Es un hecho que durante un período de euforia la mayoría de la gente tiende a pensar que forma parte de una revolución que provocará ganancias inimaginables y prosperidad indefinida para todos.
En todas las manías de la historia, uno podría hacer el siguiente ejercicio escolar habitual en los exámenes de inglés: ¿How would you fill in the blank? (¿Cómo llenaría el espacio en blanco?):“Estamos en presencia de una nueva era. ________ ha devenido en un nuevo tipo de economía. La forma de la economía tradicional pronto dejará de tener validez. Las técnicas tradicionales de valuación de empresas no permiten capturar el valor de esta revolución”.
Posiblemente en la actualidad usted respondería “internet”. Sin embargo, si hubiera vivido en 1850, probablemente hubiera llenado el espacio en blanco con la palabra “ferrocarril”, en los años ’20 hubiera escrito “radio” y en los ’90, “biotecnología”.
En cada caso, esta racionalización fue acompañada por un gran mercado alcista y seguida por una fuerte tendencia declinante, lo que indica que más allá de las percepciones sociales o individuales, todos los procesos económicos de expansión, en general, y las burbujas, en particular, forman parte de un ciclo vital ineludible: nacen, se desarrollan y finalmente mueren. Por lo tanto, el primer paso para subsistir dentro de una burbuja es tener presente su implícita finitud. El segundo, desde luego, es aprender a identificarlas para realizar ganancias antes de que se evaporen.
¿Qué características tienen las burbujas? Afortunadamente, todas las burbujas financieras comparten rasgos comunes, lo que posibilita su detección más o menos temprana.
Estas características podrían ser sintetizadas en aparición de mercados excesivamente especulativos, con suba meteórica de precios y volúmenes de operaciones y extrema concentración de la especulación.
Los mercados no especulativos se caracterizan por la ausencia de “apalancamiento”, es decir que la gente compra activos con efectivo en vez de a crédito, no existen expectativas de ganancias de capital y hay poca participación del público.
Un ejemplo de ellos podría ser la Argentina de mitad y fines de los ’80, en la que el volumen de mercado era despreciable, las acciones se vendían por debajo del valor de los libros y del costo de reposición, casi no había oferta pública de nuevas acciones y la participación de los inversores extranjeros era prácticamente nula. Otro ejemplo podría situarse en la década del ’50, cuando la gente compraba propiedades como vivienda única, los agricultores adquirían tierra para cultivar y los inversores compraban oficinas para sus empresas y no para obtener ganancias de capital o un resguardo contra la inflación.
Por el contrario, podríamos definir un mercado especulativo justamente como el que tiene mucho “apalancamiento”, es decir, gran toma de créditos, importantes expectativas de incremento de capital y participación de gran cantidad de actores. ¿Se podría decir, entonces, que el mercado de acciones japonesas ya era especulativo en 1988? Sí. Pero eso no impidió que las acciones continuaran subiendo un 30% más en los 12 meses previos al pico de diciembre de 1989, porque en verdad el acento debe colocarse en el exceso y no en la especulación.
Habitualmente, los boom, manías y excesos especulativos ocurren en la fase final del ciclo de negocios o de inversiones. Por eso, debemos tener presente que:“Cuanto más dure una tendencia alcista, más probable es que se la perciba como permanente y que, por lo tanto, le siga una manía”.