No hay hombre lo bastante rico para comprar su pasado, decía Oscar Wilde. Y no han sido pocos en la historia los que han invertido fortunas precisamente con el fin de alterar su propia historia.
No hay hombre lo bastante rico para comprar su pasado, decía Oscar Wilde. Y no han sido pocos en la historia los que han invertido fortunas precisamente con el fin de alterar su propia historia.
Quién más quién menos, todos en algún momento quisiéramos poder modificar el pasado. Algún acto que hayamos cometido innecesariamente, alguna reacción desmedida, un movimiento torpe, una palabra inadecuada. Un olvido imperdonable. Siempre hay algo que nos estorba en el recuerdo. Como una manchita sobre el pecho de la camisa blanca que acabamos de estrenar. Tal vez los demás no lo noten, ó sí, pero poco importan en ese caso los demás, la dimensión que adquiere esa mancha en nuestro pensamiento es enorme e imborrable. Surge de ahí el fastidio por no seguir luciendo la prenda tan blanca y limpia como pretendimos. Nos molesta porque sabemos que pudimos evitar el tuco con tanto tomate, o manejar con más habilidad el cubierto. La lección de esta breve bronca no implica que hagamos promesas a cuanto santo veamos para que nunca más nos tentemos con la salsa o jamás volvamos a ponernos una camisa blanca, se trata –precisamente – de revisar los actos, las secuencias y en la próxima oportunidad comer controlando la ansiedad y dominando mejor los movimientos. Para no volver a manchar la camisa.
Esto es una versión más de lo que llamamos arrepentimiento. La palabra arrepentirse nace del sentimiento de pena que causa haber cometido un error. La cuestión es si ese arrepentirse lleva implícito un cambio en el futuro, o si es otro ardid simulado, especulativo, para obtener beneficios. Si en verdad estamos apenados por un acto que hemos cometido, o por una acción que omitimos, lo más sensato sería hacer esfuerzos para no repetirla. Lo que es inadmisible es la reiteración al infinito de idénticos errores, con su respectivo pedido de perdón o disculpas para la ocasión, y no más que eso.
Las disculpas, privadas y públicas, son indispensables, pero no suficientes. Y otro ejercicio típico, es el de considerar que un acto de filantropía y acciones de generosidad social pueden enmendar lo que se produjo en el pasado. No. Definitivamente, no. Por más anuncios que haga la casa Blanca ó el pentágono diciendo que corregirá su puntería en los bombardeos aéreos, los pobres civiles que se disponían a celebrar una fiesta de casamiento, no resucitarán. Por lo que siempre es mejor tomar conciencia antes de los asuntos y no después. El tan famoso más vale prevenir que curar bien podría ser, mejor que pedir disculpas es no hacer daño.
Páginas y páginas de libros nos cuentan sobre gestos samaritanos, donaciones, fundaciones, todas entidades organizadas para mitigar algún acontecimiento luctuoso. Y está bien que se quiera revertir una situación que haya traído dolor, lo que no es justo es que convivan ambas situaciones. O sea, que se sigan promoviendo acciones humanitarias y ambientales dignas de premios, mientras los mismos, sigan ejerciendo actividades que perjudican a los humanos y al ambiente.
Es deseable que existan instituciones cuya misión sea favorecer al humano y al planeta, tan querido como que esas mismas instituciones muestren de dónde obtienen los recursos y cómo se administran.
Mendoza es la provincia de la Argentina que cuenta con mayor cantidad de entidades intermedias, organizaciones de la sociedad civil u ONG, como prefiera llamárseles. Algunas con forma de fundación, otras como clubes, y la mayoría, simplemente como organizaciones civiles sin fines de lucro. Muy loable la tarea de muchas. Solidaridad, atención de problemas de salud que no están contemplados en los protocolos, educación, fomento al deporte, ayuda alimentaria. Pero entre tantas miles, más de una tiene una sola finalidad: cambiar ante la opinión pública la imagen sobre alguna persona. Y lo grave de esto, en realidad, es que esas, que son excepciones seguramente, ensombrecen el trabajo de las que trabajan seriamente. La reivindicación no se compra, tal como decía Oscar Wilde, pero hay quienes creen que basta con un sello y con que debajo de la firma del cuestionado aparezca el cargo de presidente.