La tolerancia favorece la inclusión, mientras el autoritarismo provoca indefectiblemente laexclusión de quienes eligen formas de vida "indeseables". A esta altura de la historia argentina, la porción de la sociedad que acepta las relacionesde pareja sin importar la condición sexual de sus integrantes es mucho más amplia que el universode homosexuales que convive con las normas del matrimonio pero tiene vedado el reconocimiento delEstado a los derechos que le corresponden como tal. Es decir, la elección "rara" de una minoría estolerada por un sector de la mayoría "normal". Al mismo tiempo, un sector de los "normales" sostiene una postura intolerante frente a la"normalización" legal de una elección de la minoría en base a convicciones de orden moral yreligioso que nadie debería desconocer si no quiere ganarse una estadía eterna en el infierno. Loshomosexuales son enfermos, según los promotores de la intolerancia de la igualdad de derechos paraquienes desvían su elección sexual del modelo establecido. El imperio de ese esquema de tratamiento de las minorías, con una base de sustentación socialmucho más grande que en la actualidad, no pudo evitar que la homosexualidad fuera una opción ciertapara muchos individuos de la sociedad. La imposición cultural de la discriminación no fue capaz deevitar el crecimiento del universo de personas dispuestas a pagar el precio social de la elecciónsexual libre. A pesar de todos los castigos sociales y sin ninguna ley que ampare el más mínimo derecho aconvivir con una pareja del mismo sexo, las uniones homosexuales de hecho son moneda corriente enla sociedad argentina. Es más, cada vez es más natural la inserción de dos homosexualesconvivientes entre los vecinos y la aceptación lisa y llana en los ámbitos laborales. Cuando una pareja de homosexuales sube a un colectivo, asusta a menos pasajeros que doslaburantes con ropas sucias y pinta de "villeros". La elección sexual contraria a la definida porlos genitales, dejó de ser una causal de condena sin derecho a defensa en casi todos los ámbitos. Sin embargo, el Estado sigue sin reconocerle a los homosexuales el derecho a contraermatrimonio y a ordenar la relación de pareja bajo el paraguas jurídico previsto para las unionesentre heterosexuales. Mientras que la Iglesia católica, a la cabeza de otras institucionesreligiosas, radicaliza su intolerancia más allá de los límites extremos que permite la convivenciasin medir consecuencias. Una ley que unifique los derechos para los matrimonios sin discriminación de la sexualidad delos integrantes le solucionaría la vida a miles a argentinos que hoy son víctimas de ladiscriminación. Ahora, si la presión de la Iglesia, las limitaciones culturales, ideológicas o religiosas delos senadores, la sumisión a los dictados de las encuestas o la intención de sacar rédito políticocon el tema impiden que el Senado convierta en ley el proyecto que ya fue aprobado por Diputados,las parejas homosexuales no van a desaparecer. Perfeccionarán las trampas para conseguir decualquier manera algunos de los derechos negados por el Estado. El sexo de hombres con hombres y de mujeres con mujeres no desaparecerá como opción, al igualque el amor y la posibilidad construir una familia desde una relación homosexual. Todos o la granmayoría de ellos se criaron con mamá (nena) y papá (nene), una situación que no les impidiópreferir las relaciones con parejas del mismo género antes que las auspiciadas por losintolerantes. Sea cual sea el resultado de la votación en el Senado, de este debate saldrá fortalecida latolerancia de las elecciones individuales desapegadas de los parámetros de la moral y las buenascostumbres que justifican la intolerancia. Los comportamientos culturales no se imponen ni seerradican por ley. En todo caso, a través de la legislación, se reprimen o se reconocen, según seamás rentable.