El tsunami judicial que arrasa las orillas del poder en la Argentina trepó a un pico de tensión esta semana con la reaparición de Cristina Elisabet Fernández.
La ex presidenta es como es.
Se considera por encima del resto de sus connacionales. Y así se lo hace sentir, a cada paso, el fragoroso clan que la sigue, incondicionalmente, desde su etapa presidencial.
No podía ser, por lo tanto, la suya una presentación común y corriente ante el juez Claudio Bonadio, que la citó, el miércoles, por la causa del dólar futuro. La causa quizá menos comprometedora, en términos personales, de todas cuanto habrá de enfrentar Fernández de Kirchner.
El ritual, para la comparecencia, fue el mismo de los últimos ocho años: oratoria pasional ("con su gestualidad calcada de Andrea del Boca", diría Daniel Guebel), militancia ruidosa, soflamas, pancartas, folclore del "aguante" y presencia intimidante, parapolicial, de La Cámpora en cada una de las etapas de la ceremonia, incluso en los pasillos interiores de Comodoro Py.
Hubo una sola y sustancial diferencia respecto de años anteriores: la evaporación del peronismo no kirchnerista. El sigiloso retiro de escena de los gobernadores, obligados, antes, a rendirle pleitesía a Ella a cambio de una moneda para sus arcas siempre sedientas.
Fue, por lo tanto, una semana peronista. De un peronismo que comienza a sincerarse, firmemente, hacia adentro y hacia afuera.
La larga marcha de los fieles
Desde Mendoza, la agitación producida por la ex mandataria se contempló de manera más aplacada, en términos políticos.
Se entiende. Cristina pisaba fuerte en la provincia en tanto y en cuanto blandía su rama castigadora o su varita mágica de hada buena -depende- sobre el gobierno de un Paco Pérez mes a mes cada vez más dependiente.
Pero nunca terminó de consolidar una preponderancia legítima en las urnas a través de sus legiones sumisas. La Cámpora y sus allegados perdieron todas las elecciones, internas y generales, en el extensísimo calendario de votaciones que pasó.
Por lo tanto, el miércoles encabezaron la larga marcha del aguante sólo sus incondicionales: la senadora Anabel Fernández Sagasti, el diputado Guillermo Carmona (ambos cargos debidos al dedo de Cristina), Lucas Ilardo, etcétera.
El grueso del peronismo mendocino, dueño del poder jurisdiccional remanente y principal responsable de la reorganización partidaria, guardó prudente distancia, al igual que su pares en el ámbito nacional.
Lejos del tren fantasma
El PJ local sigue en estado semianárquico. No ha podido digerir, todavía, la defección de sus dos líderes formales: Pérez y Carlos Ciurca, gobernador y vice, respectivamente, de la administración saliente.
Tampoco alumbró un cabecilla sustituto. Ni alumbrará en breve.
Será un trámite lento. Laborioso.
En ese sentido, al encontrarse a la intemperie, respetan el grado de adhesión que aún conserva Cristina en el país: "Alrededor del 27% al 30%, un número que hoy el peronismo, como está, no puede darse el lujo de ignorar", señalan las voces más experimentadas.
¿Qué es lo malo de todo esto?
Que ese porcentaje pareciera un techo. Y la presencia pegajosa y molesta de La Cámpora como entorno privilegiado de Cristina.
"Estos muchachos son totalmente funcionales al actual gobierno nacional. ¿Qué más quiere Macri que tenerlos a ellos enfrente?", señalan.
Es evidente para esta línea de análisis que "los camporistas hacen la resistencia de la historia, el ideologismo del pasado. No discuten el presente. El presente es Macri. Y este es el punto a partir del cual debemos movernos, defendiendo nuestras banderas".
Hay un agravante mayor por delante: la presencia, en primera fila, en cada uno de los actos de Cristina, de personajes como Boudou, D'Elía, Sabbatella, Moreno... "¡Son el tren fantasma!", se horrorizan.
Hacia los líderes del siglo XXI
En resumidas cuentas, el peronismo entiende que debe dar y barajar de nuevo, pero tratando de no caer en la trampa que puede tenderle el macrismo: "Van a apostar a dividirnos en varias partes", advierten.
Tampoco quieren retornar a las fórmulas perimidas del pasado.
Por lo mismo, la lista de unidad que propone el partido, con José Luis Gioja y Daniel Scioli a la cabeza, se acepta como una fórmula de transición, para enojo de Jorge Capitanich, hoy altavoz recargado del kirchnerismo.
Gioja y Scioli conforman un binomio con llegada amable a casi todos los sectores internos pero sin gran proyección a futuro.
Los líderes que abrirán las puertas del nuevo peronismo, el peronismo del siglo XXI, aún están por verse.
En Mendoza pasa algo similar.
Quedan los núcleos duros en los departamentos: los Bermejo en Maipú, los Félix en San Rafael, Giménez en el Este, Righi en el Norte, Aveiro y compañía al pie de la montaña...
No hay muchos más nombres.
Deben empujar el carro.
Lo harán con el ánimo retemplado. Con la humildad que contagian las derrotas.
Salutífera actitud, dadas las circunstancias, pues, como indica Savater, "es bueno acostumbrarse a la intemperie, que según el clásico también es una forma de arquitectura".