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Este descubrimiento causó sorpresa entre los arqueólogos.
A 150 metros del interior de la cueva, el techo descendía dramáticamente. Los exploradores tuvieron que sumergirse parcialmente para atravesar un estrecho pasaje inundado, con apenas 15 centímetros de espacio entre el agua y la roca. "Adrián tenía miedo, pero el agua era lo suficientemente profunda, y pasé primero para mostrarle que no era tan difícil", relató Pavlova sobre este descubrimiento.
Durante un descanso, los exploradores descubrieron los artefactos dispuestos de manera particular. Cuatro brazaletes de concha se encontraban colocados alrededor de pequeñas estalagmitas con "connotaciones fálicas", lo que sugiere que el sitio fue utilizado para rituales de fertilidad en el territorio de México.
Miguel Pérez Negrete, arqueólogo del Instituto Nacional de Antropología e Historia, explicó que "para las culturas prehispánicas, las cuevas eran lugares sagrados asociados con el inframundo y consideradas el vientre de la Tierra".
Entre los objetos recuperados se encuentran una caracola gigante decorada, dos discos de piedra completos, seis fragmentos de discos adicionales y un trozo de madera carbonizada. Tres de los brazaletes presentan decoraciones grabadas que incluyen símbolos asociados con el planeta Venus y la medición del tiempo, según confirmó la arqueología especializada.
Pérez dató los artefactos entre los años 950 y 1521 d.C., y sugirió que fueron creados por miembros de la poco conocida cultura Tlacotepehua. Este descubrimiento no representa únicamente objetos antiguos, sino una conexión tangible con las prácticas rituales de una cultura que permanecía desconocida para la arqueología moderna.