Analía Doña
Se tildó la máquina. Windows me preguntó si quería salir o esperar. Yo hice click en esperar pero no volvió a cobrar vida. La voy a tener que resetear.
Cuando la netbook comienza a realizar por sí misma una serie de eventos desafortunados, a actuar como si estuviese poseída y a apropiarse de nuestra paciencia; antes de colapsar es mejor respirar profundo y reiniciar. Quizás perdamos algo de información en el camino, quizás terminemos el trabajo un par de horas más tarde. Pero no importa, siempre es mejor cortar por lo sano en el momento justo y asumir que no se le pueden pedir peras al olmo. Si se encaprichó la compu, no hay nada ni nadie que la convenza de que un alfajor negro es más rico que un chocoarroz de dulce de leche.
Lo mismo pasa con este Independiente Rivadavia que no es el que compré y disfruté durante la primera parte de la temporada. No es el que me respondía con juego, inteligencia y corazón. No es el ordenadito en el fondo, el que comía talones en el medio, se hacía dueño de la pelota y llegaba con garra al ataque. Este Independiente Rivadavia perdió el norte, está desorientado, apurado, enojado. Está confundido en el fondo, mareado en el medio y falto de energías en ataque. Está largo, muy largo. Se tildó. Si lo fuerzo, si pierdo la paciencia y aprieto esc o enter sin cesar, no obtendré el resultado que busco. Es momento de resetear.
Es momento de parar la pelota, de abstraerse del entorno, de mirar para adentro y encontrar el yo interior, ese que le daba identidad, ese que contagió y entusiasmó a miles de hinchas que habían perdido la fe. Ese que se ganó un Bautista Gargantini repleto. Ese que en el segundo tiempo tenía que que pedir que aflojen con las bengalas por miedo a una suspensión. Ese que se abrazaba en el medio del campo mientras el coro alentaba.
Es momento de volver a la sencillez, esa que hacía que García y Parisi no hicieran firuletes en el borde de su área, esa que hacía que Agüero y Caballero atropellen todo lo que se les acercaba y la despejen sin ponerse colorados. Esa que hacía a Fernández figura y a Peralta un laborioso. Esa que hacía que la Lepra fuera un bloque compacto, que fuera una, que no se sienta el error individual del de al lado porque ahí estaba su compañero para suplirlo.
La forma de trabajo no cambió. La preparación física tampoco. Los jugadores son los mismos. Pero la cabeza, los rivales y la instancia sí cambiaron.
Hay poco tiempo y mucho por hacer. En cuatro días la Lepra recibirá a Independiente. Que el Gargantini va a explotar, que el Rojo es un grande, que Montenegro e Insúa son cracks, nada de eso importa. Independiente es un equipo más de la categoría que pelea por el ascenso y que viene de perder en la fecha pasada. Que tiene jugadores que la mueven y una defensa que flaquea... como cualquiera.
No descubro América si digo que si el Azul deja que el Rolfi, el Pocho y Pisano se junten como lo hicieron los volantes y delanteros de San Martín, más de un hincha sufrirá un paro. Por ahí pasará la clave. Si Independiente Rivadavia se tranquiliza, si vuelve a las fuentes, si los jugadores ponen la cabecita en blanco por unos días y se empapan de las palabras del cuerpo técnico, confío en que ese equipo que me cautivó en los meses finales del año pasado, volverá a sacarme una sonrisa.