El fallecimiento de Fabián Tomasi golpeó con fuerza a quienes luchan para que no se siga envenenando a la gente con agrotóxicos. Las imágenes arrolladoras que habitualmente compartía en su muro de Facebook calaban hondo en los sentidos de cualquiera, mostrando su cuerpo derruido por los pesticidas que lo intoxicaron para siempre mientras trabajaba en una empresa de fumigación aérea, realizando la tarea de abrir los envases con distintas sustancias, entre ellas glifosato.

Contó en varias oportunidades que dejaban los bidones al costado de la avioneta, para volcarlos en un recipiente de 200 litros que mezclaban con agua, y enviaban el preparado a través de una manguera para que la aeronave rocíe los campos sembrados con soja. No contaban con ningún elemento de seguridad y estaban expuestos así a la muerte que los rondaba. Los médicos le diagnosticaron una polineuropatía tóxica metabólica severa, que le causó una disfunción de una parte del sistema nervioso. Fue en 2005 y le dieron seis meses de vida. No obstante, vivió 13 años y luchó para crear conciencia sobre los efectos de los agrotóxicos.

Recibió el apoyo de miles de seguidores de todo el mundo, y en su casa de Basavilbaso abrió las puertas a los medios de comunicación internacionales que buscaron su testimonio para hacer visible lo que tantos productores agrícolas se esfuerzan en tapar en un mundo donde el dios del dinero pretende mandar, desde una lógica perversa y asesina: el glifosato es capaz de matar, no es inocuo y afecta la salud de las personas. Tantas veces lloró de impotencia Fabián sintiendo perdida su pelea contra la ignorancia y la desidia de los gobernantes y legisladores que miran hacia otro lado, sin brindar políticas certeras para proteger el impacto de estos modos nocivos de cultivo. Sin embargo con su combate, silencioso a veces y a viva voz otras, logró difundir las consecuencias que la fumigación con estos componentes produce en la gente, y sus palabras hicieron mella sin dudas en multitudes que se sumaron a su causa.

Reconocido en todo el país, admirado por su entereza y su resistencia, levantó las banderas de la dignidad y su mensaje llegó a lugares insospechados. Le dolían a veces las manos, otras las piernas, y también con más frecuencia el alma y el corazón. Las veces que no tenía siquiera fuerzas para secarse las lágrimas, su mamá Betty le acariciaba el rostro con un pañuelo para mitigar la tristeza. Fue su sostén incondicional, junto a su hija Nadia. Era atento, respetuoso y amable, y ostentaba un humor cargado de ironía.A sí mismo se llamó Amaranto, y tal como la planta que logró generar anticuerpos a la fumigación que se llevaba a cabo en campos de soja en Estados Unidos, invadiendo las sembradíos sin dejarlas crecer, resistió a los embates de un modelo focalizado en obtener mayores ganancias sin contemplar el daño que ocasiona. Ayer tantos lloraron su partida, pero sin dudas su legado se seguirá expandiendo hacia todos los horizontes. Fabián era un emblema y lo seguirá siendo. Algún día será una lucha ganada.

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Foto gentileza Pablo Piovano
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