Tu nueva tiranía se llama cansancio real y economía en rojo vs vida de Instagram. Viene con un combo de expectativas frustradas, acá te las presento.
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Las expectativas de hacer todo bien mueren en el sillón el domingo a la tarde, viendo los últimos dos capítulos de una serie, que es lo que llegaste a hacer sin morir en el intento
Vida orgánica de Instagram vs realidad gasolera argentina
Argentina, el golpe es doble: no solo no hay con qué, sino que igual queremos todo. Queremos la vida de las influencers nórdicas que viven en una cabaña minimalista en medio del bosque, tienen tres hijos con nombres conceptuales y plantan su propia rúcula.
Mientras tanto, acá, si sos mujer y te autosustentás, primero tenés que ver si comés, no qué comés. Las prioridades son otras: no se trata de elegir entre la quinoa orgánica y el kale biodinámico, sino de ver si llegás al finde sin que el débito rebote.
Y después están las redes. Si pasás dos horas por día en Instagram (y seamos honestas, a veces son tres), vas a salir convencida de que tu vida es un fracaso porque no tenés una niñera orgánica como Calu Rivero, no hacés yoga en Bali como la ex de tu ex, ni tenés un cuerpo que dé bien con filtro cálido. Pero tus deseos sí se meten ahí, en esas vidas ajenas. Y cuando querés darte cuenta, estás en el súper mirando el sector de productos orgánicos con una bandejita de tofu a $8.000, preguntándote si eso cambiaría tu vida. Spoiler: no.
Porque vivimos en la era donde, como ya dijimos, cuando logramos eliminar a las tías abuelas pica seso, adoptamos los mandatos de las redes sociales: ¿ya meditaste hoy?, ¿tomaste tu jugo detox?, ¿cumpliste tus metas?, ¿diste tu 100%? Basta. Nadie da su 100% si le sigue poniendo agua al Plusbelle manzana porque se olvidó por quinta vez de comprar shampoo.
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"Enfocate en vos y tomate el jugo detox" te dicen las redes. "Andá a trabajar y pagá las cuentas", te dice la realidad.
Surfear las olas de la frustración
Yo no bajo línea: también caigo en esa. Quiero comer sano, pero me olvido de la verdulería y termino tirando zanahorias secas del fondo del cajón. Compro yogures que mueren a la mitad y cuando me baño, me acuerdo que hace dos semanas estoy viviendo en modo "campamento de emergencia". Mi vida es una sucesión de hechos desafortunados sazonada con dos ingredientes que lo complican todo: falta de tiempo y falta de dinero. Entonces, mi día a día pasa por navegar las horas laborales y naufragar en las tareas de la casa, la organización y la crianza.
Y encima, tengo metas: quiero vivir mejor, quiero “vivir bien”. Pero ¿qué es vivir bien? ¿Es realmente mío ese deseo o es un modelo que copié sin querer? A veces pienso que trabajar cada vez más para vivir cada vez menos es la paradoja de esta época. Porque nos estamos frustrando todo el tiempo. Soñamos en HD pero vivimos en VHS.
Entonces habrá que elegir: o empezamos a soñar a la altura de nuestra realidad, o nos preparamos para el síndrome del domingo a la noche, cuando nos clavamos un helado mientras vemos los dos últimos capítulos de la serie que sí logramos terminar y agradecemos que al menos no se nos cortó el wifi.