En Tunuyán

El oso de peluche del niño autista que fue rehén y motivo de una extorsión por $200.000

La madre de un niño con autismo ofreció recompensa por el oso de peluche extraviado, objeto de apego del pequeño, pero fue obligada -bajo presión- a pagar $200.000

Cuesta creerlo pero sucedió en Mendoza. Una persona exigió y terminó cobrando $200.000 como única condición para devolverle el oso de peluche a un niño con autismo.

El caso se conoció esta semana y no tiene ribetes judiciales, pero está plagado de deshumanización y carece de empatía por donde se lo mire ¿A usted también le da bronca? ¿Sí? Bueno, bienvenido al club de los indignados. Pase y lea.

Sucedió en Tunuyán. Una madre posteó en sus redes sociales la pérdida de un oso de peluche en la calle y ofreció $100.000 de recompensa a quien lo hubiera encontrado y lo devolviera.

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Para el niño autista, éste no era un oso de peluche común y silvestre sino su objeto de apego.

Para el niño autista, éste no era un oso de peluche común y silvestre sino su objeto de apego.

La mujer aclaró que no era un objeto más, sino que el oso de peluche era el apego de su hijo con síndrome autista, algo así como su otra mitad, su confidente, su compañía inseparable en las horas de introspección, de juegos y descanso. Esencialmente, en esta etapa de desarrollo y crecimiento.

La historia fue conmovedora y más de un tunuyanino de bien lamentó no haber encontrado el oso de peluche perdido para mitigar, de inmediato, lo antes posible y sin condiciones, la angustia y los padecimientos del niño, seriamente afectado por la ausencia de ese compañero inseparable.

Hasta que alguien se contactó con la madre a través de las redes sociales y dio lo que parecía ser una buena noticia. Alguien que había encontrado un oso de peluche y que, tras haber leído con detalle el posteo de la madre del pequeño, supo -sin dudas- que era mucho más que un objeto o un juguete.

Todo indicaba que esa persona aceptaría devolver el oso de peluche a cambio de los $100.000 ofertados por la madre del pequeño en calidad de recompensa, reconocimiento o estímulo. Sin embargo, no fue así.

La persona que se contactó con la madre no aceptó la suma de dinero ofrecida sino que pidió más. El doble: $200.000. Avaricia en estado puro. Cero humanidad.

La maniobra extorsiva era evidente y esa persona le estaba poniendo precio y condiciones a la salud emocional del pequeño. Cuesta creerlo, pero fue así.

"Lo más importante es que pude recuperar el oso de peluche y mi hijo ya se siente mejor", dijo la madre a Diario UNO antes de dar por zanjado el asunto de una vez y para siempre.

Sin embargo, este caso invita a reflexionar seriamente acerca de los valores y del valor que se les da a ciertas cuestiones ¿Se puede lucrar con la salud de otra persona? Está claro que sí. De hecho, en Tunuyán, la persona que encontró el oso de peluche puso entre la espada y la pared al pequeño y a la madre. Y peor aún: le puso precio a un gesto, a una acción simple y sencilla. Se valió de la salud emocional del niño para ejecutar una maniobra indigna y repudiable.

La contracara son Gabriela y Daiana, que devolvieron $3,5 millones

Hay de todo en la viña del Señor dice el viejo adagio, y por suerte hay historias contrapuestas, absolutamente honestas y despojadas de avaricia y voracidad por lo ajeno.

Como la que conocimos hace algunas semanas, en General Alvear, durante la Fiesta de la Ganadería. El caso de dos personas de bien: Gabriela Rojo y Daiana Barquez, quienes encontraron $3,5 millones contantes y sonantes, buscaron al dueño y se los devolvieron intactos.

Las crónicas de comienzos de este mes reflejaron el gesto de Gabriela y Daiana, que habían sido contratadas para ocuparse de las tareas de limpieza del predio alvearense que reunió a políticos, funcionarios, hacendados y subastadores de cabezas de ganado.

Una de ellas halló un morral sin dueño a la vista, lo abrió y revisó el contenido: medicación recetada, papeles personales y documentación que revelaba la identidad del propietario y un montón de billetes que totalizaban la suma de $3,5 millones.

Gabriela y Daiana se miraron, conversaron y decidieron, con firmeza, que debían buscar al dueño de todo ese botín a la deriva.

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Gabriela y Daiana encontraron $3,5 millones en efectivo en la Fiesta de la Ganadería de Alvear, buscaron al dueño y devolvieron el dinero.

Gabriela y Daiana encontraron $3,5 millones en efectivo en la Fiesta de la Ganadería de Alvear, buscaron al dueño y devolvieron el dinero.

¡Está claro que podrían haber tomado otro camino y hacer "la fácil"! ¿Cómo? Frente a esos relumbrantes $3,5 millones en efectivo que difícilmente volverían a tener ante sus ojos durante el resto de sus vidas, podrían haber pactado no devolverlos y repartírselos y volver cada una a su casa como si nada de eso hubiera pasado. Podrían haber hecho desaparecer la documentación, arrojándola en la inmensidad del predio. Si hasta el morral podrían haber botado a un tacho de basura.

Si esas dos mujeres hubieran hecho "la fácil" no habrían dejado rastros materiales y más aún: podrían haber vuelto a sus casas con una cantidad de dinero que el azar les puso frente a sus ojos y conciencias.

Pero no. Gabriela y Daiana tomaron el otro camino, el de la empatía. Lo hicieron pensando en que nada de lo que habían encontrado les pertenecía y que lo mejor era buscar al dueño.

Entonces, pidieron ayuda.

Contactaron a un periodista de la zona que estaba trabajando en la Fiesta de la Ganadería, le dieron detalles del hallazgo y se aseguraron de que los $3,5 millones en efectivo, la documentación personal, los papeles y el morral volvieran a manos del único y legítimo dueño.

El desenlace de esta historia la contó Gabriela en radio Nihuil. El hombre que había dejado olvidada semejante cantidad de dinero en una de las sillas de la Fiesta de la Ganadería les agradeció el gesto y las recompensó con $12.000 que sacó de un bolsillo.

¿Fue mucho o poco? Usted decide, amigo lector. Yo llegué a una conclusión al respecto, pero prefiero quedarme con el gesto de las mujeres y contarlo cada vez que se pueda.

Antes, el hombre, que había llegado desde otras latitudes ganaderas en misión de remate, se tomó el trabajo de contar billete por billete para llegar a la conclusión de que no faltaba ni un centavo.

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