“La madre perfecta no existe. Hay algunos pequeños milagros de madres formidables que saben encontrar la buena distancia con sus hijos a lo largo de la vida, para no estar demasiado ni poco presentes. Eso es tan raro de encontrar como Mozart”, dice. Dejando a un lado a las malas madres, “el resto, la mayoría, somos –asegura– mediocres, hacemos lo que podemos; desde que el niño nace nos sentimos muy responsables y cada vez más, porque la barca de deberes maternales no deja de aumentar”. La exaltación del modelo de la “madre perfecta” o la “buena madre” no sólo es una “estafa”, sino un “enorme retroceso” en la igualdad de sexos, señala esta reconocida ensayista, pues explica que al situar al bebé en el centro de su vida relega su desarrollo personal, su trabajo y su pareja. Esta nueva concepción de la maternidad, que Badinter (París, 1944) denomina la “revolución, o más bien involución, silenciosa” desarrollada en los últimos veinte años, ha sido posible gracias a una confluencia de factores y corrientes de pensamiento. Se trata, afirma en su polémico último ensayo La mujer y la madre (La Esfera de los libros), de la “santa alianza” de los reaccionarios: los ecologistas y las feministas radicales. Ambos, aunque por diversos motivos, han contribuido al exitoso retorno de prácticas “naturales” consideradas mejores para el bebé, como dar el pecho a demanda durante los primeros seis meses de vida y de forma complementaria hasta los dos años, o sublimar el “instinto maternal”, un “mito” en el que Badinter, madre y abuela, no cree. Y sobre todo, subraya, “hay que ser un poco filósofo: somos madres humanas, no divinas”.