Entre guarangadas y mujeres infieles que merecen morir

Por UNO

La cineasta francesa Eléonore Pourriat filmó en 2010 un corto que se ha viralizado últimamente. Se trata de Majorité opprimée (Mayoría oprimida), que no tuvo demasiada repercusión en su momento y hoy es un verdadero fenómeno en las redes sociales (puede verse en www.youtube.com/watch?v= RRyUBfObYpw#t=237).

En el corto, la realizadora apela al cambio de roles en un mundo donde lo que usualmente hacen los hombres lo hacen ahora las mujeres: desde hacer ejercicio sin remera hasta piropos groseros. Y allí se ve, desde lo mínimo a lo más severo (el abuso sexual), cómo se han naturalizado muchas conductas que denigran a las mujeres y que terminan, en el peor de los casos, justificando la violencia contra ellas.

Hace unos días, los medios publicaron un caso más de violencia de género. Se trataba de Sergio Soria, un panadero de Punta Alta que asesinó a su esposa de varias puñaladas, después de una discusión. Muchos diarios reflejaron esa realidad y otros titularon diferente: “La mató por infiel”, “Asesinó a puñaladas a su mujer por infidelidades” son algunos ejemplos, haciendo hincapié en las supuestas relaciones extramatrimoniales de la víctima. Y a lo tendencioso de esos títulos se sumaban los comentarios que explican, desde su brutalidad, por qué vivimos en una sociedad donde las mujeres son asesinadas por múltiples motivos. “Ir preso por esa gorda horrible…”, “Jodete por puta” son algunas de las “gemas” de los comentaristas, que a partir del título descargaban su propia violencia, algo que no sucedía cuando el título era más “neutral”.

Y es que en todos los ámbitos se cuela esa naturalización de la violencia. En el corto Mayoría oprimida se ve al protagonista sufrir piropos de fuerte contenido sexual, algo que para las mujeres es algo habitual, pero que obviamente no tiene el fin de halagar, sino, lisa y llanamente, agredir. Y si uno osa contestar una guarangada o una insinuación de algún conocido que se despertó con ganas de ejercer de galán, se viene la tragedia griega.

Se ofenden, te tratan de loca, histérica, jodida o lo que les venga en mente. Todo menos darles vergüenza, pedir perdón ante el desubique o aceptar que detrás de un “no” el único motivo es que no te gusta el tipo o no querés nada con él, no problemas psicológicos o trastornos hormonales. Ellos te pueden decir “yegua”, pero ojito con contestar, porque encima se enojan.

En una escena del corto, luego de que el protagonista fuera abusado sexualmente por un grupo de inadaptadas, una mujer policía le toma declaración al hombre abusado, cuando entra un compañero de trabajo. “Necesito un café, guapo”, le dice la oficial al joven que ingresa a la oficina. Y agrega: “Te quedan bien esos jeans”, mientras lo mira alejarse, con carita libidinosa.

Las mujeres bien saben de esos “halagos” innecesarios por parte de compañeros de trabajo, que por la familiaridad se creen con el derecho de tocarte el cabello con el pretexto “del brillo” como si vinieran de una convención de Sedal o comentar con otros si conviene que la falda que usás sea un poco más corta, para “que enseñe más”.

Sería muy bueno que, como en el corto, alguna vez los caballeros se pusieran en el lugar de las damas para ver cuán desubicados –por decir algo leve– son muchos de sus comentarios o acciones, que pasan por graciosos “para los muchachos”.

Y si bien nosotros hemos naturalizado las faltas de respeto o los desubiques, no son naturales. Son parte del ejercicio de una masculinidad mal entendida, que tiene que gritar, insultar, humillar o golpear para hacerse sentir y que se refleja en las acciones, desde las barbaridades que murmuran entre dientes cuando pasa una mujer al lado hasta los crímenes más violentos y aberrantes.

Esos hombres son una vergüenza no sólo para las mujeres, sino para su propio género. Porque no saben lo que significa llevar los pantalones bien puestos.