La infaltable caña con ruda en honor a la Pachamama
No solo eso: la caña con ruda también estuvo presente, como manda la tradición. Cristina ya la tenía lista, macerada desde junio, como hacen quienes mantienen viva esta práctica ancestral. Aunque ese jueves no la bebió porque debía manejar, la reserva quedó lista para el fin de semana, cuando el fuego de la finca se encienda con amigos. “Tengo todo preparado: la caña, la ruda, la fe”, dice riendo.
Cristina es docente jubilada, madre de cinco hijos con nombres profundamente autóctonos —Nahuel, Aluminé, Lautaro, Amancay y Atuel— y abuela de nueve nietos. La finca a la que llegó con su esposo Cacho en 1989 se convirtió en refugio, en espacio de siembra, de encuentros y de transmisión de tradiciones. Allí fundaron “CyC”, las iniciales de ambos. “Cacho falleció hace unos años, pero todo lo que hicimos juntos está vivo en esta tierra”, dice.
caña y ruda Cristina Lattanzio
Cristina Lattanzio preparó como todos los años sus botellas de caña y ruda este primer día de agosto.
Gentileza
Cristina tiene 70 años. “Nací el Día de la Tradición, en Moreno, la tierra de Molina Campos. Todo está conectado. Es como si mi historia personal estuviera tejida con hilos del pasado argentino”, expresa.
Entre las costumbres que no abandona está la de fabricar escarapelas para fechas patrias. A mano, con alfileres y telas celestes y blancas, reparte decenas cada año entre vecinos y conocidos. Muchos la esperan en las puertas de su finca para buscar la suya. “Es mi manera de contribuir con el país. Si perdemos la memoria, perdemos quiénes somos”, afirma.
La Pachamama y un ritual que conecta más allá de la fe
Para Cristina, la Pachamama no es una moda ni una curiosidad. Es espiritualidad, gratitud y conexión. “Es agradecerle a la tierra, pero también a la vida. La Pachamama es dar y recibir. En un mundo que se olvida del equilibrio con la naturaleza, este tipo de rituales nos recuerda lo esencial”, dice.
Aunque muchos asocian estos rituales con zonas rurales o con la cultura originaria del norte argentino, Cristina demuestra que están más vivos que nunca en distintos rincones del país.
No se trata solo de lo espiritual. En un contexto de crisis climática, estos gestos también se resignifican. “Poner la bandera de la Pachamama o beber caña con ruda puede ser también una forma de decir: cuidemos la Tierra. Es nuestra casa”, agrega.
Mientras charla, Cristina acomoda sus plantas aromáticas, prepara las tortas fritas para compartir con amigos y revisa que nada falte en su mesa rústica de campo. La Wiphala flamea con orgullo, y el perfume del laurel y la ruda se mezcla con el viento del sur mendocino.
“Yo voy a seguir haciendo esto mientras pueda. Porque creo que Argentina se salva con raíces, con amor a la tierra, con memoria. No es solo una bandera, una caña o una escarapela. Es la vida entera”, dice antes de despedirse.