Silvina es la niña, mujer y anciana loba que todas nosotras somos, al mismo tiempo, desde que nacemos.Su casa son sus cuadros. Pinta para vivir, porque vive como quiere y quiere lo que hace.Las imágenes cotidianas con las que ilustra su mundo y el de las personas que eligen sus cuadros están impregnadas de una simplicidad que interpela. Porque adquirir la fluidez de la infancia a veces nos lleva toda la vida.Ella ha jugado más que trabajar. Es diseñadora gráfica y ha desarrollado producciones para firmas que incluyeron desde el diseño de la marca hasta la gráfica de una campaña y el cartel de los locales.Sus trabajos de diseño han quedado registrados en negocios renombrados de Mendoza, como Palmares, Casa Reig y Tea and Company, Park Suites, la Universidad Maza y el Instituto Tecnológico Universitario (ITU).Pero como es prolífera y ecléctica por naturaleza, su personalidad se ha multiplicado sin parar en los objetos que la rodean. Teje, hace cerámicas, y pinta, pinta todo el tiempo.Con la misma pasión ha pintado prendas a mano, murales, cuadros y miniaturas. Pareciera que no puede parar. Pero puede. De hecho asegura que disfruta “no hacer nada”.Sin embargo nunca o casi nunca ha podido ajustarse a las convenciones de un trabajo. “Solamente una vez trabajé en relación de dependencia y me sirvió para darme cuenta de que nunca más lo haría”, confesó.Esta Silvina y todas las demás nos abren las puertas de su casa taller, como quien abre la tapa de un cuento. Y esto es lo que se descubre al traspasarla.–¿Cómo descubriste tu vocación por el diseño y el dibujo?–Yo pertenezco a una generación a la que educaron diciendo que algo teníamos que estudiar. Cuando era adolescente, vi que el hermano de una amiga tenía una carpeta enorme con dibujos. “¿Qué estás haciendo? –le pregunté– .“Estudio diseño”, me contestó. “¿Diseño? Eso quiero estudiar, pensé”. Me mostró la carpeta de bocetos, era Dibujo. Era lo que hacían con el Mario Delhez. No me dio ni para averiguar qué otras materias tenían. Me decidí inmediatamente.–¿Sentís que elegiste bien tu carrera entonces?–Sí, claro. Estudiar Diseño Gráfico me encantó. Claro que cuando tenía Geometría Descriptiva o Matemática quería matar a todo el mundo. Seis veces rendí Matemática. Fue lo que más me costó.–Pero finalmente, la sacaste.–¡Sí. Me recibí! Mi papá me crió diciéndome que tenía que recibirme de algo. Lo demás lo hice sola, no me tuvieron que decir nada más. Yo sabía que me tenía que recibir. Como cuando empecé a estudiar inglés. Me dijo, vos estudiá lo que quieras, pero lo que empezás lo terminás. Y así lo hice.–Suena muy autoexigente.–Sí, yo he sido muy perfeccionista, he seguido cada uno de mis trabajos hasta el final, desde la impresión del cartel hasta que lo veía colgado. Todo el proceso. El diseño gráfico me dio una parte muy apegada al oficio, pero de a poco lo fui soltando también.–¿Actualmente hacés trabajos de diseño?–Cada vez menos, pero hago. Tengo muchos amigos que no quieren contratar a otros diseñadores. Pero hay cosas que yo no las hago. No me meto en la parte de web, por ejemplo. En otro momento hice de todo, diseño editorial, lo que se presentara. Ahora hago sólo marcas o trabajos especiales. Estoy diseñándole un disco a una amiga. Pero lo que más hago es dibujar, dibujar y dibujar. Hace algunos años tenía un estudio fuera de mi casa porque me habían enseñado que había que conservar la imagen.–¿Por qué crees que cambiaste?–Porque entendí que no era necesario hacer cosas para la comodidad de otros. Así empecé a trabajar en mi casa, a tener el estudio ahí. Y los clientes iban igualmente a buscarme en un espacio compartido con mi familia y mis amigos. Fui aprendiendo a soltar y a entender que no hay ninguna persona que nos pueda decir qué hacer.–¿Te costó encontrar tu estilo, esa marca tan personal tuya que se ve en tus cuadros?–¡Yo no hago nada, sólo dejo fluir! Porque lo hago desde que nací. Hace poco que pinto, pero siempre he dibujado.–¿En tus obras crees que se ven reflejados tus cambios?–Es que cuando empecé a pintar, sentí que era algo que me estaba esperando mientras me dedicaba a ser una diseñadora. Algo que estaba dentro de ese proceso me fue llevando.–¿Ser diseñadora te condicionó en algún aspecto las posibilidades de expresarte a través del dibujo?–De ninguna manera, porque yo hice mi carrera como diseñadora en un tiempo en que no se utilizaba tecnología digital para dibujar. Lo que siempre hice fue dibujar primero (una marca, por ejemplo) y luego escanearla y redibujarla. La primera alacena que hice fue jugando con una foto, la escaneé y me puse a dibujarla con vectores. Ahí comenzó a producirse algo. Yo empecé a regalárselas a todos mis amigos, y de repente las veía por todos lados.–¿Cómo comenzaste a venderlos?–Fue después de hacer la gráfica de una feria de diseño. La organizadora me propuso armar un stand con mis cuadros y se me ocurrió reproducir los que ya tenía dibujados. Así empecé y ahora participo mucho en las ferias de diseñadores, y además los vendo a dos locales mendocinos que revenden mis obras. Además, participé en el 2012 en Puro Diseño –el megaevento de diseñadores argentinos que se realice todos los años en CABA–.–¿Cómo llegaste a participar en la feria Puro Diseño?–Primero, fue porque una amiga me avisó que Mendoza tendría un stand, y que llevarían a diez diseñadores locales a exponer. Había que concursar, cumplir una serie de requisitos y luego esperar la devolución. En el jurado había gente de Buenos Aires, incluso el organizador, que nos aseguró que el nivel de los diseñadores mendocinos era muy bueno. Nos presentamos 70 y debían quedar elegidos 10 para participar. Sin embargo, a todos nos hicieron una devolución de nuestros productos. Finalmente yo quedé seleccionada y viajé.–¿Considerás positivo el resultado de esta experiencia?–Espectacular, un nivel humano impresionante. La verdad es que fue una experiencia acorde con el nombre de la feria. Fue un momento puro y dedicado plenamente al diseño. Además, me fue muy bien económicamente, vendí muchísimo. Y también gasté mucha plata el último día (se ríe).–Se refleja mucho tu personalidad en tu obra.–Yo considero que estoy dibujada. Es imposible que eso no pase, si dibujar es lo que hago desde niña.–Pero no siempre es así, algunos artistas colocan una cerca, una especie de pared entre el arte que producen y la gente que es muy difícil de superar.–Es cierto, por eso no me considero artista. Si tuviera que definirme de alguna manera, diría que soy “dibujadora”, porque es lo que sé y lo que me gusta hacer.–¿Te parece que es positiva esta movida de desendiosar el arte, hasta en lo económico?–Creo que es importante vivirlo de la manera que a uno le parezca mejor.–¿Recibiste la influencia de alguna persona de tu familia para que dibujaras y pintaras?–De seguro no fueron mis padres, mi mamá es odontóloga y mi padre es contador. Quizás fue mi abuela, que tuvo intenciones de pintar, pero antes las mujeres no pintaban. Mi abuela materna me contó que mi bisabuelo le tiró todos los pinceles. No la dejó dibujar.–Es por estas cosas que una está cada vez más convencida de que antes las mujeres no sabían lo que querían, no sabían cuál era su deseo.–Yo creo que no, pero la energía femenina es siempre la misma, una energía que tiende a nutrir y a amar. Somos todos iguales en cuanto a valor, la diferencia entre varones y mujeres es sólo una cuestión de vibración.