Enrique [email protected]
Ella utilizaba el DNI de su esposo para cubrir a su amante en un hotel. Él la descubrió y ambos terminaron presos. Otra increíble historia de las crónicas insólitas de Mendoza. Por Enrique Pfaab.
Ella utilizaba el DNI de su esposo para cubrir a su amante en un hotel. Él la descubrió y ambos terminaron presos. Otra increíble historia de las crónicas insólitas de Mendoza. Por Enrique Pfaab.
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¿Cómo aquello que comenzó con promesas de amor eterno puede terminar en un calabozo, con causas penales por lesiones calificadas y adulteración de documento, además de un divorcio en ciernes? ¿Cómo una pareja formal y de buen pasar puede transformarse en 10 minutos en dos personas con los dedos entintados?
El cabo Ponce, un viejo policía que era popular entre sus camaradas por haber cultivado amistad con varios encargados de restoranes que aportaban viandas para la tropa, observó que en la esquina de la calle Chile se detenía un colectivo de línea y por la puerta trasera bajaba una señora de unas tres décadas, de remera, jeans ajustados y llevando en su mano derecha un bolso de mimbre del que se asomaba un atado de apio y en el que se presumían otras verduras.
Los policías no pudieron evitar echarle el ojo a la bien dotada desconocida que, a paso firme, caminaba delante de ellos y parecía ir apurada a preparar alguna suculenta sopa. La idílica imagen no duró más de 30 segundos, hasta que la dama dobló la esquina y se metió en algún edificio cercano.
Había pasado una hora y media cuando en la avenida Mitre, y ya regresando a la comisaría, los policías volvieron a cruzar a la misma señora, con el mismo canasto y con el atado de apio ya un tanto marchito.
El cabo Ponce no resistió esta vez y le hizo un comentario a su compañero sobre la solidez física de la mujer, su partir ondulante y su bamboleo rítmico que parecía sugerir: “Para ti…, para vos…, para ninguno de los dos”.
Los policías, ya completado su servicio de recargo sin cobro de cupos como ocurre hoy en día, regresaron a la taquería y se fueron de franco hasta el día siguiente.
Apenas retomaron el servicio, el cabo y el oficial fueron mandados a una residencial de la zona que alquilaba habitaciones por horas para atender una riña ocurrida allí.
Cuando llegaron los policías reconocieron inmediatamente a la agraciada señora que, sentada en un banco de madera en la recepción, lloraba a moco tendido, con la mejilla derecha enrojecida como indudable consecuencia de un cachetazo. A su lado estaba un hombre.
Miraba al piso, se agarraba la cabeza con las dos manos y la sacudía de un lado a otro como para quitarse la angustia de una imagen. Parada detrás del mostrador estaba la recepcionista. Con una sonrisita nerviosa les avisaba a los uniformados que les esperaba un procedimiento incómodo.
La conserje les explicó a los policías que el día anterior, y como lo hacía con todas las parejas que ingresaban a la residencial, había procedido según la disposición oficial: les pedía los documentos de identidad, los anotaba en un libro de registro, los asentaba también en una planilla que unas dos veces por semana era entregada a la Sección Hoteles, de la división Investigaciones, y finalmente les daba las llaves de la habitación, reteniéndoles el DNI hasta que se retiraran del establecimiento.
El día anterior la recepcionista había olvidado devolverles los documentos a una pareja y, tratando de evitarles un trastorno, decidió buscar en la guía telefónica al dueño del DNI. Lo encontró y le avisó.
Del otro lado de la línea un hombre le había dicho que había denunciado como perdido ese documento hacía un par de semanas.
“Entonces apareció esta pareja a los 15 minutos y él le pegó a ella y la insultó”, contó la empleada.
Ya en la comisaría los policías pudieron desentrañar la historia. La mujer de las redondeces se había encontrado en el hotel con un amigo la mañana anterior. Debido a que era un hombre de cierto reconocimiento público el amante se negaba a entregar su DNI en cada encuentro y por ello la mujer había optado por hacer desaparecer el documento de su legítimo esposo, quitarle la foto y colocar la de su acompañante para poder satisfacer así a los recepcionistas indiscretos.
El cabo Ponce y el oficial D.R.G. debieron labrar dos actuaciones. Una por lesiones agravadas en contra del marido engañado y otra por adulteración de documento en contra de la pulposa dama.
Las dos horas siguientes que compartió la pareja dentro del calabozo fueron las últimas de su vida marital.