Es decir que cuando los vientos en el desierto del norte de África levantan arena, recogen contaminantes al pasar por zonas deforestadas de la región, principalmente de los países subsaharianos.
Más allá de alterar temporalmente el clima y reducir la visibilidad, el polvo del desierto del Sahara ha demostrado ser un vehículo potencial de enfermedades. Investigaciones recientes revelan que esta nube contiene microbios, bacterias y parásitos capaces de provocar afecciones respiratorias como asma, bronquitis e incluso tuberculosis. Esto lo convierte en un fenómeno de interés para la salud pública. Además, sus efectos se extienden al medioambiente, impactando la calidad del aire, secando fuentes de agua y erosionando el suelo. Entender su alcance permite tomar medidas de prevención adecuadas y proteger a las comunidades vulnerables.