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Larraquy recrea las andanzas de Aníbal Gordon, personificación de la violencia setentista, "la semilla del mal"

Historiador, periodista, escritor, guionista y docente, Marcelo Larraquy publicó ahora Gordon, su primera novela, sobre un personaje emblemático de los '70

Marcelo Larraquy (Buenos Aires, 1965) es un experto en los setenta, una época agitada y violenta que marcó un antes y un después en la historia argentina.

Su primer libro al respecto, Galimberti, sigue siendo hoy un trabajo de referencia.

Luego de una decena de títulos dedicados a enriquecer la trama desde todos los ángulos posibles, le llegó la necesidad de decir algo más. Algo que pudiera trascender los estrictos límites que exige la tarea del historiador.

Eso desembocó en su primera novela, Gordon, basada en un personaje emblemático de los oscuros años setentistas como bandido, parapolicial, torturador, agente informal de la SIDE y cuadro de peso en la Triple A.

Se trata de ficción, claramente. Pero el rico contexto de esa historia que arranca en 1971, durante la dictadura de Lanusse, con un recordado asalto a un banco de Bariloche, expresa todo el bagaje acumulado por este avezado periodista de investigación en su bautismo literario.

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Gordon, la primera novela de Marcelo Larraquy

Gordon, la primera novela de Marcelo Larraquy

La charla, desde Buenos Aires, para el programa La Conversación de Radio Nihuil, es introducida por la voz de Leonardo Favio entonando “Ella ya me olvidó”, la misma canción que escucha uno de los cómplices de la banda de Gordon, arriba de un auto, en plena ejecución de su asalto inaugural.

-Hola, Marcelo, buen día.

-Hola, cómo va, un gusto. Ya me emocionaron de entrada con este tema, porque me acordaba de cuando escribía la escena y ponía la música. Y terminaron enganchadas. Después, la canción vuelve al final del libro.

-Que cuenta una historia en la que se acumula una cantidad importante de cosas.

-Es un libro que va recorriendo muchos territorios, muchos géneros también.

-Varios de nosotros te conocimos cuando publicaste Galimberti, hace un cuarto de siglo. Has producido otros libros desde entonces, pero aquel título sigue siendo un hito.

-Bueno, sí. La suerte del principiante, diría (risas). Fue el primero.

-Además, ahora, has dado un salto similar al de otros ensayistas o estudiosos. Felipe Pigna acaba de lanzar su primera novela, Hugo Alconada Mon ya había hecho lo propio, etcétera. ¿Qué te picó para pasar a la ficción?

-Se ve que todos nos estamos cansando de los datos, ¿no? (risas). Yo, igual trabajé con muchos datos esta novela. Tiene mucha información de la cual me desprendí y después empecé a caracterizar personajes.

-Pero no sólo información aportaste, sino también detalles finos de autos, de paisajes, de entornos urbanos, de costumbre de época...

-En el detalle fino también está el historiador. Ahí, por ejemplo, al tener que describir la sociología de un Dodge Polara, por ejemplo, son cosas que te vienen a la mente con recuerdos de niño de lo que significaban los autos para la época. Pese a que yo no soy fierrero, ni mucho menos, sabía que era importante el tema, no sólo en estatus social, sino también respecto de cómo se sentían los jóvenes con los autos. Quizá ahora también sea igual. La verdad, no lo sé.

-Lo cierto es que en tu trama setentista el asunto cobra relevancia durante todo el relato.

-Más en el caso de los delincuentes de esta banda de la que yo hablo, junto a los de Mendoza, que están bastante presentes en el robo, al principio, como apoyo logístico.

-Y como "los de Mendoza" no tienen nombre, acá en la provincia nos sentimos todos parte de la banda.

-¡Claro! (risas). Hay un líder y otros soldaditos ahí, que son como robotitos. Me parece que funciona bastante bien eso porque Gordon les tiene más miedo a ellos que a la policía.

-Porque es cierto que funcionan como un apoyo logístico, pero se hacen sentir en la espalda de todos.

-Sí, se quieren comer la cancha. Y es increíble también cómo la novela te lleva por esas situaciones, porque estoy contando un robo que fue real.

-Y que tuvo buen espacio en la prensa de la época.

-Es el robo al Banco de Río Negro, en Bariloche, justamente. Eso lo vas trabajando de una manera en que tenés que cubrir todos los detalles, todas las sensaciones, cómo lo van viviendo los personajes. Es una maquinaria que hay que ir armando. Y ese robo es el punto de partida del libro.

-Vos, a partir de Galimberti, has retratado una gran cantidad de personajes de nuestra historia reciente, desde López Rega y los Montoneros hasta el papa Francisco. ¿Por qué elegiste precisamente a Aníbal Gordon, un símbolo de los complejos años setenta, como protagonista de tu libro? ¿Qué te llevó a él?

-A mí siempre me gusta escarbar personajes que estaban un poco a la intemperie. Ahora lo mencionamos con naturalidad a Galimberti, pero cuando empezamos a trabajar el libro con Roberto Caballero, no estaba en el tablero. Nosotros lo pusimos en el tablero periodístico y literario, bibliográfico. Lo mismo con López Rega.

-¿Cómo te surgió en ese entonces?

-Me acuerdo de que recién estaba apareciendo Internet en esa época. Cuando yo lo buscaba, solamente decía "el nefasto brujo". No había información real. Y en el caso de Gordon, también. Era el ramalazo.

-Más marginal todavía.

-Nadie lo sabe ubicar bien todavía. ¿Quién fue el personaje?, se preguntan. Primero, porque pasaron cuarenta, cincuenta años. Después, porque tuvo una "vida pública", entre comillas, de seis meses. Y desaparece de la escena, porque va a la cárcel y muere. Todos lo recuerdan más por el caso Kelly que por Gordon mismo.

-Un marginal de nuestra historia, en definitiva.

-Además no era un personaje público, que diera entrevistas. No era un político ni nada. A mí me interesó la singularidad de un delincuente que da un salto espectacular. Y que también habla de nuestro país, de lo que era la violencia política, tanto desde la etapa de Lanusse, desde la etapa del peronismo y desde la última dictadura militar.

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Larraquy describió a a Aníbal Gordon como "un delincuente que da un salto espectacular". 

Larraquy describió a a Aníbal Gordon como "un delincuente que da un salto espectacular".

-Una personificación de los años turbios.

-O sea, interesa que un delincuente pueda meterse ahí, de lleno, a participar en todos esos eventos.

-¿Cuál fue su punto crucial?

-El primordial, cuando él da el salto personal como delincuente, es el robo al banco en Bariloche. Lo hace a los cuarenta años. Y bajo el aspecto de una familia formal.

-Como un vecino cualquiera.

-Su casa era un chalet inglés en el bajo de San Isidro. Después, cuando se casa, se va a vivir a lo de su suegro. Es una casa colonial, de época, con calles empedradas. Y, además, era conocido en el barrio. Entonces, vos decís, ¿cómo este tipo, quince años después, se convierte en un torturador si era un vecino al que saludabas todos los días?

-Torturador y de la Triple A, ¿no?

-Claro, uno de la Triple A y después al servicio de la dictadura. Con total naturalidad. Hay una crítica que hicieron en Página 12 sobre esto en donde se habla de la naturalidad del drama argentino. De aquí, entonces, arranca un poco el interés, como te decía, que me llevó a escribir el libro.

-Uno toma conciencia, siguiendo tu bibliografía, pero, sobre todo, a partir de este libro, de que, en esta etapa, entre el '71, cuando teníamos alrededor del cinco por ciento de pobreza, y el '76, arranca el núcleo central de la debacle argentina, que se fue agudizando hasta nuestros días, con el Rodrigazo incluido.

-Sí. Fijate que también la riqueza está muy a la vista. Por eso también las bandas delictivas tienen tanto trabajo. Era una Argentina próspera en ese momento. Incluso los delincuentes no son los marginales que uno puede imaginar en un grupo de ese tipo. Era gente que también trabajaba de otra cosa, como part time (sonríe). Esto también me interesó subrayarlo.

-Exactamente. Queda muy bien reflejado entre tus muchachos.

-Hay uno entre ellos, un personaje que a mí me gusta mucho, El Loco Giudissi, que en paralelo a robar era vendedor de juguetes por las provincias.

-¿Ese personaje es real?

-(Ríe) Y... son todos así, un poco reales, un poco ficticios. Pero tienen mucho que ver. No te inventé demasiado, ¿eh?

-El Loco, de paso, se manda un moco total para la banda.

-Bueno, sí. ¡Por algo es El Loco Giudissi!

-Vos vas dibujando un trasfondo sociopolítico donde la delincuencia se entremezcla con los militares, con la política, con el peronismo, etcétera. Pero, además, metés otro ingrediente muy significativo, la cuestión Malvinas, a través de un ladero de Gordon, un tal Acosta, que había sido parte del Operativo Cóndor. Es un tema que vos abordaste también en otro libro.

-Sí, en La guerra invisible.

-¿Por qué el protagonismo de Malvinas en esta trama? ¿Y por qué la bandera, que Acosta suele colgar en cada asalto?

-Hablando de la bandera, justamente, otra vez volvemos a Mendoza con el robo de la bandera del Ejército de los Andes, en los años sesenta. Es la importancia de la bandera para todos los grupos nacionalistas y peronistas. O el sable corvo de San Martín. También los uruguayos tuvieron lo suyo con la bandera de los 33 Orientales que se robaron los guerrilleros. Los militares la siguieron buscando y todavía no apareció.

-Era un tema de época, entonces.

-Cuando el ERP entraba a una comisaría, se llevaba la bandera. Y la singularidad que yo buscaba con Acosta es que, a diferencia de todos, él, en vez de llevarse la bandera, la deja en el banco.

-¿Por qué? ¿Cuál es el mensaje?

-Porque para Acosta robar el banco es como la toma de las Malvinas. Le busca ese sentido. Además, es como un delincuente que termina ahí por accidente. Se daba mucho en la época. También lo cuento en el libro. Muchos militantes salían a robar para su propio sustento. Ya tenían el fierro, digamos (sonríe). Le habían tomado el gusto a la cosa.

-A su vez, la época se había transformado en un rompedero de cabeza para los militares, porque la guerrilla iba tomando auge y se confundía con las bandas de delincuentes comunes.

-Era todo confusión. Y yo revisé mucho, obviamente, los asaltos de la época. Hubo uno, en el año '71, en el que un juez, perteneciente al tribunal antisubversivo, indagó durante cinco días en Santa Fe, hablando con los detenidos para ver si también eran guerrilleros. Pero no. Eran delincuentes comunes.

-Una situación repetitiva, ¿no?

-Era muy habitual en esa etapa el robo, por ejemplo, de un tren pagador, de agencias de auto, etcétera. De hecho, Montoneros, antes de ser Montoneros, porque empieza como tal en el año '70 con el fusilamiento de Aramburu, en el '69 ellos mismos salían a robar como para fortalecer la estructura, para financiarse, como se decía.

-Sin hacer propaganda, todavía.

-No le ponían nombre. No era firmado el operativo. Y lo que hace Gordon es tomar provecho de esa confusión, porque el tipo se da cuenta de que está haciendo lo mismo que los otros.

-En ese proceso, vos vas describiendo en detalle la estrecha relación que empieza a forjarse entre la guerrilla, los delincuentes callejeros y la política. Un ejemplo es el Gordo Amaya, miembro de la banda de Gordon, que quiere ser candidato a intendente. Se manda "en un discurso sobrio en clave nacionalista, la Patria, la soberanía, Perón y los tiempos que se avecinaban". ¡Qué mezcolanza!

-Y bueno. Era la época. Obviamente, el Gordo Amaya entra en la encrucijada porque se da cuenta de que ese dinero le sirve para tener autonomía: y, además, mucha autonomía política, porque ser un político cuesta caro, incluso (risas). Eso se ve mucho ahora también.

-Claro, pero en esos años había, por lo menos, alguna clase de épica.

-Eso era para aquellos que se querían meter por la ventana y que no tenían estructura. En el caso del Gordo Amaya, que vendía antigüedades y tenía cierto conocimiento ciudadano, aspiraba a la intendencia y veía que otra gente también se metía en política y también participaban en robos.

-¿Por qué no?, fue su conclusión.

-Claro. Y ahí está dramáticamente expresado lo que le ocurre a él, que termina en una comisaría de pueblo reteniendo a seis rehenes y no sabe qué hacer. La delincuencia tampoco es fácil.

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Marcelo Larraquy, reconocido escritor argentino.

Marcelo Larraquy, reconocido escritor argentino.

-A la par de los personajes humanos, les das un importante protagonismo a los autos en los que se mueven los muchachos. Sobre todo, destacás el Torino Lutteral Comahue, una especie de monstruo que fascinaba a Gordon.

-Está en la tapa del libro. No es casual.

-Justamente. Y hay otros Torino, además de este monstruo.

-Es que eran los autos de la época. ¿Te acordás de que la propia policía, la Bonaerense, también tenía los Torino? Lo que pasa es que este es un libro que, realmente, se convierte a veces en un western rural y en vida de pueblo.

-Está entre un western rural y una road movie.

-Claro. Y también, como decías vos, en un policial negro.

-O sea, pasa por varios géneros tu libro.

-Está, además, el Buenos Aires los años '72, '73, porque Gordon se va hospedando en hoteles de cuatro o cinco estrellas como prófugo. Ahí está la frase que pongo: escondido debajo de un farol.

-Muy gráfica.

-Es que cuando vos estás tan a la vista, no te ven. Es un poco gracioso, ¿no?

-Junto a los Torino y otros autos, están los avioncitos que ellos tenían para huir de los lugares donde robaban. Es un recurso que los narcos siguen usando actualmente.

-Vos fijate que todas las estructuras continuaron. Otra cosa que cuento en el libro es que las vías de escape del contrabando eran las rutas de escape de los políticos. Entonces, ¿qué diferencia había entre sacar a un político o sacar armas, esconderlas, llevarlas a otro país o traer whisky y cigarrillos? Esa es la misma ruta del contrabando. Las rutas alisadas de los aterrizajes en las pistas clandestinas.

-Tal cual. Gajes del oficio.

-Hay un ejemplo de la logística que ofrece uno de los personajes que ya conocía Gordon de la frontera del norte. Llega a Bariloche y escucha un dato en un bar. Escucha a un mozo que dice: si embolsan a estos tres, se llevan el tesoro del banco.

-El datero. Siempre una pieza fundamental en estas tramas.

-No quiero dar ideas, pero a veces se juntan a conversar en un bar los que tienen las llaves del tesoro del banco y de ahí salta la información.

-En torno a esto, tirás una frase muy simpática e ilustrativa: "¿Qué hombre de frontera no es contrabandista?".

-(Risas) Te voy a decir de dónde sale esa frase. Una vez fui a Paso de los Libres para reconstruir la vida esotérica, la vida espiritualista, de López Rega. Era como un maestro ahí. Lo adoraban. Y un tipo del lugar, que vendía artículos electrónicos, me dijo: todo el mundo está en el contrabando. Por algo lo decía, ¿no?

-Todo esto enriquece tu libro, las diversas fuentes de las que te alimentás.

-Lo que tiene una novela como esta es que todos los conocimientos, conversaciones o ideas que uno va vertebrando en toda su vida, te aparecen en el texto. Así entró esa canción que pusiste al principio.

-¿Por qué? ¿Qué te significó?

-De golpe me surgió que Acosta tenía que escuchar esa canción, a la noche, yéndose, en un auto robado, con un sereno que llevaba esposado. Y bueno, tenía que sonar eso de Leonardo Favio. Y vos me preguntás, pero ¿por qué? Y no sé por qué. Pero era la canción justa.

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Marcelo Larraquy, con el emblemático Torino de fondo.

Marcelo Larraquy, con el emblemático Torino de fondo.

-¿Alguna vez, en tu trayectoria profesional, trabajaste en la sección Policiales de un medio?

-No, nunca. Todo lo que aprendí fue de la violencia política, de las entrevistas para los libros sobre violencia política.

-Preguntaba porque en tu relato sobre las bandas vas dando una gran cantidad de detalles íntimos, incluso hasta de la psicología de los personajes. Pareciera que formaste parte del clan Gordon, que ibas arriba de los autos en cada golpe.

-(Ríe) Sí, pero nunca hice policiales.

-Doy un ejemplo de tus retratos, una frase tuya tomada al azar: "Después de que se roba un banco el dinero se enfría, se dispersa, se guarda bajo tierra". Y un poco más abajo, agregás: "Las relaciones entre los delincuentes también se enfrían, toman distancia, los lazos se cortan". Manejás hasta la parte afectiva de los chorros.

-Yo nunca robé un banco. Esto lo puedo aclarar.

-Capaz que no te han descubierto.

-(Risas) No, no, no. Lo que pasa es que te tenés que meter en los personajes. También me costó llevarlos de vacaciones. Porque vos podés contar la acción de un delincuente, pero llevar de vacaciones a toda una banda no es tan sencillo.

-Sí, los llevás a un camping y, aparte, te ponés a contar cómo funciona la historia de pareja de cada uno ellos, que son jodidas.

-Claro, porque lo que sufre Gordon es que tiene un matrimonio consolidado. O no se sabe u oculta que es un delincuente. En cambio, los otros tienen sus parejas, que saben que son delincuentes. Y disfrutan de la situación.

-Disfrutan y miran para otro lado.

-De hecho, hay una escena que es muy tensa. Se juntan a almorzar como un encuentro social entre todos ellos. Después los tipos terminan el café y se van a robar una agencia de autos.

-Como si nada.

-Las mujeres saben eso Y les dicen: suerte, cuídense, como si los tipos fueran a la guerra, como si fueran al frente de batalla. Después vuelven y ellas se quedan tranquilas... bueno, acá está el postre... los dejan hacer.

-Por eso te decía, mostrás la trastienda de la vida delictiva.

-Lo que pasa es que eso le da carnadura a la novela, le da realismo. Me parece que es una parte intrínseca de la historia. Con todo respeto lo digo, como novelista tenés que trabajarlo muy bien para hacerle sentir al lector que estás adentro, que te pusiste en esos zapatos. Porque, si no, la surfeás desde afuera.

-¿Cuánto te costó armar todo este ensamblaje?

-Me llevó cuatro años. Es el libro que más tiempo me llevó. Por lo menos tiene que salir bueno, porque, si sale malo, te decís, me dedico a otra cosa.

-Aparte de los detalles, hay escenas en las que demostrás un timing de buen guionista de películas de acción. Por ejemplo, en el primer robo hay como tres capas de delincuentes. Todos desconfían de todos y están tentados de matarse entre ellos. Esa tensión se la transmitís al lector.

-Te lo agradezco, realmente. Recuerdo, por ejemplo, que, en el trayecto de la fuga, en donde todos se sospechan, hay un robotito que no habla nunca y que va al lado del conductor. Y Acosta, que está atrás, va pensando si lo tiene que matar o no.

-Exacto. Le tira: "Sos cana, vos, ¿no?".

-Ese es el preámbulo del tiro en la cabeza. En fin, ese capítulo, "El escape", me gusta mucho. Eso sí sucede en todos los policiales y en todas las películas de bandas que salen de robar. Vos no sabés qué va a pasar.

-¿Que implica en tu trayectoria Gordon?

-Es un libro que no sé si marca un camino distinto a los que ya había hecho. Creo que sí. Es como que estoy tocando otra partitura. No sé mucho de música, pero, quizás con los mismos elementos, estoy tocando otra fibra. Pero siempre sobre los setenta.

-Rastreando tu libro en Instagram, en la previa de esta entrevista, aparece un posteo tuyo que dice: "Hoy creo que es mi mejor libro, sin desmerecer los otros, que no fueron malos. Pero este tiene otro aroma, tiene algo más. Ojalá ustedes piensen lo mismo". Textual.

-Igual Galimberti salió bien, digamos. Tampoco lo voy a desmerecer. Es otro tipo de construcción. La vida misma de Galimberti te permitía jugar. Y tiene una investigación muy profunda. Lo hicimos de a dos.

-¿Por qué de a dos en aquella época?

-Porque en un momento, cuando lo empecé a escribir, me daba cuenta de que no era un libro que podía hacer sólo porque se trataba de juntar los años setenta y los años noventa a la vez. Pero, en este caso, sí siento que hay una arquitectura interna mucho más meticulosa todavía en lo narrativo, en los personajes que fui construyendo y que están muy atados a la realidad.

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Varias de las obras de Marcelo Larraquy.

Varias de las obras de Marcelo Larraquy.

-¿Cómo es que se te aparecieron los personajes?

-No es que me senté una mañana y dije voy a escribir una novelita. Me basé en muchos expedientes judiciales. Las búsquedas que hice fueron muy profundas. Y el otro día, en la Feria del Libro de Buenos Aires, me ocurrió algo relacionado con un taller mecánico que menciono, de los años setenta, en el pueblo de Colón.

-Colón, precisamente, es donde está viviendo Gordon con su familia al comienzo del relato.

-Claro. Era su segunda residencia. Entonces viene un tipo, ahí, en la Feria, después de la charla que di y me dice: ¿cómo hiciste para reconstruir todo? Yo lo conocí. Estuve en ese taller cuando era chico Y era exactamente así como lo contás.

-Qué satisfacción te habrá dado.

-Eso es lo que te permite, de alguna manera, jugar en una novela. Alguna vez, hablando con Tomás Eloy Martínez, yo también le preguntaba: ¿pero esto es verdad o es ficción? La gente no sabe qué leer porque usted pasa de la ficción a la no ficción.

-¿Y qué te respondió Tomás Eloy?

-Me dijo una frase que siempre me quedó: cuando uno dice novela, es novela. Ahí no hay explicación. No tenés que dar ninguna explicación.

-Siguiendo con esto, ya que Gordon es un personaje muy pesado de nuestra historia reciente, ¿cuánto tiene de real en tu libro y cuánto le cargaste de ficción?

-No sé. Es muy difícil determinarlo, ¿viste? Porque está muy mezclado todo.

-¿Qué cosas, por ejemplo?

-Hay cosas que yo manejaba de datos reales. Después los ficcionalizaba y se lo comentaba a alguien, preguntándole: ¿cuál te parece el dato real y cuál te parece la ficción?

-¿Y?

-El dato real es este, me decía, que era, justamente, parte de la ficción (risas).

-Pero resultaba más atractivo.

-Era más atractivo y sonaba mejor. Sonaba más veloz. Por eso va mezclado.

-Antes de terminar no dejemos en el tintero a Julieta, la mujer policía. Este tipo de personajes no suele abundar en los escritos de aquella época. Es muy interesante.

-Sí, es muy interesante. Además, es del conurbano, de una clase baja, pero que hoy sería de clase media.

-Y está harta. Se quiere ir de La Matanza, todo el tiempo.

-Quiere irse de La Matanza, sí. Ella quiere hacer las cosas bien. Había llegado a la Universidad de Buenos Aires por disciplina, por dedicación, por estudio. Y termina siendo una abogada sin contactos. Eso es muy real también. A veces, la gente que no tiene roce social cuenta con un título de abogado y no le sirve de mucho.

-Su salida laboral está en la función pública.

-Ella entra a la policía casi por una casualidad y se empieza a formar como agente. Es un personaje rico, inocente y temerario a la vez.

-Ahí está su gancho, justamente.

-Creo que todos quieren crecer en la novela, ¿no? Aún haciendo destrozos. Todos quieren tener una carrera ascendente.

-Invitamos a leer tu libro, entonces.

-Sí. Los invito. Creo que se van a entretener. Dentro del drama, ¿no?

-Se van a entretener y van a aprender cosas, sobre todo aquellos que no vivieron los setenta, una época clave del último medio siglo de la historia argentina.

-Es la semilla del mal, que está ahí, encendida.

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