Miguel García Urbani
Daniel Moyano fue secuestrado el 12 de mayo de 1976 en Guaymallén. La artista local Vilma Rúpolo lo recuerda.
Daniel Moyano fue secuestrado el 12 de mayo de 1976 en Guaymallén. La artista local Vilma Rúpolo lo recuerda.
Miguel García Urbani
El único modo de llegar a alguna parte donde entrever y sentir es oír con cuidado los testimonios, estar atentos y escribir llevando las sensaciones a la punta de los dedos, los mismos que se estiran para alcanzar las facciones de algún desaparecido. A veces se puede y la tinta lograr dibujarlos para saber de ellos.
La de Daniel Moyano es una de esas vidas que comienzan a aflorar entre las letras con ambientes y colores cotidianos cuando las manos hacen su trabajo entre las cosas de un pasado no muy lejano.
En los años \'70, la escuela de periodismo de Mendoza o Escuela de Comunicación Colectiva, como se llamaba entonces, era un lugar para aprender un oficio y también para la militancia. Allí, Jorge Daniel Moyano, ese flaco alto “de ojos grandes y alargaditos”, como lo recuerda su compañera de banco, la bailarina Vilma Rúpolo, reía siempre de costado y hablaba todo el tiempo de las cosas que debían cambiar.
Daniel fue secuestrado el 12 de mayo de 1976 en el barrio Santa Ana, en Villa Nueva, Guaymallén, en Chile 6565, donde vivían sus amigos Víctor Manuel Sabatini y Lucía Alegrini. Pertenecían al trágico grupo de mayo del \'76. Los tres cayeron dentro de aquel gran operativo que en cuatro madrugadas terminó en distintos lugares del Gran Mendoza con la vida de una decena de muchachos del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) que permanecen desaparecidos.
La caída del PRT en Mendoza, que tenía una mínima estructura integrada por el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y la Juventud Guevarista, fue un asunto sencillo para los represores. En pocas horas y en operativos conjuntos del Ejército y la Policía de Mendoza, entre el 12 y el 16 de mayo de 1976 terminaron con una organización que no ofreció resistencia. Era un puñado de veinteañeros cuya mayor actividad “subversiva” fue volantear entre los obreros de las fábricas de cemento de Las Heras, estudiar Historia Argentina en la casa de un médico de Maipú o pegar carteles en los plátanos y carolinos de las calles de Mendoza pidiendo justicia por la muerte de Amadeo Sánchez, estudiante de periodismo.
“El verdadero camino de la militancia” “Una noche de inverno estábamos en le escuela de periodismo con Daniel y Vivi Suárez (Virginia Adela Suárez, también desaparecida) y nos llegó la noticia de que habían encontrado muerto a nuestro compañero de estudio Amadeo Sánchez, en Canota, con 22 balazos. Como Amadeo no era de aquí nos iban a entregar el cadáver a nosotros”, recuerda Vilma Rúpolo, bailarina y coreógrafa mendocina que entonces estudiaba periodismo por las noches y que no puede olvidar la impresión que le causó aquella noticia.
Vilma, Daniel Moyano y Vivi Suárez decidieron hacer una revista para comunicar lo que pasaba y la llamaron Amadeo Sánchez. “También fabricamos unos carteles grandes que decían sencillamente ‘Mataron a Amadeo Sánchez’ y los pegamos en los árboles grandes del centro. Allí comenzó el verdadero camino de la militancia con Daniel”. Vilma Rúpolo recuerda una anécdota, típica de aquellos años de terror, con ternura inocente: “Una vez que con Daniel nos salvamos juntos, estábamos pintando una pared cerca de la iglesia del Carmen. Pasó un taxi que rondaba, se detuvo un largo rato, desde adentro nos miraban, sabíamos que algo malo podía pasar, así que nos abrazamos como si fuésemos una pareja, estuvimos así hasta que el auto se fue”. Con los años alguien le confesó a Vilma que él aquella noche estaba dentro de ese taxi, en el que también viajaba un policía, que la reconoció y desalentó al policía para que no se los llevara. “Esa noche tuvimos mucho miedo pero nos salvamos”. Vilma, quien también fue secuestrada, torturada y estuvo varios años detenida durante la dictadura, dice que siempre sueña con sus amigos desaparecidos, que va por calle Paso de los Andes y en una esquina está Vivi Suárez que la mira cómplice como diciéndole que siga por allí, que vaya tranquila, que está todo bien. “En la otra esquina siempre está Daniel, que se me aparece, alto y flaco, y me sonríe de costado como si nunca hubiera pasado nada”.La muerte en la sede del D2 Una testigo detenida en el D2 –su nombre se preserva en esta crónica– entre sesión y sesión de tortura era “utilizada” por las patotas policiales para servir la comida y el yerbeado a los detenidos, lo que le dio la oportunidad de entrar a las celdas y ver a Moyano. Estaba moribundo, cuenta en su declaración, se estaba muriendo en la celda. “Supe que era él porque lo vi la noche que lo trajeron, espié a través de la mirilla de la puerta y vi cómo le pegaban en el pasillo. Dijo su nombre como para que nosotros lo escucháramos. En el pasillo lo interrogaron y después lo tiraron en una celda. Allí le pegaban contra la pared, él caía, lo levantaban y le volvían a pegar”.
Un día, sirviendo el yerbeado lo vio en su celda y supo que era la misma persona a la que le habían pegado en el pasillo y que había gritado su nombre. “Estaba moribundo”, cerró.