Está acusado de genocidio y de crímenes contra la humanidad, de haber jugado un papel activo en una repugnante operación de limpieza étnica que se saldó con la muerte de 4.338 personas, casi todos ellos niños discapacitados a su cargo.
Hablamos del sacerdote ruandés Jean Baptiste Rutihunza, de 63 años, sobre el que pesa una orden de arresto internacional para ser juzgado en su país de origen como uno de los máximos responsables de la matanza de Garabat.
Pero, hasta el momento, Rutihunza ha conseguido evitar tener que dar explicaciones ante un tribunal sobre los actos que se le atribuyen. El sacerdote al que se atribuye vive tranquilamente desde hace un par de años en el Vaticano, en la Casa Generalicia de los Hermanos de la Caridad, donde trabaja como operador en la centralita.
"Sí, soy el padre Jean Baptiste Rutihunza, ¿qué quiere?”, ha asegurado esta misma mañana en una llamada de teléfono realizada por ELMUNDO.es. "Lo único que le puedo decir es que soy inocente", ha añadido.
Exterminio tutsi
Los delitos que se le atribuyen al padre Rutihunza se remontan a 1994, cuando Ruanda fue escenario del sanguinario intento de exterminio de la población tutsi a manos de los hutus. El sacerdote, perteneciente a la etnia hutu, era entonces el máximo responsable del centro para niños discapacitados de los Hermanos de la Caridad en Gatara, al sur de Sudán, y que acogía a cientos de menores con problemas de movilidad.
Según el testimonio de decenas de testigos, cuando los milicianos y paramilitares hutus llegaron al centro de los Hermanos de la Caridad en Gatara empuñando machetes, el padre Jean Baptiste Rutihunza les facilitó el trabajo señalándoles los niños que según los documentos en su poder pertenecían a la etnia tutsi (no existe ningún rasgo racial ni lingüístico específico que diferencie a hutus y tutsis). Ese verano de 1994, 4.338 niños de ese centro fueron asesinados y enterrados en una fosa común.
Cuando el genocidio de Ruanda terminó y una comisión de expertos de la ONU comenzó a investigar aquellas matanzas, el nombre de Rutihunza enseguida salió a relucir. El sacerdote huyó entonces a la República Democrática del Congo y luego a Tanzania. En 1997 llegó a Roma. Pero los medios de comunicación lo desenmascaran, el Gobierno de Ruanda lo reclamó para sentarlo en el banquillo y Rutihunza huyó de nuevo, esta vez a Bélgica.
Pero desde hace un par de años el sacerdote se encuentra de nuevo en Roma. La Justicia italiana está ahora inmersa en pleno proceso para decidir su extradición a Ruanda.
Rutihanza, sobre el que pesa una orden de arresto internacional, no ha invocado que deban de ser las autoridades vaticanas las que decidan su suerte, ahorrando de ese modo a la Santa Sede el bochorno de tener que admitir que en su territorio se encuentra un sacerdote acusado de crímenes contra la humanidad.
Federico Lombardi, el portavoz de la Santa Sede, ha subrayado que el Vaticano nunca ha tomado ninguna iniciativa a favor de Jean Baptiste Rutihunza y que por tanto no le ha protegido, como algunos medios de comunicación han publicado.
"Soy inocente, las acusaciones que se me hacen no son ciertas. Lo que me quieren hacer en Ruanda es un proceso político", aseguraba esta mañana Rutihanza a ELMUNDO.es. "Y, por favor, si va a publicar algo sobre mi no deje de mandarme el artículo".