Por José Luis [email protected]
Barrios y escuelas fueron edificadas, décadas atrás, muy cerca de fábricas en actividad en Maipú y Guaymallén. Las consecuencias se notan en las inmediaciones, mientras autoridades y empresas se exigen mutuamente.
Barrios y escuelas fueron edificadas, décadas atrás, muy cerca de fábricas en actividad en Maipú y Guaymallén. Las consecuencias se notan en las inmediaciones, mientras autoridades y empresas se exigen mutuamente.
Por José Luis [email protected]
Ahora, los problemas de varios miles de habitantes de Maipú y de Guaymallén son las bandadas de moscas y moscardones, y los hedores de los productos químicos.
Pero esos insectos y esos aromas nauseabundos tienen orígenes que se remontan no a semanas ni a meses, sino a varias décadas.
Para ser precisos, comenzaron cuando las comunas de Maipú y de Guaymallén -y me refiero a administraciones de casi medio siglo atrás, no a las actuales- no tuvieron ni la visión estratégica y mucho menos el buen gusto de oponerse a la edificación de escuelas y barrios enteros en derredor de dos avícolas en Luzuriaga y San Francisco del Monte, y de una fábrica de jabón y de productos químicos en Bermejo.
Ese freno, aclaro, debió de haber sido momentáneo, al menos hasta que las tres empresas -por entonces más jóvenes y muchísimo menos desarrolladas que en la actualidad- fueran reubicadas en nuevas zonas industriales, ya que esos predios, creados inicialmente para esos fines productivos fueron perdiendo espacio a manos del desarrollo urbano.
Y no es que me oponga al desarrollo urbano, sino que me opongo a esas decisiones inconsultas y para nada estudiadas que, más allá de propiciar el crecimiento de la orbe, generaron una consecuencia impensada (quiero creer que fue así): las moscas, los moscardones y los tufos vomitivos.
A los efectos de haberse radicado cerca de las avícolas los padecen los habitantes de Luzuriaga y desde allí hacia el Sur prácticamente hasta el Acceso Este en cercanías del mismísimo centro de Guaymallén.
Pero no sólo barrios enteros se edificaron en derredor de las avícolas, sino también dos escuelas: Inmigrantes Italianos y Antonino Giunta. ¿Se animarán las autoridades correspondientes a realizar una reunión de gabinete en las aulas o en los patios sin estar expuestos a esos insectos y a sus nocivas consecuencias? Seguramente que nadie aguantaría más de cinco minutos. Entonces, ¿por qué los cientos de alumnos que cursan a la mañana y a la tarde deben soportar a moscas y moscardones sobrevolando sus cabezas y agolpadas en los techos, las paredes y los baños?
El caso de la fábrica de jabón situada cerca de la Rotonda del Avión trae a la memoria añares de promesas incumplidas a vecinos que nacieron, crecieron y hoy juegan con sus nietos con los mismos hedores de toda la vida pegados en el cuerpo, el cabello y las mucosas.
“Un sinfín de veces nos dijeron que esa fábrica sería trasladada, pero sigue ahí, produciendo jabón y los mismos olores a grasa quemada de toda mi niñez y adultez, lo mismo de siempre. Es imposible vivir así, y en verano ni le cuento...”, me dijo un ex vecino de esa zona que ahora, en su nueva casa, en otro distrito, tiene otro tipo de padecimiento: las bandadas de insectos que se multiplican por miles aunque las avícolas traten las toneladas de guano que defecan las miles de gallinas ponedoras.
Ahora, las autoridades quieren que la avícola de Luzuriaga deje sus instalaciones y se mude. Pero los dueños, lógicamente, exigen un resarcimiento porque cuando empezaron a trabajar estaban en una verdadera zona industrial.
Y en el medio, los vecinos y las moscas, y los hedores y la incertidumbre. ¿Hasta cuándo?