Lucio A. Ortiz
En los Juegos Olímpicos de México de 1968, la ceremonia de entrega de medallas de la prueba de los 200 metros, se transformó en un acto de protesta que pasó a la historia. El ganador de la medalla de oro Tommie Smith, de EE.UU. junto con su compatriota John Carlos (medalla de bronce) agacharon la cabeza y levantaron un puño en alto con un guante negro mientras sonaba el himno de su país. La actitud fue el símbolo del movimiento del Black Power (Poder Negro) y en protesta por las tensiones raciales que se vivían en EE. UU. Peter Norman el australiano medalla de plata en la misma prueba los apoyó pegándose a la altura del corazón un adhesivo del Proyecto Olímpico por los Derechos Humanos. Este gesto provocó que fueran expulsados de sus respectivos equipos y tuvieran que abandonar la villa olímpica. Junto a su compatriota al volver a EEUU, fueron tratados como delincuentes y no encontraron trabajo durante muchos años.
Sus vidas cambiaron porque recibieron amenazas de muerte, cartas, llamadas y sus amigos desaparecieron. Smith tenía 11 récords del mundo, pero el único trabajo que encontró fue lavando coches en un estacionamiento. Y lo echaron porque su jefe dijo que no quería que nadie trabajara con él.
Su vida fue destruida como la de John Carlos y la de Peter Norman. La esposa de John Carlos se suicidó (fue ella quien compro los guantes negros), él se terminó divorciando.
Pero esa es la historia más conocida porque el periodista Riccardo Gazzaniga escribió una nota en donde describe la vida del atleta australiano. "Ese hombre blanco en la foto es, quizás, el tercer héroe de esa noche en 1968". Se llamaba Peter Norman, era un australiano que llegó a la final de los 200 metros. Llegó el momento de la final, y Norman corrió la carrera de su vida, mejorando su tiempo una vez más. Terminó en 20s06c, su mejor actuación, un récord australiano que sigue en pie hoy, 47 años después (en 2015). Terminó 2° detrás de Tommie Smith con nuevo récord mundial (19s83c).
Sin embargo, esa carrera nunca será tan memorable como la que siguió en la ceremonia de premiación.
Australia, era un país que tenía leyes estrictas de apartheid, casi tan estrictas como Sudáfrica. Hubo tensiones y protestas en las calles de Australia luego de fuertes restricciones a la inmigración no blanca y leyes discriminatorias contra los aborígenes, algunas de las cuales consistieron en adopciones forzadas de niños nativos a familias blancas.
En México los atletas de EE.UU. recibieron sus medallas descalzos, representando la pobreza que enfrentan las personas de color. Llevarían los famosos guantes negros, un símbolo de la causa de los Black Panthers. Pero antes de subir al podio se dieron cuenta de que solo tenían un par de guantes negros. "Uno cada uno", sugirió Norman. Smith y Carlos siguieron su consejo. Los norteamericanos fueron inmediatamente suspendidos de su equipo y expulsados de la Villa Olímpica.
Una vez en casa, los dos hombres más rápidos del mundo enfrentaron fuertes repercusiones y amenazas de muerte.
Pero el tiempo demostró que tenían razón y se convirtieron en campeones en la lucha por los derechos humanos. Con su imagen restaurada, colaboraron con el equipo estadounidense de atletismo, y una estatua de ellos fue erigida en la Universidad Estatal de San José.
Peter Norman está ausente de esta estatua. Su ausencia en el escalón del podio parece el epitafio de un héroe que nadie ha notado. Un atleta olvidado, borrado de la historia, incluso en Australia, de su propio país. Cuatro años después, en los Juegos Olímpicos de Munich 1972, Norman no formó parte del equipo australiano, a pesar de haber logrado los tiempos de clasificación. Su familia fue marginada y era imposible encontrar trabajo. Durante un tiempo trabajó como profesor de gimnasia, continuó luchando contra las desigualdades como sindicalista y ocasionalmente trabajaba en una carnicería. Una lesión causó que Norman contrajera gangrena, lo que causó problemas con la depresión y el alcoholismo. Nunca se arrepintió de su protesta.
Norman murió de un ataque al corazón en 2006, sin que su país se hubiera disculpado por su tratamiento. En su funeral, Tommie Smith y John Carlos, fueron sus portadores del féretro, llevándolo como un héroe. Sólo en 2012, el Parlamento australiano aprobó una moción para disculparse. Ya era muy tarde.