Independiente Rivadavia convivió la última temporada entre sueldos y egos altos, estrellas que chocaban en la estratósfera y jugadores que en la tierra no contagiaban ni la gripe. Hoy el presupuesto es otro y se extraña; la administración es diferente y se extraña. Sin embargo, ante la adversidad, la Lepra entendió que el amor propio es hermano de la humildad, que la humildad llama al compañerismo; el compañerismo al sacrificio; el sacrificio a los resultados y los resultados al dinero. Ese camino transitó Independiente para hoy andar con la frente en alto y disfrutar de un presente que hasta lo invita a soñar. Referentes jóvenes con historias personales que los hicieron madurar de repente, jugadores con hambre que descubrieron un mundo nuevo, chicos talentosos dueños de casa que no pasaban sin tocar el timbre y un entrenador que se animó a cambiar, que bajó el copete y se sacó el chaleco antibalas que lo caracterizaba. Una rara mezcla que seguramente se dio más por necesidad que por convicción, es la que hoy le termina dando identidad a la Lepra. Hoy Ayala es voz de mando, hoy García y Agüero son admirados. Hoy, los Parisi del Argentino A son figura y los Peralta y los Pérez se animaron a creérsela y andan regalando golazos por ahí. A veces es necesario parar la pelota y volver a las fuentes. Reconocer que no se puede vivir solo del amor pero que es el motor que nos mantiene vivos. Que el amor te hace crecer, te hace ser mejor, y hace que el otro crezca y sea mejor. Que once pueden más que uno y uno es necesario para que no haya diez. Con estos jugadores, contigo Lepra... pan y cebolla.
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