En La Salinilla y El Nevado, en los confines del sur mendocino, Malargüe, cuando alguien pregunta por un agente sanitario, no hace falta dar el nombre completo. Todos saben que se trata de Evaristo del Carmen Pérez. O simplemente "Chicho".
En La Salinilla y El Nevado, en los confines del sur mendocino, Malargüe, cuando alguien pregunta por un agente sanitario, no hace falta dar el nombre completo. Todos saben que se trata de Evaristo del Carmen Pérez. O simplemente "Chicho".
Hace 32 años que recorre esos paisajes duros, muchas veces inhóspitos, donde el viento no descansa, el frío quema, y la vida se sostiene como se puede. A veces se traslada en colectivo, otras en su camioneta, en caballo prestado por algún vecino, o a pie. Nunca dejó de ir. Porque ser agente sanitario en esos parajes remotos, dice, “no es sólo curar una herida o llevar medicamentos”.
“Es acercar una bolsa de alimentos, repartir leña, ofrecer un rato de charla, e incluso, cuando ha hecho falta, cargar con el peso de un servicio fúnebre”, expone.
"Ser agente sanitario para mí significa ser el nexo de unión entre una comunidad y la zona urbana. Uno llega hasta ahí, se conecta con las familias y eso es muy valioso", explica. Y agrega con orgullo que logró construir confianza casa por casa, mate por mate.
Su zona de cobertura incluye el Distrito Agua Escondida, Paraje Salinilla —en el límite con La Pampa— y El Nevado, que linda con San Rafael. Está a cargo del Centro de Salud 182, bautizado en honor al doctor Diógenes Quiroga. La Salinilla, donde comenzó a trabajar en 1994, tenía por entonces unas 25 familias y 150 habitantes. Hoy quedan 44 personas en 23 familias. "La situación, el clima, los años de sequía han despoblado la zona rural. Los viejitos se murieron, los jóvenes se fueron. La pirámide está chata", describe.
"En Salinilla predomina el viento. Es parte del paisaje, y las heladas también. Estar a 10 grados bajo cero en invierno no es raro para nosotros", cuenta. La leña escasea, es fina, de arbusto, y la calefacción con gas resulta inaccesible.
"Uno ve esos fueguitos chiquitos y con eso se acostumbra la gente. Se adaptan a vivir con lo que hay, con un fuego pequeño, tratando de hacer durar la leña", señala.
La zona de El Nevado es aún más inhóspita. "Hace bastante que no voy porque quedan solo siete puestos, está a 200 kilómetros, es muy difícil llegar sin movilidad. Está a 2.300 metros de altura. La gente allá junta agua de lluvia en diques porque no hay agua corriente. Viven de sus cabras. Es una vida muy dura", advierte.
Cuando no tiene su camioneta depende del colectivo desde Malargüe hasta la posta, o del caballo prestado por algún vecino. Pero Chicho nunca deja de ir.
"Un supervisor me dijo una vez que un buen agente sanitario es la llave de un sector. Porque uno llega con gente de afuera, estudiantes o médicos, y la gente abre la puerta porque me conoce hace años. Una vez fui con una médica y le iba diciendo: 'Acá no vamos a pasar porque esta familia se levanta tarde', o 'aquí nos van a pedir tal cosa'. Y era tal cual. Ella no podía creerlo. Es que yo conozco a cada uno, los vi crecer, los vi en todas las etapas de su vida."
Chicho nació y se crio en la zona. Y aunque el trabajo empezó por necesidad, la vocación lo fue eligiendo con el tiempo. "Cuando empecé necesitaba trabajar, pero con los años el trabajo me fue haciendo. Hoy, si volviera a nacer, volvería a ser agente sanitario", asegura.
La lista de tareas que realiza podría llenar varias hojas: saca turnos, lleva medicamentos a domicilio, especialmente para ancianos que tienen obra social y no pueden viajar. "Algunos viven a 200 kilómetros, no pueden venir todos los meses a buscar tratamiento. Entonces yo les retiro los remedios en la farmacia y se los llevo", dice.
Durante la pandemia, se transformó en repartidor de alimentos. "Tenía una Toyota y la llenaba con mercadería. La gente me daba la plata y yo iba a comprar. A la semana siguiente volvía con todo. Cuando nadie podía salir, yo era el que iba y venía."
No faltan anécdotas emotivas. "Hay una parte linda de todo esto, que es llegar a una casa, tomar mate con un ancianito, compartir un asadito al fuego. Esa devolución que te hace la gente: una tortita, un pancito. Eso es impagable", señala con orgullo y una sonrisa.
En los años 90, cuando comenzó, muchas veces tuvo que ocupar el lugar de enfermero, chofer y hasta médico. "Tuve algunos casos en los que también hice de servicio fúnebre, porque no había movilidad. Acompañé a la policía a Malargüe y luego traje el cuerpo para su sepelio".
El centro de salud se encuentra sobre la ruta 180, a medio camino entre San Rafael y Rincón de los Sauces, y conecta con la ruta 186 que va hacia Agua Escondida. Desde allí a Malargüe hay 165 kilómetros.
Pese a todo, Chicho no se queja. Habla con respeto de su región, de su gente, de su trabajo. Y cuando se le pregunta qué es para él ser agente sanitario, responde sin dudar:
"Es mucho. Es estar pendiente de la necesidad del otro. Es conocer a cada familia como si fuera propia. Es saber que, aunque haya viento, nieve o soledad, hay alguien esperando que llegues", concluye.