nuestra sociedad disminuye a un ritmo vertiginoso. El crecimiento económico apenas si alcanza aenmascarar este doloroso proceso. Se nos antojan muy lejanas ya las elecciones legislativas de 2005, cuando Rafael Bielsa ganóuna diputación por la Ciudad de Buenos Aires y después amagó con no asumir para irse como embajadora París. En aquel entonces la opinión pública reaccionó con indignación y Bielsa prefirió sentarseen su banca. Que alguien recién votado no respetara su compromiso parecía poco menos que un fraude. Apenas cuatro años más tarde, asistíamos con pasividad a las denominadas candidaturastestimoniales. Ni siquiera hacía falta ya la tentación de otro cargo: esta vez sabíamos desde antesde los comicios que los postulantes no aceptarían las responsabilidades para las cuales laciudadanía los seleccionaría. Así, por ejemplo, en la provincia de Buenos Aires la lista decandidatos estuvo encabezada por Néstor Kirchner, Daniel Scioli y Sergio Massa, ninguno converdaderas intenciones de cumplir un rol en el Congreso. Y el primer integrante no testimonial dellistado era -¡vaya paradoja!- Nacha Guevara, quien de todas maneras terminó renunciando a su bancaantes de jurar. De similar manera, desde hace unos años venimos aceptando que el Presupuesto Nacional,principal herramienta de planificación de la acción estatal, sea ficticio por la naturalezaintencionalmente errada de sus proyecciones. En su ejercicio para 2010, el Poder Ejecutivosubestimó los recursos y fuentes de financiamiento en nada menos que 80.000 millones de pesos. Setrata de 2000 pesos por habitante que se extraen de la sociedad sin reconocerlo previamente, y queluego se encuentran disponibles para gastar de manera discrecional. Y para 2011, la magnitud deesta subestimación superará los 100.000 millones. Por si ello fuera poco, este año su discusión estuvo atravesada por inexplicables conductaspor parte de diputados de casi todas las bancadas, seguidas por acusaciones de compra devoluntades. Esto no es nuevo: ya ocurrió con la famosa "Banelco" en el gobierno de Fernando de laRúa. Pero es llamativo nuestro aparente acostumbramiento a situaciones otrora inaceptables. Enaquella oportunidad el escándalo hirió de gravedad a sus responsables; hoy ni siquiera parecellamarnos demasiado la atención. Como si aquel clamor para que se fueran todos hubiera sidoreemplazado por otro que dijera "como al final se quedaron casi todos, es lógico que también puedanhacer cualquier cosa". Desafortunadamente, esta degradación no es sólo referida a la política sino que se extiende amúltiples ámbitos. Ya no nos preocupan la calidad de los medios, ni de los jueces, ni de losempresarios, ni de los gremialistas, ni de los intelectuales. Que la buena práctica informativa searehén de los intereses corporativos, que la Justicia dicte fallos que contradigan no sólo elespíritu de la ley sino el más mínimo sentido común, que los empresarios acepten y hasta promuevanciertas prácticas por temor a inspecciones impositivas, que las obras sociales utilicenmedicamentos adulterados, o que los intelectuales alteren sus posturas a cambio de prebendas, ya noparece provocarnos ni siquiera el más mínimo asombro. Tal vez, al desentendernos de esta situación estemos intentando mitigar la pena que nosgenera. O quizás nos consolemos pensando que todos esos defectos son, en realidad, ajenos.Lamentablemente los argentinos no somos una sociedad de virtuosos cooptada por extraterrestresinescrupulosos que ocuparon el lugar de nuestra dirigencia. Por el contrario, esta última tambiénnos refleja. Si al mirarnos al espejo éste nos devuelve una imagen que no nos gusta, de poco sirve cerrarlos ojos, enojarse con el fabricante por supuestas distorsiones o romperlo a mazazos. La únicaalternativa es trabajar sobre nosotros mismos, buscando mejorar un poco cada día.