Inicio Más noticias
Juan XXIII y Francisco tienen en común un gran coraje y una bondad que los destaca de sus pares.

Dos pontífices y una periodista

Catherina Gibilaro

[email protected]

No pretendo al escribir esta nota hacer la historia de pontífices que pasaron por el trono de Pedro.

Apenas trabajé tres años como periodista en el Vaticano. Quiero solamente, con simplicidad, evocar hechos y personas en la óptica en la cual me aparecieron, muchas veces, distintos de como los imaginaba. No me gustan las comparaciones, hasta diría que las detesto, pero en todo ser humano esto es casi natural. Ayer, releyendo una carta de quien fuera el secretario privado de Juan XXIII, arzobispo Loris Francesco Capovilla, de 97 años, no pude menos que asociarme a él en un pensamiento único y comparativo.

Capovilla, el hombre de más confianza de Juan XXIII, el que conocía cada uno de sus pensamientos más recónditos, dijo: “Las similitudes entre el papa Francisco y el Papa bueno son lo suficientemente numerosas como para llevarme a decir en varias ocasiones: el papa Juan ha regresado”.

Realmente, estas palabras golpearon fuerte mi corazón, por una razón simplísima: amo profundamente a ese pontífice. No se puede hablar del pontificado de Juan XXIII sin recordar el Concilio Vaticano II, en 1962, que quedará como uno de los hechos relevantes, y no solamente para la Iglesia, sino para todo el mundo que siguió su desarrollo con un interés sin precedentes. Este llamado a la conciliación quedará, quizás, como el testimonio más grande de su coraje y de su infinita fe en la

Providencia divina. El mismo coraje también veo en Francisco.

Un Papa que revolucionó la Iglesia en apenas 4 meses de su pontificado. Coraje le sobra para hacer cirugía mayor en temas graves que atañen a la Santa Sede. Como lo sucedido recientemente con un obispo que quería contrabandear dinero para el IOR (Instituto Obras Religiosas), a quien le quitó todo su apoyo cuando lo arrestó la policía italiana.

También hay que tener presente su decisión irrevocable de combatir la pedofilia en la Iglesia ampliando las penas, la corrupción, y todo cuanto influya para que el credo cristiano no corriera el riesgo de extinguirse.

Con muestras claras de una decisión férrea –igual que Juan XIII– provocó cambios enormes que dejaron boquiabiertos a la curia italiana, tan difícil de controlar y que tantos dolores de cabeza le provocó, incluso, al papa Ratzinger(Benedicto XVI), a tal punto que lo obligaron a dimitir. Él también tuvo un coraje inmenso: el de dar un paso al costado como buen conocedor de sus limitaciones. Al papa Francisco nadie le tuerce el brazo. Su fuerza reside en sus convicciones y no dudo que es y será capaz de mover montañas, caiga quien caiga. Su alegría y su bondad no deben confundirse con debilidad: la fuerza puede muy bien estar acompañada de una sonrisa amplia, generosa, al igual que su bonhomía.

De esto tenemos sobradas muestras en poco tiempo, lo que me lleva a pensar, al igual que Capovilla: el Papa Juan XIII está aquí.