se llevaba mucho o, en todo caso, siempre corría un gran riesgo. Su ganancia era, por lo general, el 18% de la cosecha. Además el propietario le daba autorización para plantar algunas verduras, criar gallinas y otros animales de corral, y a veces el dueño le cubría los gastos de energía eléctrica.
Para el propietario, cuanto más grande fuera la familia del contratista, mejor. Todos, del padre hasta el menor de los hijos, trabajaban en la finca. Nadie hablaba hace unos años (no tantos, quizás se podría fijar la fecha a comienzos de 2000) del trabajo infantil como un flagelo. Estaba aceptado. Por supuesto, los hijos no estudiaban. Estaban dedicados a trabajar.
Luego las costumbres comenzaron a cambiar y la figura del contratista comenzó a desaparecer y surgieron improvisadas y pequeñísimas empresas que se encargaban de contratar mano de obra y llevar y traer a la gente, desde su casa más cercana a las ciudades hasta sus lugares de trabajo.
Ya era más conveniente eso que tener a alguien viviendo en la finca.
Hoy esas casas están abandonadas. Unas pocas fueron transformadas en viviendas de fin de semana por los dueños. Una buena pileta, algo de césped, un quincho y un buen lugar para hacer el asado.
Los dueños, especialmente aquellos que tienen poca superficie, ya no viven de la finca. Apenas es un ingreso más, y eso también conspiró con la desatención de los cultivos.
Pero además de la desaparición del contratista, hay zonas en donde se produjo otro fenómeno: en los lugares en donde el riego proviene de perforaciones, surgió el drama de la salinización del agua. Hay enormes superficies, viviendas incluidas, que fueron abandonadas.
"Me acuerdo que en los años 1972 y 1973, con 5 hectáreas cosechábamos 1.000 quintales y el pago que obteníamos por la uva equivalía a 8 Chevrolet Super Sport 0 kilómetro. Este año no se cosecha ni media camionada", contó hace un tiempo Héctor Lorca, un histórico vecino de la zona de Alto Montecaseros.
Lo que fueron 750 hectáreas de fuerte productividad ahora son sólo viñedos muertos o desfallecientes por la falta de agua. De las abundantes cosechas de antaño vivían unos 70 productores y ahora la mayoría de los apenas 30 que quedan sólo piensan en vender la tierra a precios muy por debajo de su valor.
El paisaje es dantesco. Fantasmal. Hectáreas y más hectáreas de viñedos muertos que todavía tienen signos de haber estado, alguna vez, bien cuidados.
Y en cada propiedad, una casa enorme y abandonada. El derrumbe de la zona, que alguna vez fue tan productiva que supo afincarse allí la firma La Campagnola, comenzó en 1997, se agudizó en 2001 y actualmente el lugar está en sus últimos estertores.