La campaña electoral, el holgado triunfo de Soria del 25 de septiembre y los planes para mudarse a Viedma agravaron la tortuosa relación, lo que se reflejaba en aspectos institucionales y las tareas de colaboradores del gobernador.
Poco antes de las 4 del primer día del año, cuando se habían retirado los invitados, el gobernador Soria saludó a su hija María Emilia y al novio, Mariano Valentín, quienes tenían asignado un dormitorio en la chacra desde mediados de diciembre, y se retiró a su dormitorio.
Freydoz, que estaba con María Emilia ordenando algunas cosas en la cocina, salió presurosa tras su marido, sin saludar, y entró en la habitación cerrando con un portazo.
María Emilia escuchó una nueva discusión a los gritos entre ambos. "Por tu culpa me voy a matar", gritó Freydoz, tras lo que se oyó el disparo.
Fue a la habitación de sus padres y encontró a Soria acostado boca arriba en la cama matrimonial, con la herida sangrante en la mejilla izquierda. Freydoz le había disparado con un viejo revolver familiar Smith & Wesson calibre .38, a una distancia de entre 70 centímetros y dos metros.
Mientras tanto Mariano se había acostado y dormido en la habitación en la que se alojaba con María Emilia, a la que la novia había cerrado la puerta, avergonzada con la discusión de sus padres.
El yerno de Soria no había oído el tiro y se despertó con los gritos de su novia. Se puso un pantalón y corrió a la habitación de sus suegros, donde vio a su novia forcejeando con su madre, quien la insultaba, y a Soria en la cama, boca arriba, totalmente desnudo, con las piernas cruzadas, desangrándose por la cara.
Creyó que respiraba y gritó: "está vivo". Mientras salía y entraba de la habitación pidiendo ayuda, y acomodando la cabeza de Soria para que la sangre no entrara en la boca, debió ayudar a su novia a sacar a Freydoz de la habitación, porque creían que quería agarrar el arma, que estaba a un costado del herido.
Mariano activó la alarma de la casa y salió para llamar a dos policías que hacían guardia a 100 metros de la vivienda -quienes tampoco escucharon el tiro, pese a que la noche ya había entrado en un profundo silencio-, para pedir una ambulancia.
Martín Soria, hijo mayor del matrimonio e intendente de General Roca, quien con su esposa y sus dos hijas pequeñas había sido el último en abandonar la casa, fue el primero en regresar, ahora solo.
Vio la escena, también creyó que Soria respiraba y le habló: "aguantá viejo, no te vayas", le decía, mientras lo abrazaba. Salió de la habitación, increpó a su madre, que seguía con María Emilia, y recibió al médico Ramiro Saffini, quien llegó con un enfermero y el chofer de la ambulancia, alrededor de las 4.10.
El médico constató que Soria no tenía pulso ni respiraba, y con la ayuda de Martín, Mariano, el enfermero y el chofer, lo subieron a una camilla y a la ambulancia. Intentaron reanimarlo camino al hospital y luego allí, desde las 4.30 hasta abandonar las maniobras, a las 4.47, horario establecido de su muerte.
Martín Soria, quien había ido al hospital y se encontró allí con su hermano Carlos y otros familiares, volvió con ellos a la chacra, a donde comenzaron a llegar parientes, amigos y allegados del gobernador fallecido.
Entre ellos, el entonces vicegobernador Alberto Weretilneck y miembros del gabinete, además de las principales autoridades policiales de General Roca, el juez de turno Emilio Stadler y el fiscal Miguel Fernández Jahde.
A media mañana, llegó de Buenos Aires el hijo menor Germán Soria y se reunió con sus tres hermanos.
También lo hizo Angel Pedroza, cuñado de Freydoz, quien también había estado en la reunión familiar, y junto a su esposa Inés, hermana de la imputada, la llevaron a su casa de Allen, cerca de General Roca, luego de cumplimentados los primeros trámites judiciales.