Contra los justificadores seriales

Por UNO

No conforme con la enseñanza que postula "no se queje si no se queja", apelé por primera vez al mentado libro de quejas. No se trató de un arrebato. En el capítulo anterior, tres justificadores seriales proporcionados por el comercio en cuestión no habían logrado su cometido: convencerme de que el equivocado era yo.

Un minúsculo cartelito en atención al cliente me recordaba que estaba a mi disposición el artefacto indicado para descargar el descontento. Primer ruido: en realidad no estaba ni a la vista ni a la mano.

Luego de un largo periplo de búsqueda, con su peor sonrisa, la recepcionista me extendió el libro (bah, cuadernito de tapa dura y gracias).

Quizás especulaba con que la demora menguaría mi ira interna. Error. Más ágiles se movían mis dedos esperando poner negro sobre blanco las razones de mi acalorado reclamo.

Mientras ordenaba las ideas, aproveché y semblanteé lo escrito por un puñado de socios en el infortunio. No me interesaban los detalles, pero sí el tono. En ningún caso se recurría al insulto o a frases violentas. Lo que campeaba era un enojo que bordeaba la frustración.

El circuito previo es de manual. Uno plantea su problema. El otro escucha y da su devolución. Y si la respuesta ni los argumentos son convincentes, el camino de vía única conduce a ese "instrumento destinado a mejorar las relaciones entre consumidores o usuarios, y proveedores de bienes o servicios".

De tener voluntad de honrar "la atención al cliente" o la marketinera "posventa", ahí nomás me hubieran llamado, me habrían pedido disculpas por el trato descortés y tal vez me hubieran convocado a una reunión, ahora sí cordial, para acercar posiciones. Negativo barra cero.

Sí, en cambio, casi a diario me bombardean con encuestas telefónicas, me invaden con mails despersonalizados y de una u otra forma me quieren hacer sentir que soy parte de la "familia" de... (evito mencionarlos para no darles publicidad gratis, ni siquiera de la negativa).

Podrán imaginar mi respuesta en esas ocasiones. ¿Qué reclamaba? Una minucia, un tema menor: que respetaran lo acordado.