Es que -en los termos originales- su capacidad de conservar el agua caliente (o fría) durante 24 horas o más, hizo que muchos lo busquen para armar su equipo matero. Además, su precio en Miami -mucho más barato que en Argentina- lo convirtió en un producto de distinción, aunque probablemente su valor en nuestro país baje con las medidas para favorecer la importación.
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No obstante, rápidamente las falsificaciones, más baratas de estos termos inundan diversos comercios desde hace tiempo. Pero, atención, con posibilidad de graves consecuencias para la salud (ver más abajo=.
A comienzos de año la Dirección General de Aduanas-AFIP, ahora ARCA- hizo inspecciones y secuestró 500 termos truchos de la reconocida marca Stanley. Así se conocieron los detalles a la hora de comprar el producto y cómo darse cuenta si es trucho.
En esa ocasión encontraron faltantes de estampillas fiscales, un requisito indispensable según el artículo 986 del Código Aduanero.
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Un termo Stanley original se encuentra entre $130.000 y $150.000, mientras que uno trucho se consigue aproximadamente entre los $100.000 y $115.000. Incluso aclaran quienes los venden, que no son originales, sino que son "simil" Stanley, y hasta tienen grabada la marca en el frente del termo. Y existen otros que son deliberadamente truchos y se venden por $50.000 o $60.000.
Hay muchos vendedores que no aclaran que no se trata de termos originales, por lo que hay que aprestar atención. Por ejemplo, aquellos que son falsos, no tienen la certificación que otorga el Instituto Nacional de Alimentos (INAL) -que depende de la ANMAT- y de esta manera podrían tener sustancias peligrosas para la salud.
Un informe elaborado por Elda Cargnel, jefa de la Unidad de Toxicología del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez, en “los chicos el uso continuo de los termos ‘truchos’ puede producir déficit de atención, retardos en el lenguaje, alteraciones del crecimiento y en el coeficiente intelectual, además de problemas digestivos”.
Además, es fundamental que cada uno de estos productos cuente con una etiqueta de calidad, que certifique la eficacia del acero para el contacto con alimentos. En este sentido, se supo que los plásticos deben ser libres de bisfenol A, un compuesto químico cancerígeno.