"Queremos concientizar a los adultos sobre la adopción"
El dato no es nuevo, pero comienza a sistematizarse como parte de una política pública de concientización. Si bien la idea no es ponerse en juez moral de nadie, el objetivo es claro: hacer foco también en los adultos. En su posible falta de preparación. En sus expectativas alejadas de la realidad.
La interrupción vincular ocurre cuando, tras una adopción, no se logra construir un lazo afectivo sostenido entre el niño o adolescente y la familia adoptiva. Y cuando ese vínculo se corta, lo que se interrumpe no es solo una convivencia: se interrumpe la posibilidad de ese niño o niña de volver a confiar, de sentirse amado, de construir una identidad sin más rupturas.
Los hogares están equipados y los niños son contenidos. Pero todos esperan una familia.
Los hogares están debidamente equipados y los niños son contenidos. Sin embargo, todos esperan una familia.
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Las causas son múltiples, pero hay un eje frecuente: muchos adultos no están preparados para cuidar.
“Acá hay una crisis que se ve plasmada en lo que pasa hoy en Mendoza. Una crisis de los adultos que no saben cuidar, que no contemplan lo que implica el desarrollo integral de un niño o adolescente”, señala Álvarez Ocampos. Y agrega: “No acompañan su autonomía progresiva, no generan entornos familiares libres de violencia. Esto requiere preparación, responsabilidad, compromiso. Más allá del amor, que por supuesto tiene que estar”.
La idea romántica de adoptar y el fracaso
Entre las causas identificadas, la más frecuente es la brecha entre las expectativas de los adoptantes y la realidad del niño. Muchas veces, las familias proyectan una idea romántica o idealizada de la adopción, sin considerar que los chicos traen consigo historias previas, duelos no elaborados, necesidades especiales o tiempos emocionales distintos.
Las familias muchas veces piensan la adopción desde su propio deseo de ser padres, no desde lo que el niño necesita. Y eso se convierte en una trampa. Porque no se trata solo de querer, sino de estar en condiciones reales de acompañar.
Otra causa frecuente es la falta de recursos emocionales, materiales o de tiempo por parte de los adultos. Adoptar no es incorporar un hijo “listo para amar”, sino estar disponible, sostener, frustrarse, adaptarse. Implica abrirse al vínculo sin garantías, sin exigencias, sin condiciones.
Y eso, en muchos casos, no ocurre.
De 195 niños adoptados en cinco meses de 2025, 35 fueron devueltos al sistema.
De 195 niños adoptados entre febrero y julio de este año, 35 fueron devueltos al sistema. "Inadmisible", dijo la secretaría a cargo.
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El impacto sobre los niños y niñas que son “devueltos” es devastador. No solo deben reingresar a un sistema de protección del cual ya habían salido, sino que cargan con un nuevo abandono.
Desde el Estado se trabaja con talleres y dispositivos de acompañamiento para familias adoptantes, pero los especialistas coinciden en que no alcanza. Es urgente revisar los filtros, fortalecer los espacios de evaluación previa y exigir una mayor preparación.
“No podemos permitirnos más adopciones irresponsables. No es una compra que se devuelve. Estamos hablando de personas. De vidas. Y los chicos no pueden seguir pagando la inmadurez ajena”, advierte la funcionaria.
La intención no es desalentar la adopción
A pesar del dolor, la intención no es desalentar la adopción. Todo lo contrario. Se trata de defenderla. Pero desde un lugar responsable, consciente, comprometido. Porque adoptar no es un acto de amor espontáneo. Es un compromiso ético, emocional y vital.
La provincia de Mendoza viene desarrollando campañas para fomentar la adopción de niños más grandes, grupos de hermanos o adolescentes, sectores históricamente postergados. Y allí también se revela la necesidad de adultos verdaderamente preparados, que no adopten esperando “el hijo ideal”, sino que elijan acompañar un proceso complejo, desafiante y humano.
“Persiste la mirada adultocéntrica en el proceso de adopción; el derecho es de las niñas, niños y adolescentes a tener una familia, no de los adultos a tener un hijo”, concluyó Álvarez Ocampos.
Y cerró: “Cuando los procesos adoptivos se interrumpen o fracasan, se reactivan en los chicos sentimientos de rechazo, abandono y desconfianza que muchas veces ya forman parte de su historia. Estas experiencias pueden intensificar el sufrimiento psíquico, dificultar la construcción de nuevos vínculos y obstaculizar seriamente su desarrollo emocional, subjetivo y relacional. El impacto psíquico y emocional es significativo”.
Lo eligió cuando todos lo habían rechazado: la historia de Ariel y una madre que no dudó
Mientras muchas familias hoy devuelven a niños adoptados en Mendoza, esta historia ocurrida hace más de 30 años muestra lo contrario: una mujer que lo eligió desde el dolor ajeno, y nunca más lo soltó.
Ariel no se llamaba Ariel. Tenía tres nombres distintos, y su historia ya era un rompecabezas cuando aún gateaba. Fue entregado por su madre biológica a los diez días de nacer. Un matrimonio lo tuvo hasta los dos años, pero cuando la mujer quedó embarazada, se lo devolvieron. La madre lo vio y dijo: "No, yo no lo quiero, si no lo conozco". Entonces, terminó en un hogar sustituto, marcado por golpes y quemaduras de cigarrillo.
Ahí apareció Luisa.
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"Nunca le conté a mi hijo, que hoy tiene 34 años, que dos veces fue rechazado", relató Luisa en diálogo con UNO.
Archivo Diario UNO
"Yo tenía un jardín de infantes, y una mamá me contó el caso de un nene que habían dejado, que estaba golpeado, quemado. Me dijo si sabía de alguien. Y yo le dije: ‘Lo quiero para mí’", recuerda Luisa, que hoy tiene 70 años. Ariel, su hijo, ya tiene 34.
Era otra época. No había que estar en una lista interminable. Con decisión, fue a un escribano, quien citó a la madre biológica para que firmara el consentimiento. "El escribano le dijo que iba a haber un año de guarda por si se arrepentía, pero ella dijo que no, que no lo quería, que no se iba a arrepentir de nada", cuenta Luisa a Diario UNO.
Cuando recibió los papeles, fue a buscarlo al hogar. No lo conocía. "Yo pensé que era otro nene, el que estaba ahí. Pero de atrás de un sillón salió gateando un negrito hermoso, con esos ojos y esas pestañas... y se vino derecho hacia mí", recuerda. Ese fue el comienzo.
Después vino el resto. Descubrió por casualidad que Ariel ya había sido adoptado antes. "El secretario del abogado me dijo: ‘Yo este caso lo conozco’. Y me dio el nombre del matrimonio que lo había devuelto. Me indignó tanto que lo borré de mi cabeza. Me pareció innecesario contárselo a él. Una vez que te dan ya es tremendo. Dos, no quiero imaginar lo que puede hacerle a su psiquis", sostiene Luisa.
Durante años, Luisa lo crió con amor, límites y coraje. Lo escuchó cuando él, siendo chico, le preguntó si podían buscar a la mujer que lo tuvo en la panza, "para ayudarla, si era pobre". Pero también supo cuándo decirle que no.
"Cuando fue más grande, le planteé yo el tema. Viendo el programa ‘Gente que busca gente’, me dio tristeza pensar que muchos hijos esperan a que sus padres adoptivos mueran para buscar a los biológicos. Y le dije: ‘No quiero privarte de eso. Yo te ayudo a buscarla, si querés’".
Pero Ariel fue claro: “Si me abandonó, habrá tenido sus motivos. No quiero saber nada”.
Hoy viven en casas separadas. "Porque si no, ya nos hubiéramos matado", bromea ella. Pero el vínculo sigue firme. De amor, de raíz profunda, de elección. La historia de Ariel no fue perfecta, pero encontró una madre que hizo lo imposible para que lo fuera.