Cobos, necesitado de protagonismo, sobreactuó su logro con el 82% móvil a los jubilados. Deberá, de aquí en adelante, hacer más política y menos show

A Julio Cleto le creció la nariz

Por UNO

Se terminó, y de la peor manera, el recreo del fútbol. Ahora hay que volver a hundirse,especialmente desde la política, en los temas sustanciales.

Uno de esos tantos temas es el de las asignaciones jubilatorias, cuya discusión, hoy, desnuda

todas las falencias y las miserias del modelo nacional.

Dichas miserias fueron disimuladas por los vapores embriagantes, por el exitismo que

destilaba la Selección de Diego.

Acabada la magia, vuelve la dura y pedestre realidad.

Y la dura realidad muestra el pésimo nivel de debate que padece la sociedad argentina, por

culpa de los actores públicos que militan en dos bandos irreconciliables: el oficialismo y la

oposición.

El escenario donde se está librando este duelo es el Congreso. La oposición busca allí

imponerle al Gobierno el reconocimiento del 82% móvil para la clase pasiva.

La esgrima y el intercambio de golpes son intensos. Y en ese horno fue a meter las narices el

vicepresidente Julio Cobos que, fiel a su estilo de los últimos tiempos, apoyó con entusiasmo la

postura de la oposición.

El resultado de su intempestiva intromisión fue que le enjaretaran un nuevo epíteto. Uno más,

de grueso calibre, entre los que viene cosechando desde el famoso voto no positivo.

El encargado de estigmatizarlo fue, esta vez, el ministro de Economía, Amado Boudou, que lo

tildó, primero, de "De la Rúa" y también, sin eufemismos, de "mentiroso" y "oportunista".

Sin poder contener su alegría por tal mandoble, se sumó a la descalificación el gobernador

Celso Jaque. Fue, para el mandatario mendocino, como saborear un manjar del cielo.

A Pinocho le crece la nariz

Por primera vez desde que el kirchnerismo se dedicó a vapulear sistemáticamente la figura de

Cobos mediante distintos motes denigrantes, la crítica tiene un sustento sólido.

Cobos mismo contribuyó a darle entidad al sablazo, sobreactuando una actuación política,

quizás urgido por recobrar protagonismo luego de algunas derrotas electorales internas ante su

competidor número uno en las presidenciales del radicalismo, Ricardo Alfonsín.

¿Qué dijo el vicepresidente que causó tanto revuelo? Que él, como gobernador de Mendoza, les

había dado a los jubilados el tan debatido 82% móvil.

Fue una exageración, sin duda. Infló un globo. Porque ese beneficio, como le recordó Jaque,

alcanza sólo a unos pocos, los jueces y los docentes (el 3,5% del total), y para ello cuenta con

apoyo de la Nación.

Los palos que le descargaron, por lo tanto, Boudou, Jaque y un ex discípulo jaquista, el

director ejecutivo de la ANSES, Diego Bossio, estuvieron justificados.

También la mentira oficial

Lo más triste de este triste debate es que ningún contendiente está a la altura de las

circunstancias.

Para empezar el Gobierno, el cual, para explicar que no puede extender el beneficio del 82% a

todos, machaca, una y otra vez, sus logros en esta materia afirmando, entre otras cosas, que ha

multiplicado por tres los haberes desde 2003.

Igual que los dichos de Cobos el dato es parcial, cuestionable y, si se quiere, mentiroso.

Muchos han realizado una lectura fina de las cifras. Entre ellos Jorge Oviedo, quien, pocos

días atrás, publicó un artículo en La Nación titulado "El superávit previsional no es para los

jubilados". Allí no sólo desnuda las quitas que están sufriendo los beneficiarios del sector pasivo

(sobre todo, los que aportaron toda su vida), sino también el despilfarro de su dinero. Por

ejemplo, para financiar Aerolíneas Argentinas o "para financiar actividades privadas". Así pues,

completa Oviedo, "el Estado, que es el dueño del banco más grande del país, financia proyectos

privados con el dinero de los jubilados".

La irresponsabilidad opositora

La oposición tampoco se comporta mejor.

Exigir, livianamente, el 82% móvil como está promoviendo en el Congreso, sin explicar el

financiamiento genuino del proyecto y su garantía de cumplimiento en los años venideros, es, por lo

menos, una actitud irresponsable.

Es demagogia ramplona.

¿Qué pretende, en el fondo?

Entre otras cosas, atraer la simpatía de la opinión pública, sin pagar las consecuencias de

tener que administrar el Estado.

Obedece, técnicamente, al teorema de Baglini: como la oposición se ve lejos, muy lejos

todavía, de las elecciones generales y, por ende, de la eventual llegada al poder, juega con fuego.

Juega a la ruleta rusa.

Por otro lado, busca incomodar al Gobierno. Al matrimonio Kirchner, que sobreactúa (como

sobreactúa Cobos) su progresismo y su política de redistribución de los ingresos, en verdad le

resulta contradictorio salir a militar un ajuste a la clase pasiva.

En suma, la oposición sabe que esto no prosperará. Pero apunta a que el Gobierno vete la

norma y pague, enterito, el costo político.

Cobos en el mismo barro

¿Por qué Cobos, que venía emitiendo opiniones prudentes y sensatas en los más variados

conflictos, se metió a chapotear, él también, en ese barro viscoso?

Probablemente porque se está quedando sin cuerda.

Le han rodeado el rancho. Pero no los kirchneristas, que cada vez que lo atacan lo hacen

crecer en las encuestas. Lo han hecho sus propios correligionarios.

Y con mejores armas que las suyas.

Porque, a medida que avanza al cronograma electoral, crecen los tiempos políticos.

Es esa una cancha ideal para los radicales tradicionales. Ellos aman el partidismo, la rosca,

el internismo, la ceremonia sagrada de las elecciones sin fin.

Ricardito Alfonsín pertenece a esa estirpe de radicales.

Cobos, por el contrario, es un outsider, un francotirador, un representante de la

pospolítica, que siempre basó sus éxitos en el cariño de la opinión pública, en el reconocimiento

directo de Doña Rosa a Don Cleto y no en el aguante de la tropa comiteril, a la que le tiene

alergia.

Así pues, Cobos jugó desmañadamente en las elecciones partidarias de Buenos Aires y Neuquén.

No se comprometió demasiado, pero igual le facturaron las derrotas.

Tampoco se mete en cuerpo y alma en su propio territorio, Mendoza, donde, todavía, es Gardel.

Después de haber ganado cómodamente las elecciones del año pasado, el radicalismo mendocino

se encuentra deshilachado, balcanizado según el capricho de distintos caciques como Cornejo, Sanz,

Iglesias, Jaliff, Fayad, Giner, Abed, etcétera.

Cada uno hace la suya, varios apuestan a Alfonsín y nadie garantiza una postura unificada

para marcarle la cancha al gobierno de Jaque.

Se están diluyendo, lentamente, para la UCR, los beneficios del triunfo en las urnas.

A Cobos se le termina el show, la vidriera de plumas y lentejuelas. Alumbra otro tiempo. Le

guste o no, tendrá que hacer política. Y de alto vuelo. Armar estructuras. Consolidar poder. De lo

contrario, su estrella solitaria, por simpática que todavía resulte, se apagará sin remedio.