Por Rosana Villegas
El mandato social del que nadie parece hacerse cargo indica que primero es necesario transitar los laberintos de una pareja para luego –de haber sido exitoso en esa empresa–, pensar en la posibilidad de ser padres. Daniel Rueda (45), conocido abogado que se convirtió en gestor cultural y hoy dirige su propia galería de arte en Mendoza, hizo el camino inverso y desde su deseo de ser papá rompió ese esquema y se convirtió en el primer argentino que a través de la adopción internacional fundó una familia monoparental al adoptar él sólo a dos hijos en Haití. Hace 5 años comenzó este sueño y recién en febrero logró abrazarlos. Este domingo, todos festejan el Día del Padre.
–¿Cómo surgió ese deseo de ser papá solo, sin que exista una pareja en el proyecto?
–No surgió, es un deseo que convivió conmigo. Cuando lo pude visualizar, me di cuenta de que no quería pasar por esta vida sin ser papá y hace 5 años, cuando cumplí los 40, me decidí. Yo resolví mi paternidad antes de resolver lo afectivo de una pareja. Me lo planteé y me dije: ‘¿Porqué no?’
No fue fácil porque tenemos internalizados los mandatos de que uno conoce a alguien, se enamora, se casa y tiene hijos. Y en mi vida, ese orden se dio de otra manera y lo acepté así.
Todo eso me llevó un proceso, hice psicoterapia profesionalmente y he trabajado muchísimo mi paternidad, hasta que decidí adoptar, dentro de un sinnúmero de posibilidades.
–Tomada la decisión, ¿por qué adoptó por vía internacional?
–Como abogado pude ver las dos maneras del proceso de adopción. En Argentina, sin criticar el sistema, creo que es perfectible. Cuando vi el tiempo que me podía demandar hacerlo acá –tengo amigos que están en lista de espera desde hace 10 años–, pensé: ‘Yo no sé quién va a ser Daniel Rueda dentro de 10 años’. No supe responderme si a los 50 iba a tener la fuerza y las ganas que tengo hoy. La decisión estaba tomada, pero el sistema no me acompañaba.
Ahí empecé a navegar en foros por internet y di con una argentina, Mabel García, que en ese momento vivía en Dubai y estaba en un proceso de adopción internacional monoparental. Ella me confirmó que podía tardar de un año y medio a tres años, y me contó que su abogada atendía en Mendoza: así llegué a Fabiana Quaini, que me asesoró mucho. Yo sabía que por estar solo se iba a demorar un poco más. Primero tenía que conseguir que un juez nacional me considerara idóneo y después salir apto en peritajes psicológicos y sociales. Hasta me pidieron un examen de HIV, pero el papeleo nunca me asustó. Mientras, averiguamos en Colombia y aparecieron posibilidades de adoptar en Costa de Marfil, pero justo había un nuevo impacto de guerra civil y siempre que hay siniestros internacionalmente se suspenden las adopciones.
–¿Y cómo llegó a sus hijos?
–Con ese certificado judicial, empezamos a ver dónde podíamos adoptar y me contacté con orfanatos de Haití. En algunos directamente contestaban que no les interesaban las familias monoparentales, pero en medio de la negativa, dimos con un orfanato evangélico, que era donde estaban mis hijos y les envié la solicitud con toda mi documentación. En Haití, la prioridad del niño está por encima de todo, por eso el orfanato le propuso al Instituto de Bienestar Social que yo fuera un papá adoptante. Ellos consideraron criterioso que adoptara a los dos hermanitos que habían llegado allí tras el terremoto del 2010 con 1 y 3 años. Por la catástrofe, hubo denuncias de tráfico de niños, por lo que un requisito era que el presidente tenía que dar la venia y firmar mi trámite de adopción.
–Después de tanta gestión, es imposible eludir la ansiedad de verlos ¿cómo fue el encuentro?
–Antes de viajar, me comunicaba con ellos por Skype y siempre me preguntaban cuándo iría a buscarlos. Recién el 20 de diciembre de 2014 me confirmaron que estaba todo perfecto y que podía ir. Increíblemente, el día del viaje cancelaron el vuelo a Buenos Aires y perdí todas las conexiones. Por el paquete que conseguí llegué a Santo Domingo (República Dominicana) a un aeropuerto y debía salir de otro, lo que me hizo perder el vuelo. Estaba desesperado y llamé a la aerolínea Más que era la que me llevaba a Puerto Príncipe (Haití) y le pregunté a la mujer que me atendió “¿Usted es mamá?”, y le expliqué todo, y me respondió: “Yo soy haitiana”. Habló con el dueño de la aerolínea y me consiguió una avioneta con 14 personas, fue un periplo, pero cuando llegué y vi a Mackenson (8) y a Emmanuel (6), y vinieron corriendo a abrazarme y me dijeron “papá”, me olvidé de todo lo pasado.
–Más allá de lo planeado, de repente estaba en Mendoza y era papá de dos niños de 6 y 8 años, ¿cuál fue el principal desafío de ser padre solo?
–Son chicos muy buenos, no me lo han hecho difícil. Hay que pensar que estamos armando una historia familiar entre tres desconocidos, pero va fluyendo. Lo dificultoso llega cuando te asaltan las dudas sobre la crianza y tenés que consultar. Yo consulto mucho a profesionales, pero cuesta no tener a tu pareja y entre ambos definir qué decisión tomar, o por dónde llevar la crianza. Igualmente, no he tenido más dificultades que las que debe enfrentar cualquier papá a diario.
–¿Cómo se da la comunicación en la familia? ¿Qué idioma usan?
–Ellos hablan creole, que es un francés criollo, pero también hablan inglés perfectamente, porque en el orfanato les enseñaron desde pequeños. Así es que nos comunicamos en inglés y de a poco van incorporando el español. Yo se lo respeto, hay días en que llegamos a casa y me sientan para enseñarme francés.
–Llegaron antes de que comenzaran las clases, otro desafío debió ser tomar la decisión de escolarizarlos y definir a dónde irían...
–Fue todo un desafío. Tuve una reunión en una escuela privada católica de la que me habían hablado muy bien. Ahí fui recibido con una frase que me va a acompañar toda la vida: “Dios te ha enviado”, me dijo la directora, pero en plena entrevista me planteó: ‘¿Qué opina la mamá de todo esto? y le dije: “No hay mamá. Es una adopción monoparental, yo quiero darles amor a estos dos niños, y soy un papá solo”. Hubo unos minutos de silencio y me respondió: “No hay problema, tenemos unos papás viudos” y les contesté: “En nuestro caso no había una mamá muerta”. Conclusión nunca me llamaron para asignarnos los bancos y ahí decidí que la escuela iba a ser pública y laica. Los inscribí en la Presidente Quintana y estoy encantado con el trato que reciben de los docentes y directivos. Hoy hacemos las tareas juntos, yo les traduzco las consignas al inglés, las comprenden y las escribimos en español.
–¿Pensó que podían ser discriminados?
–Muchos me hablaban de discriminación porque son de otra etnia y me decían que no iban a hablar fonéticamente correcto, pero los que discriminamos somos los mayores, los niños juegan. Ellos hablan como cualquier extranjero que está aprendiendo español y Mackenson ya aprendió a leer. Están adaptándose muy rápido. Ambos estaban como locos cuando les tocó pasar a la Bandera.
–¿Esta es la familia y la vida que querías?
–No sé si es la vida que quería, pero me gusta mucho más este Daniel que el anterior, porque este Daniel es papá. Ellos saben que soy su papá del corazón, pero no sabés lo emocionante que es estar comiendo y que ellos me pidan un brindis por esta familia.
►Cambio de vida. Daniel Rueda es de General Alvear y vino a la ciudad para ser abogado. Se recibió y ejerció, pero a los 35 años dejó la carrera para volcarse a la gestión cultural y a la difusión de las artes visuales en el ámbito nacional e internacional, camino que recorre desde hace 10 años. En 2012 inauguró su propia galería de arte y en 2013 ese espacio fue premiado en la feria de arte EGGO como mejor propuesta por el público en el Centro Cultural Recoleta y seleccionada por la prensa azteca como Top 5 en la Affordable Art, en México.