El día en que se anunció al mundo que Bergoglio era el nuevo papa, Cristina, que estaba en su segunda Presidencia, dijo en un acto en Tecnópolis que teníamos un papa "latinoamericano". La mandataria se privó de usar la palabra argentino. Bochorno como ése, pocos.
La noticia sobre Bergoglio como nuevo pontífice cayó en su momento como una bomba en la Casa Rosada, pero rápidamente gente criteriosa del peronismo le hizo llegar a Cristina la advertencia de que abrir una grieta con el Papa era tirotearse los propios pies.
Fue ese mismo Papa quien luego de asumir como líder mundial tuvo una extensa reunión con Cristina en el Vaticano donde cara a cara hicieron las paces y ella le admitió haber tenido una idea equivocada de él.
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Cristina Fernández de Kirchner y el papa Francisco durante una charla en el Vaticano.
Fue también ese Papa el que no dudó en reclamar a los peronistas argentinos que lo iban a visitar al Vaticano que "cuidaran a Cristina" en la etapa final de su segundo mandato". Nunca pidió tal cuidado para Mauricio Macri ni para Alberto Fernández, sucesores de la dama.
Pésimo invento
Inventar un nuevo feriado nacional en la Argentina seguramente le hubiera desagradado al ex jefe de la Iglesia de Roma. Una cosa sería, por ejemplo, fijar al 21 de abril de cada año como fecha de recordación de la labor política y de liderazgo pastoral de Jorge Bergoglio, y otra muy distinta paralizar la economía, la Justicia, los hospitales y toda la vida cotidiana de una nación.
Máxime en un país que se ha propuesto sanear su macroeconomía para, entre otras cosas, generar empleo genuino y poder sacar de la informalidad laboral a la mitad de su población activa.
¿Por qué, por caso, no sugerir el tercer domingo de cada mes de abril para conmemorar la desaparición física de Francisco y reparar en su legado, sin necesidad de apelar a feriados ni a ninguna otra obligatoriedad. Ocurre que en esta última palabra está la clave principal: recordar a Francisco no tendría que ser obligatorio, sino una necesidad que la propia ciudadanía fuera haciendo suya.
Quienes dirán con los años cuál fue la influencia verdadera de Francisco serán, por un lado, el tiempo, que suele tener la bendita costumbre de poner las cosas en su lugar y, por otro lado, el sentimiento de los argentinos. En el interín no hay que tratar de apurarse con los homenajes.
Hay que estar muy advertidos de cosas como el apuro marketinero de un grupo de legisladores kirchneristas que han demostrado ser duchos en hacer cotillón y festejos de cualquier tema impactante que les caiga del cielo. En ese sentido el feriado nacional por Francisco es coherente con algunos metejones clásicos del peronismo.
Bergoglio fue coherente en no querer volver a la Argentina. Hubiera dado lugar a un festival de hipocresías. Así, distante, y aunque parezca paradójico, ha potenciado su figura.