La velada continuó desplegándose a través de una cuidada selección de canciones que abarcó diversas etapas de su carrera: "Ven", "Ana", "La llamada", la especialmente coreada y ovacionada "Sucede que a veces" (que levantó al público de sus asientos), "Tantas cosas", "Cállate y baila", una celebrada versión de "La cigarra", "Que andarás haciendo", un "Tema nuevo" que despertó la curiosidad, "Absoluto", "Eres", "Ahora", "Soltar", "Vértigo", "Vine del norte" y "Ahora que te encuentro".
Tras un breve intervalo a las 23:18, la segunda parte del concierto regaló momentos aún más intensos. La emblemática "Papá cuéntame otra vez" culminó con una referencia cómplice a la masiva convocatoria: "Sí, fueron 30.000" dijo y todos aplaudieron. Un nuevo "capote" llegó con su sentida interpretación de "Lucía" de Serrat, seguida por "No estarás sola" y la emotiva "Pequeña criatura". El cierre oficial corrió por cuenta de "El virus del miedo", marcando el final de un setlist generoso y emotivo.
Sin embargo, esta presentación en el Plaza tuvo un matiz distintivo respecto a experiencias previas, como la recordada actuación en el Colón con orquesta. Serrano aprovechó cada intersticio entre canciones para compartir reflexiones punzantes y directas. Con una honestidad brutal, se autodefinió como un pesimista, desafiando la imagen que algunos podrían tener de él. También dedicó un espacio a criticar con vehemencia la "movida" de la autoayuda y sus mensajes simplistas, ridiculizando incluso a figuras como Pilar Sordo con comentarios ácidos que desataron las risas del público. Su invitación a abrazar la tristeza como una emoción válida y a abandonar la falsedad resonó con fuerza en la sala.
En definitiva, la noche del sábado en el Teatro Plaza de Godoy Cruz fue mucho más que un recital. Fue un encuentro íntimo con la honestidad poética de Ismael Serrano, un espacio para la reflexión profunda aderezada con la calidez de sus melodías y la complicidad de un público entregado. La sencillez del escenario contrastó con la profundidad de las letras y la conexión genuina que el artista logró establecer, dejando en Mendoza una huella imborrable de su particular sabiduría musical y verbal.