El Gallego se mudó en 2012 y Gabriel hace unas horas. En la agenda no logro detectar qué es lo que fueron a cubrir. Vaya a saber a quién fueron a entrevistar.
No temo equivocarme.
Hay quienes eligen diferenciarse de manera elocuente de los demás, de su prójimo; son quienes adquieren ese inusual adjetivo de "distinguido" y cultivan virtudes, sin dudas, pero jamás el bajo perfil.
Otros, tan infrecuentes como los distinguidos, prefieren parecerse a los demás. Profieren una admiración respetuosa por el otro. La timidez o la introversión los caracteriza no como una impostura sino como una forma de andar la vida. Es el caso de este periodista de Nihuil que se fue sigiloso y en silencio.
Víctor Hugo, debieron decirle alguna vez, quizá en la escuela, o en el barrio. Víctor Hugo, igual que el escritor de los Miserables, igual que el hoy tan aludido exquisito relator. Sin embargo el prefirió confundirnos con otro casi homónimo.
Víctor Hugo Gabriel Busto (singular) figura en el bono de sueldo. Pero no en la firma de la nota y tampoco al momento de pedir una entrevista y charlar lo justo y necesario. Decir "me llamo Gabriel Busto" fue su decisión. Impidió así cualquier posible pomposidad a su figura, y tal vez fue la manera de desechar cualquier vanidad, por más pequeña que fuese.
Cuando decía alguien Gabriel Busto, inevitablemente lo asociábamos al Gallego, a Gabriel Bustos Herrera, uno de sus docentes de redacción, un maestro del periodismo. Una estrategia seguramente que elegía (Víctor Hugo) Gabriel para pasar lo más desapercibido posible.
Trabajó, según supe, en varios medios antes de presentarse en Nihuil. Fue colaborador de un programa en la trasnoche, algunos años antes de que al milenio se le ocurriera abandonarnos, y escribía en una revista ya desaparecida. Y sí, son demasiadas desapariciones como para citarla, también.
Un carácter áspero. Firmeza en sus posiciones y un cabal conocimiento de esto que llamamos genéricamente periodismo.
Me tocó en suerte incluirlo al plantel de Nihuil. Su seriedad y discreción perduraron hasta la última vez que lo vi, hace algunos días.
Doce años atrás el diagnóstico fue inapelable. Una enfermedad que le iría imposibilitando movilizarse, pero que mantuvo intactas sus facultades intelectuales. Una cárcel demasiado dolorosa para cualquier pensante.
Cuando tuvo alguna oportunidad, optó por huir de la fama y escabullirse del reconocimiento.
Eligió para enamorarse y casarse a Gabriela. Compañera que además comparte la vocación. Recuerdo la fiesta en el ACA, adonde participó también su hijo, Joaquín (como Sabina) un bebé por entonces, hoy un basquetbolista al borde de la secundaria que seguramente lo extrañará más que todos.
Gabriel hasta que pudo se ocupó de una de las áreas que mayor importancia le asignamos desde hace años en Nihuil: Línea pública. Un trabajo intenso y sin dudas, uno de los más exigentes. No abdicó a pesar de que sus dificultades motrices se fueron acentuando. Tampoco fue disciplinado consigo mismo en los tratamientos, prefirió cultivar su terquedad y un excesivo pudor hasta última instancia.
Tantos calendarios compartidos hacen suponer y acaso sólo suponer que el afecto no dicho igual califica. Pero siempre cotiza mejor el que se demuestra, como el que cada día le otorgaba Matías ayudándolo a doblar la silla y emprender el retorno; también Sebastián, Gustavo, Pablo, Carina, Evangelina, Cristian y los muchos de los que me olvido.
Víctor Hugo Gabriel Busto se fue. Discretamente se fue, y será difícil distinguir qué lugar ocupará, pero aunque se haya esforzado para que no, el vacío en producción será notable.