Después de comparar los datos con las estructuras genéticas de varias poblaciones antiguas y actuales, los investigadores descubrieron que, a diferencia de las hipótesis anteriores, los resultados no respaldan ninguna hipótesis que implique una migración humana significativa para el origen de la población de la cuenca del Tarim de la Edad del Bronce, y hallaron más bien que representan un grupo culturalmente cosmopolita pero genéticamente aislado sin mezcla genética con los vecinos, según el artículo.
“El duro entorno de la cuenca del Tarim puede haber formado una barrera para el flujo de genes”, señaló Cui Yinjiu, profesora de Ciencias Biológicas de la Universidad de Jilin y coautora del artículo. “Los antiguos habitantes parecen estar relacionados únicamente con una población que comenzó a habitar Eurasia hace unos 9.000 años”.
Desde fines de la década de 1990, el descubrimiento de cientos de restos humanos momificados de forma natural que datan de aproximadamente 2000 a. C. a 200 d. C. en la cuenca del Tarim ha llamado la atención internacional debido a su apariencia física occidental, su ropa de lana tejida y su amor por el queso.
Los investigadores han propuesto varias hipótesis para explicar los orígenes, los rasgos faciales occidentales y el estilo de vida de los habitantes de la cuenca del Tarim. En contraste con su marcado aislamiento genético, está claro que los antiguos habitantes conocían muy bien las diferentes tecnologías y culturas fuera de la cuenca. Hicieron queso a partir de leche de rumiantes utilizando una fermentación similar al kéfir, y cultivaron trigo, cebada y mijo, cultivos que originalmente se encontraban en el este y el norte de China, se afirma en el artículo.
Habían formado su cultura única, como el uso de ataúdes de madera con forma de barco cubiertos con piel de ganado y marcados con postes de madera o remos. Sigue siendo un misterio por qué ha desarrollado una tradición funeraria tan singular.