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Martín Losteau, ex ministro de Economía de Cristina, escribió una columna en el diario La Nación. Ahora que ya no es el niño mimado del Gobierno parece un verdadero opositor.

Parece mentira Martín

Por UNO

Esta es la columnacompleta que escribió Martín Lousteau para el diario La Nación:

Desde hace un tiempo pareciera que el estándar de calidad de aspectos muy profundos de

nuestra sociedad disminuye a un ritmo vertiginoso. El crecimiento económico apenas si alcanza a

enmascarar este doloroso proceso.

Se nos antojan muy lejanas ya las elecciones legislativas de 2005, cuando Rafael Bielsa ganó

una diputación por la Ciudad de Buenos Aires y después amagó con no asumir para irse como embajador

a París. En aquel entonces la opinión pública reaccionó con indignación y Bielsa prefirió sentarse

en su banca. Que alguien recién votado no respetara su compromiso parecía poco menos que un fraude.

Apenas cuatro años más tarde, asistíamos con pasividad a las denominadas candidaturas

testimoniales. Ni siquiera hacía falta ya la tentación de otro cargo: esta vez sabíamos desde antes

de los comicios que los postulantes no aceptarían las responsabilidades para las cuales la

ciudadanía los seleccionaría. Así, por ejemplo, en la provincia de Buenos Aires la lista de

candidatos estuvo encabezada por Néstor Kirchner, Daniel Scioli y Sergio Massa, ninguno con

verdaderas intenciones de cumplir un rol en el Congreso. Y el primer integrante no testimonial del

listado era -¡vaya paradoja!- Nacha Guevara, quien de todas maneras terminó renunciando a su banca

antes de jurar.

De similar manera, desde hace unos años venimos aceptando que el Presupuesto Nacional,

principal herramienta de planificación de la acción estatal, sea ficticio por la naturaleza

intencionalmente errada de sus proyecciones. En su ejercicio para 2010, el Poder Ejecutivo

subestimó los recursos y fuentes de financiamiento en nada menos que 80.000 millones de pesos. Se

trata de 2000 pesos por habitante que se extraen de la sociedad sin reconocerlo previamente, y que

luego se encuentran disponibles para gastar de manera discrecional. Y para 2011, la magnitud de

esta subestimación superará los 100.000 millones.

Por si ello fuera poco, este año su discusión estuvo atravesada por inexplicables conductas

por parte de diputados de casi todas las bancadas, seguidas por acusaciones de compra de

voluntades. Esto no es nuevo: ya ocurrió con la famosa "Banelco" en el gobierno de Fernando de la

Rúa. Pero es llamativo nuestro aparente acostumbramiento a situaciones otrora inaceptables. En

aquella oportunidad el escándalo hirió de gravedad a sus responsables; hoy ni siquiera parece

llamarnos demasiado la atención. Como si aquel clamor para que se fueran todos hubiera sido

reemplazado por otro que dijera "como al final se quedaron casi todos, es lógico que también puedan

hacer cualquier cosa".

Desafortunadamente, esta degradación no es sólo referida a la política sino que se extiende a

múltiples ámbitos. Ya no nos preocupan la calidad de los medios, ni de los jueces, ni de los

empresarios, ni de los gremialistas, ni de los intelectuales. Que la buena práctica informativa sea

rehén de los intereses corporativos, que la Justicia dicte fallos que contradigan no sólo el

espíritu de la ley sino el más mínimo sentido común, que los empresarios acepten y hasta promuevan

ciertas prácticas por temor a inspecciones impositivas, que las obras sociales utilicen

medicamentos adulterados, o que los intelectuales alteren sus posturas a cambio de prebendas, ya no

parece provocarnos ni siquiera el más mínimo asombro.

Tal vez, al desentendernos de esta situación estemos intentando mitigar la pena que nos

genera. O quizás nos consolemos pensando que todos esos defectos son, en realidad, ajenos.

Lamentablemente los argentinos no somos una sociedad de virtuosos cooptada por extraterrestres

inescrupulosos que ocuparon el lugar de nuestra dirigencia. Por el contrario, esta última también

nos refleja.

Si al mirarnos al espejo éste nos devuelve una imagen que no nos gusta, de poco sirve cerrar

los ojos, enojarse con el fabricante por supuestas distorsiones o romperlo a mazazos. La única

alternativa es trabajar sobre nosotros mismos, buscando mejorar un poco cada día.