Martín Appiolaza (43) es licenciado en Comunicación Social y en la actualidad es investigador para Unicef sobre violencia armada.

Asesoró a una decena de países en temas de violencia

Por UNO

Una semana típica en su vida siempre incluye un viaje con avión de por medio y a más de 1.000 kilómetros de Mendoza, donde vive. No es funcionario de gobierno pero su actividad se relaciona directamente con las políticas que estos aplican en una de sus áreas más sensibles: la seguridad.

Martín Appiolaza (43) es licenciado en Comunicación Social. El periodismo fue su primera actividad, que le abrió el camino para su derrotero posterior. En la actualidad es investigador para Unicef sobre violencia armada. También es asesor de la Municipalidad de Rosario (Santa Fe) en políticas de prevención de violencia. Ha colaborado con numerosos organismos internacionales y nacionales y diferentes Estados, tanto en América Latina como en Europa y Estados Unidos (ver perfil).

–De todos los ámbitos en los que te has desempeñado, ¿cuál te ha dejado marcas más profundas en lo personal? –Como periodista creo que una situación que me marcó fue una de mis primeras crónicas sobre un desalojo de una villa precaria. Dediqué todo el tiempo a hablar con los vecinos, pero me di cuenta de que esos vecinos nunca leerían la nota porque nunca iban a comprar el diario. Y ahí noté las contradicciones.

–¿Y en tu trabajo actual?–Creo que he ido madurando a medida que transcurrió mi trabajo. Que hayan muerto algunos colegas muy queridos como Fabián Álvarez o el haber estado en muchas situaciones de extremo peligro me ha hecho salir de la actitud adolescente en la que uno se siente invencible y entender que la vida es como “limítrofe”. Por ejemplo, me sucedió algo en Ciudad Juárez que me marcó. Resulta que por llevar a unos estudiantes a una escuela (íbamos con un grupo de gente con la que trabajaba en México) quedamos en medio de un barrio tomado por grupos de narcotraficantes que nos estaban siguiendo en unas camionetas. Es la vez que sentí que más cerca estaba de morir. Después de eso volví al hotel, llamé a mi esposa y le dije que no le iba a contar lo que había pasado, que sólo le iba a decir que estaba bien. Me tomé una cerveza y pensé que hay un límite real en la vida y que hay riesgos que son innecesarios. En estos temas en los que trabajo me ha tocado relacionarme con gente que estaba en mucho riesgo. Muchas de esas personas murieron al poco tiempo en circunstancias de violencia. Eso deja una frustración permanente de por qué no estamos logrando salvar esas vidas mientras que esas personas estaban muchas veces jugándose todo al tratar de transformar su realidad y la de otras personas. Creo que esa es una presión y una marca personal de que hay que hacer cosas para cambiar la vida de las personas.

–¿Tenés contacto directo con las víctimas de violencia armada?–Sí. Niños y jóvenes son los que más mueren por armas de fuego, especialmente aquellos que viven en barrios populares donde tuvieron muchos de los derechos y posibilidades vulneradas. Lo hemos naturalizado y casi no lo vemos. Creo que todos tenemos la posibilidad de prevenir eso que pasa y que otros chicos no tengan ese itinerario de vida. Es muy difícil. También muchos encuentran una forma de reconocimiento y una búsqueda de respeto al tener el arma y la ficción de poder que eso implica. En el último tiempo me he dedicado a investigar, eso estoy haciendo para Unicef, y documentar experiencias en que niños y jóvenes pueden transformar no sólo sus propias actitudes sino las sociedades y las causas profundas que llevan a que esas sociedades sean más violentas.

–¿Se puede frenar la violencia? –Sí, la violencia se puede prevenir y reducir y por eso tenemos países con niveles de violencia muy distintos. Muchas veces la diferencia está en los gobiernos y su capacidad de resolverlo. También se necesita una clase política, una sociedad que comprenda y participe activamente en las transformaciones profundas. Debemos comprometernos todos. Los acuerdos deben ser a largo plazo y no hasta las PASO. Los estudiosos de estos temas sostienen que la violencia es un problema endémico del tipo de vida occidental que tenemos. Las sociedades donde más decrece la violencia son las más igualitarias. El problema en Argentina son ciertas formas de demagogia en las políticas públicas, el populismo y un inmediatismo que nos lleva a no abordar los temas de manera sostenible, seriamente y a largo plazo.

–Tu trabajo es muy periodístico también… no lo imaginaba así...–Mucho tiempo traté de entender o definir cuál era mi trabajo. La conclusión fue que el tema es comunicar. Estoy seguro de que no soy el que más sabe sobre los temas que estamos tratando de violencia, la cuestión del crimen, pero me esfuerzo en comunicar para que eso sea una herramienta para transformar las cosas, y eso es muy periodístico.

–¿Dónde creciste?–Mi primera casa estuvo en la calle Soler de Godoy Cruz. Eran épocas de la dictadura y mi papá había ocupado una responsabilidad sindical, por lo tanto muchas veces íbamos a dormir a la casa de mi abuelo Aníbal Appiolaza. Crecí y compartí mucho de ese entorno de música, tangos y cierta bohemia y recuerdo acompañarlo a los ensayos de la Orquesta Sinfónica de la UNCuyo y andar corriendo por los pasillos del teatro Independencia. También haber compartido con mi abuelo Mario Fanelli, que fue periodista y muchos años presidente del Círculo de Periodistas, y haber conocido con él las redacciones de los diarios. Creo que estas cosas terminan marcando lo que me gusta y me interesa.

–Y de ese ambiente musical, ¿surgió algún talento propio?

–Estudié guitarra e intenté cantar con mucho esfuerzo y disciplina, pero había unanimidad respecto de que era un desastre. De hecho un cantante de mi abuelo me escuchó un día, yo tocando la guitarra y mi abuelo el bandoneón, se acercó y dijo que se levantaban las chapas del techo cada vez que yo desafinaba y que así nos quedaríamos sin casa. Fue un argumento convincente para dejar de cantar (risas).

–Tu primera experiencia laboral fue bastante particular…–Mi primer trabajo fue de los más cortos y posiblemente de los más frustrados. Empecé una práctica en el antiguo diario Mendoza y el subjefe de Deportes, Gustavo De Marinis, me mandó a hacer una crónica sobre unas competencias de atletismo. Casi no sabía escribir a máquina y tenía una ortografía demoníaca entonces cuando volví me llevó como seis horas escribir una crónica de dos páginas. Había un ranking de errores de ortografía en la sección y sólo con una nota logré superar a todos. Entonces De Marinis me dijo: “Te sugiero, para que no pierdas tiempo, que vayas a estudiar un poco las reglas de ortografía y también a practicar un poco escribir a máquina, sino no podrás hacer esto”. Y bueno, ahí me fui (risas).

Perfil

Nació el 7 de enero de 1971 en Godoy Cruz. Es casado y tiene dos hijos: Lautaro y Mercedes

Su carreraLicenciado en Comunicación Social (UNCuyo). Continuó su formación especializándose en Gerencia Social y Política y Planificación Social. Es investigador de Unicef sobre violencia armada y asesor de la Municipalidad de Rosario para prevención de la violencia. Fue funcionario de la ONU en temas de seguridad humana para América Latina y el Caribe, consultor del Ministerio de Seguridad nacional y del provincial. También consultor en proyectos de seguridad ciudadana, prevención de la violencia y el delito en México, Guatemala, El Salvador, Costa Rica, Colombia, Venezuela , Brasil, Ecuador, Argentina, Perú y República Dominicana. Fue consultor de Save the Children Suecia en temas de violencia armada y pandillas. Coordinó el programa de desarme voluntario Plan Canje y fue director de Control de Armas y Seguridad Privada en Mendoza. Trabajó como periodista en prensa escrita, radial y sitios web, especializado en temas de políticas públicas, seguridad y derechos humanos. Es autor de papers y artículos sobre seguridad ciudadana y prevención del delito publicados en varios países de América Latina, donde también ha disertado sobre los mismos temas.

 

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Durante una reunión de armas en Bogotá, Martín sostiene la escopetarra (una escopeta convertida en guitarra) que creó el músico César López como mensaje artístico para la paz (2006
Durante una reunión de armas en Bogotá, Martín sostiene la escopetarra (una escopeta convertida en guitarra) que creó el músico César López como mensaje artístico para la paz (2006
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En la marcha por la paz convocada al día siguiente del atentado de Atocha en Madrid, España (2004)
En la marcha por la paz convocada al día siguiente del atentado de Atocha en Madrid, España (2004)
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Con su esposa, Carina Gómez, en el lago Osorno (2007).
Con su esposa, Carina Gómez, en el lago Osorno (2007).