Observaciones de que la reducción responde al desprendimiento sucesivo de fragmentos, como los bloques A-23D y A-23E, de 160 y 72 kilómetros cuadrados cada uno.
Alrededor del núcleo del iceberg flotan millares de fragmentos de más de un kilómetro de longitud, lo que implica un riesgo real para embarcaciones y fauna marina en la región.
La combinación de tecnologías de punta ha sido fundamental para monitorear el destino del A-23A. Jan Lieser, del Bureau de Meteorología de Australia, destacó la eficacia de los satélites de radar para captar imágenes en condiciones extremas, incluso durante la noche polar o bajo capas densas de nubes.
El recorrido del A-23A comenzó en 1986, cuando se desprendió de la plataforma Filchner en la Antártida. Durante casi treinta años, permaneció encallado en el mar de Weddell, anclado al lecho marino.
En 2023 logró liberarse, iniciando un lento desplazamiento hacia el norte que lo llevó a cruzar el Pasaje de Drake, conocido como el “cementerio de icebergs”. Hacia finales de 2024, el A-23A llegó a Georgia del Sur y quedó varado al chocar con un banco submarino, lo que precipitó su desintegración acelerada.
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Preocupación en los científicos porque el iceberg más grande del mundo se fragmentó en el sur argentino.
La descomposición del A-23A genera preocupación entre especialistas y científicos. Georgia del Sur alberga algunas de las mayores colonias de pingüinos rey, elefantes marinos, focas y albatros del planeta.
El desplazamiento y deshielo del iceberg alteran los patrones de alimentación de estas especies, obligándolas a recorrer distancias mayores en busca de alimento.
Al mismo tiempo, la liberación masiva de agua dulce y nutrientes modifica la salinidad y temperatura del océano, facilitando la proliferación de fitoplancton, base de la cadena alimentaria antártica.
El British Antarctic Survey advierte que “alteraciones bruscas en estas condiciones físicas pueden comprometer ciclos biológicos esenciales y poner en riesgo la estabilidad del ecosistema local”.
El Instituto Alfred Wegener señala que los cinturones de escombros helados tras la fragmentación pueden aportar nutrientes, aunque sus efectos a largo plazo resultan inciertos.
La situación del A-23A no es un caso aislado. En 2020, el iceberg A-68 se acercó a Georgia del Sur y encendió alarmas sobre un posible colapso ecológico; su desintegración prematura redujo el impacto. El A-23A, en cambio, ha demostrado una resistencia inusual, lo que podría acarrear efectos más duraderos y difíciles de prever.