Todos sabemos perfectamente porque lo vemos a diario, que es el propio presidente quien realiza -y alienta a sus seguidores- mensajes de odio, de difamación y maltrato desde las redes sociales. Ojalá recapacite y entienda el profundo daño que genera.
Adhiero profundamente al pedido del arzobispo, "venimos a pedirle a Dios que nuestra Argentina se cure y viva. Experimentamos que se está muriendo la fraternidad, se está muriendo la tolerancia, se está muriendo el respeto; y si se mueren esos valores, se muere un poco el futuro, se mueren las esperanzas de forjar una Argentina unida, una Patria de hermanos".
La responsabilidad es de todos, pero fundamentalmente de quienes circunstancialmente dirigen los destinos de este país. Este es un mandato social que va más allá de lo cívico y tiene que ver con la dimensión moral y humana que no puede ser dejada de lado bajo justificaciones y pretextos de construcción de poder. El otro, el que piensa diferente, no es un enemigo, es simplemente un adversario y la razón no es absoluta ni infalible para nadie.
Es fundamental entender y seguir este mensaje del arzobispo: "Tenemos necesidad de diálogo, de forjar la cultura del encuentro, de frenar urgentemente el odio. Démonos otra oportunidad, no podemos construir una Nación desde la guerra entre nosotros. Todo acto de violencia es condenable, y quiebra el tejido social".
Va mucho más allá de las formas, hace a la dimensión ética y moral de la construcción de nuestra nación, al ejemplo que damos a millones de chicos que miran, escuchan y toman como referencia las acciones de los adultos y construir en el disenso, desde la humanidad y el profundo respeto por el otro. Una lección que el presidente Milei, más temprano que tarde, deberá aprender y poner en práctica.