Cuando se casaron, César y Mercedes tenían las mismas expectativas, pero distintos sueños. Él quería cultivar la tierra, tener viñedos y fabricar su propio vino. De ser posible, transmitirle ese legado a los hijos que vendrían. Pero Mercedes añoraba la ciudad. Había nacido en Mendoza, Capital, y le gustaba el movimiento, la urbanidad. No se contentaba con el campo como lugar de residencia. Sin embargo, siguió a su marido y se instalaron en una chacra de Gustavo André, en Lavalle. Pero la resignación de Mercedes duró poco. Fueron naciendo sus hijos (Susana, Violeta y el menor, Roberto) y cada vez se acrecentaba más la decisión de volver a la ciudad. Entonces, su esposo tomó una decisión que zanjó las diferencias entre ambos. Vendió la chacra de Lavalle y compró las siete hectáreas de tierra en el Algarrobal, Las Heras. Más cerca de Mendoza.
De a poco, fue levantando las paredes de la casa, y después sembró las cepas de Bonarda y Torrontés que pueblan sus siete hectáreas cultivadas.
El tiempo pasó, la familia se instaló en la ciudad, pero la finca siguió produciendo. A veces, con las dificultades que provoca la piedra. La desazón de la helada. Las tribulaciones de las plagas y las épocas en las que los viñedos se niegan a dar los mejores frutos.
Don César y Mercedes, hoy ya no están. Pero fue Roberto (40) su hijo menor y el más ligado a la actividad de viñatero que ejerció durante tantos años su padre, quien se puso "la finca al hombro". Se asoció con otros pequeños productores de la zona y formaron la cooperativa El Algarrobal.
Hace dos años, los productores vitivinícolas pequeños comenzaron a pasarla mal, muy mal. Fueron, aunque parezca insólito, presas de una abundante cosecha y de malas decisiones políticas. Desde ese momento, el vino sobró, el precio bajó, al mismo tiempo que lo hicieron las ganancias.
Los productores creyentes rezaron. Los no creyentes, insultaron. Los más prácticos, reclamaron al gobierno.
El jueves, y después de dos años de insistir, llegó una respuesta oficial: el gobierno nacional enviaría dinero para comprar el vino que hace dos años no se puede vender, y amenaza a la nueva producción.
Pero el protagonismo de Roberto, el menor de los D'Ulivo, el hombre de cuarenta años y pocas palabras, el compañero cooperativista del Algarrobal, el tímido del vecindario, fue inesperado.
Sus siete hectáreas de Torrontés y Bonarda fueron las elegidas para que el presidente de la Nación, Mauricio Macri, se acercara a los viñateros de Mendoza y San Juan y les anunciara que desde Buenos Aires, llegaría la ayuda esperada.
Por eso, abandonó la faena diaria, y se puso a arreglar la chacra para recibir visitas. Con la misma amabilidad aceptó responder a las preguntas de Diario UNO y compartir su historia.
-¿Cómo fue que llegó a ser el anfitrión de Mauricio Macri?
-Me enteré a través de la presidenta de la Coviar, por medio de mi ingeniero agrónomo, Francisco Maravilla. Necesitaban una finca que fuera de un pequeño productor y estuviera cerca del aeropuerto, para facilitar el traslado del presidente. Me lo propusieron y acepté, con muchas dudas.
-¿Qué dudas le surgieron?
-En realidad, yo soy de perfil bajo, no estoy acostumbrado a estar con mucha gente y esto me hace poner un poco nervioso, tanta exposición pública. Tanta gente importante. Pero es por eso, nada más. Porque los demás invitados son mis vecinos, productores como yo, gente que conozco desde hace muchos años.
-¿Pertenece a alguna asociación con los demás productores?
-Sí, formamos la cooperativa El Algarrobal, que a su vez está asociada a Fecovita, y por eso conozco gente de las otras cooperativas pequeñas también.
-¿Qué tipo de uva cultiva?
-Acá tengo Bonarda y Torrontés Riojano. Lo elaboro en la cooperativa Algarrobal. El fraccionamiento y la venta los hacemos en Fecovita.
-¿La denominación de pequeño productor es por el volumen de producción o por la cantidad de tierra?
-En mi caso es porque soy dueño de una finca de pocas hectáreas, apenas siete. La cosecha está expuesta a las inclemencias climáticas porque no alcanza para poner sistemas de protección. Un pequeño productor vive de lo que produce, y muchas veces se vive realmente al día.
-¿Cuáles su situación actual en cuanto a la producción?
-Es casi como la de todos los vitivinícolas, bastante delicada. Tenemos un precio del vino bastante bajo, producto de un sobrestock y el consumo, que tampoco es el ideal. Todo esto compone un cóctel explosivo. Si usted ve la mayoría de los viñedos, no hace falta ir muy lejos. El mío mismo. No está muy bien mantenido. Porque la rentabilidad no es buena. El productor hace lo que puede con los recursos que le alcanza, y hasta donde le alcanza.
-¿Cómo se mantienen?
-Hacemos un trabajo solidario entre los productores, para eso se crearon las cooperativas, para eso está Fecovita. Para tratar de apuntalar al productor, y lo hacen. Yo soy consciente de que es así. Igualmente, no alcanza. Pero considero que el productor que está por fuera de las cooperativas asociadas está mucho peor. Inclusive le pagan mucho menos el litro de vino.
-¿Cuánto le pagan el vino?
-A nosotros en Fecovita, un vino base (blanco escurrido), nos pagan $2,70. Usted calcule que en las bodegas privadas que están por fuera están pagando $1,70. Es muy grande la diferencia. Es mucho más complejo poder remontar un año con este valor bajísimo.
-¿Cómo fue que se dedicó a esta actividad?
-Por herencia familiar. Esta finca era de mis padres, yo heredé de ellos la tierra, las uvas y las ganas de hacer vino y de vivir de la vendimia, de lo que cosecho y produzco.
-¿Son de una familia tradicionalmente dedicada a la vitivinicultura?
-Antes de que llegaran a El Borbollón, mis padres tenían una finca en Lavalle, en Gustavo André. Después quisieron venir a vivir acá, más que nada para darle el gusto a mi madre, que tenía sus raíces más cerca de la ciudad.
-¿Todavía tienen la finca de Gustavo André?
-No, la tierra de Lavalle se vendió para comprar ésta, que fue la casa de nuestra infancia. Acá viví yo hasta los ocho años, junto a mis dos hermanas mayores: Susana y Violeta, que hoy no se dedican a la vitivinicultura.
-¿La compraron así, o la fueron construyendo?
-La fuimos construyendo de a poco. Una parte la hizo mi padre solo. En otra etapa de la construcción le ayudé yo y en otra etapa también trabajó sin ayuda, cuando sembró los viñedos. Después nos mudamos a la ciudad, y yo ahora vivo allá. La finca la tenemos sólo para trabajarla.
-¿En algún momento pensó en cambiar de rubro?
-Es cierto que es una actividad complicada, pero no la cambiaría por ahora. No creo que la manera de solucionar una crisis sea huir. Sí creo que hay que seguir trabajando y hay que luchar.
-¿Confía en la ayuda que le puede brindar el Gobierno?
-Creo que se debe peticionar al gobierno, que nos colabore, que ayude a los productores, porque los pequeños productores, y los medianos son los que más trabajo damos a los cosechadores en épocas de vendimia.
-¿Se han sentido poco tenidos en cuenta por los gobiernos anteriores?
-Evidentemente la ayuda que nos han proporcionado no ha sido suficiente para superar las contingencias. Porque sino hubiéramos salido de la crisis. Algo evidentemente está fallando. Lo más preocupante es la escasa rentabilidad que le reporta al productor fabricar su vino y venderlo a un mayorista.
-¿Cuáles han sido, según su criterio, las causas que han generado el sobrestock de vino que produjo la gran crisis del sector?
-Si bien yo no soy un experto en cuestiones económicas, sino más bien un simple productor, entiendo que una de las razones ha sido una serie de decisiones equivocadas por parte de los gobiernos de turno, además de las condiciones económicas desfavorables para exportar. Estas situaciones se han combinado para que el vino un producto cada vez más difícil de vender y produzca menos ganancia.