Por Manuel De Paz

Hay puestos políticos en los que sus ocupantes están condenados a que los quieran poco o directamente a que los terminen detestando. Uno de esos cargos es el de jefe de Gabinete del Gobierno nacional.

Esa figura fue creada tras el Pacto de Olivos de Raúl Alfonsín y Carlos Menem a fin de que el muñeco/a que ocupase ese lugar pasara a convertirse en quien recibiera buena parte de los cachetezos dirigidos al primer mandatario. Una especie de puchimbol humano.

Dicho sea de paso: en estas épocas de empoderamiento de las mujeres, ¿por qué será que en 25 años de jefes de Gabinete ninguna mujer ha ocupado ese cargo y ni siquiera se ha especulado con que Juana o María pudiesen hacerse de dicho puesto? Y mire que hay mujeres con agallas y con conocimiento político. Raro. Bueno, sigo.

¿Quién soy?

Quizás quien más avaló en todos estos años esa idea de que el jefe de Gabinete debía ser un pararrayos presidencial fue Mauricio Macri, quien llegó a decir que su jefe de Gabinete, Marcos Peña, era "sus ojos, sus oídos y su boca". Es decir, "Peña soy yo". O "si le pegan a Peña, me pegan a mi".

Yo no sé por qué la gente con poder (presidentes, gobernadores) sigue diciendo esas cosas que tarde o temprano se les vuelven en contra.

¿O no se acuerdan ustedes cuando el gobernador Arturo Lafalla reestrenó la frase al decir con énfasis: "Alejandro Cazabán soy yo" con lo que quiso apalancar a su ministro de Seguridad, por entonces una especie de Joven Maravilla al que Lafalla le veía futuro de político brillante.

Todo verdor perecerá 

Quien más quien menos, todos saben cómo ha terminado en la consideración política el jefe de Gabinete, Marcos Peña. Ahora, los ojos, los oídos y la boca que usa son sólo los suyos. Y ha quedado medio chicato, sordo y tartamudo.

Peña usó y abusó de ese poder al punto de creerse el fundador de una nueva era donde la política ya no era eso de pactar, convencer, dialogar, adelantar y retroceder a diario según las circunstancias, sino un sitio más virtual donde podíamos convencer a los demás sin necesidad de tanto debate sino bajando línea en las redes sociales y convenciendo a 10 personas por día como si fuésemos militantes del Viet Cong. 

El nuevo puchim

Santiago Cafiero es el número puesto para ser el nuevo Marcos Peña desde el 10 de diciembre. ¿Tendrá pasta de puchimbol?

Nieto del legendario Antonio Cafiero e hijo de Juan Pablo Cafiero (otro que supo ser promesa en el peronismo), Santiago (40) ha trabado con el presidente electo Alberto Fernández "un vínculo de confianza imperturbable", según afirman algunos exagerados del periodismo porteño.

Fue viceministro de Desarrollo Social en la gobernación de Daniel Scioli y concejal de San Isidro, donde fracasó en su intento de ser intendente. Con Alberto entablaron amistad  hace dos años al trabajar ambos en la campaña de Florencio Randazzo, cuando Cristina todavía estaba en las antípodas del peronismo buscado por ellos.

Marcos Peña tenía un fuerte ascendiente sobre Macri. Era como el disco duro de una computadora llamada Macri.

Ahora, los datos de la realidad muestran a un Alberto Fernández con un plafond político muy distinto al de Macri. Paradojicamente, su gran aprendizaje, su master como político, fue como jefe de Gabinete de Néstor Kirchner.

Queda por ver ahora qué tipo de puchimbol será Santiago Cafiero (¿recoleto, frontal, negociador de pico y pala, calentón, zorro?) y cuánto del ADN renovador de su abuelo Antonio le ha prendido en sus venas y neuronas.