A continuación me explico con uno último, aún tibio: la advertencia oficial de que a los docentes que hicieron paro no se les pagarían esas jornadas y la posterior marcha atrás, que determinó la devolución de los importes descontados y el compromiso de que sí les abonarían los días no trabajados.
O sea, cantar en un lado y poner el huevo en otro: entuasiasmo y desencanto.
La concesión que el Gobierno hizo con los docentes del SUTE para finalmente destrabar el peliagudo conflicto no es exclusiva de la gestión de Paco Pérez, sino que registra diversos antecedentes a lo largo de las últimas décadas en Mendoza.
“Día no trabajado no será pagado”, esgrimen y esgrimieron, en plena paritaria, los enviados de los gobiernos locales. Se golpean el pecho como diciendo “Ahora vean qué van a hacer”, desafiantes.
Sin embargo, el discurso se desinfla y es poco creíble cuando los mismos gobiernos terminan reconociendo que si mantienen esa decisión las actividades –escolar, sanitaria, judicial, etcétera– entrarían en una pendiente irremontable.
O sea, el anuncio de “día no trabajado no será pagado” se termina volviendo un castillo de naipes que vuela por los aires, un chiste de mal gusto, una tomada de pelo.
Son muy pocos los dirigentes mendocinos que se atreven a cantar y a poner el huevo en el mismo lugar, a decir “si paran no les pago”, es decir, a descontar los días de huelga.
Uno de los que se animó a meter mano en esas lides, bien a fondo, y vaya si lo hizo, fue don Felipe Llaver, el radical que gobernó Mendoza en el retorno a la democracia, entre 1983 y 1987.
Y se metió nada más y nada menos que con los judiciales, que mantuvieron paralizado ese poder esencial del Estado durante varias semanas.
Llaver dijo que no les iba a pagar los días de paro y no se los pagó, y la historia dice que fue una de las huelgas más severas que vivió Mendoza y uno de los conflictos gremiales más largos y tensos.
La decisión de aquel gobernador tuvo un coletazo directo sobre los bolsillos de los huelguistas, a tal punto que la mayoría de los involucrados debieron tomar préstamos en efectivo de los aún rozagantes bancos de Mendoza y de Previsión Social para hacer frente a los gastos corrientes: comida, educación, vestimenta, entretenimiento...
Es que la acción irreductible de aquel primer mandatario nacido en San Martín provocó que durante dos meses los huelguistas cobraran monedas como consecuencia de los descuentos.
“Fueron meses tremendos. Tuvimos que endeudarnos en los bancos provinciales para comer, mandar a los chicos a la escuela y sostener el estilo de vida que jamás había flaqueado”, me comentó, años atrás, uno de los jueces que se animó a hacer paro pero que se las vio negras para mantener a la familia.
¿Otros tiempos? Sí. Tiempos en que se ponía el huevo en el lugar anunciado. Tiempos en que cada uno corría con su responsabilidad. Épocas en que cada uno honraba la postura que adoptaba, y no borraba con el codo lo que escribía con la mano y con letra prolija, clara y redondita.