Sí, eso es lo que sentía antes de conocerlo personalmente, antes de esa primera cita que no se dio como esperaba pero que me enamoró y me alentó a darle una segunda oportunidad. No le tenía mucha fe pero me sorprendió. Me sorprendió Jorge Almirón. Me sorprendió su Godoy Cruz y me gustó. La primera vez que lo vi me di cuenta que tenía mucho para dar. Insisto, el encuentro no fue como lo soñé, la lluvia embarró la cena y las copas de vino cayeron sobre el mantel. Sin embargo, y a pesar de que tuvo dos pelotazos en contra, mostró detalles de caballerismo que me hicieron sonreir. A la semana volví a verlo y se robó mi corazón. Encaró desde el primer minuto, manejó los tiempos, los espacios e hizo de una noche lluviosa, un día de San Valentín perfecto. Godoy Cruz hizo propio el terreno, no había nada más en el ambiente. Jugó solo, todo lo demás no existió. Fue y vino como quiso y se plantó siempre de tres cuartos de cancha hacia adelante. No tuvo rival ese 14 de febrero. Se agrandó sabiendo que me estaba enamorando. A mí y a muchos. Me demostró que no mentía, que lo había prejuzgado solo por desconocimiento y que no me equivoqué al darle otra oportunidad. Puso cada pieza donde tenía que estar. Y como la perfección aburre y la timidez, en pocas cuotas, seduce, hasta las fallas a la hora de definir fueron perdonables. El 2 a 0 fue justo para una segunda cita. Justo para quedarme con ganas de volverlo a ver. Menos hubiese sido poco y más, demasiado, obvio. El tercer encuentro será en un lugar Monumental. No sé qué tiene preparado pero estoy ansiosa. Yo luciré mi mejor vestido. Espero que él nuevamente se vista de gala.
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Foto: Nicolás Galuya/UNO.