Qué mala noticia tener que decir adiós a Gato Barbieri, a quien no conocí personalmente. Sin duda, el músico argentino universal por excelencia, quizás con permiso de Lalo Schifrin. Si Lalo destacó primero en el jazz y principalmente en su muy interesante factura de bandas sonoras para cine y televisión, El Gato fue un emblema del saxo tenor en el mundo entero. Residente en Nueva York, grabó y tocó con la flor y nata del free jazz, pero sin perder un sonido propio y unas raíces americanas, que imprimió en ritmos, melodías, sentimiento y -también- en el nombre de las obras, que daban un aire inequívocamente argentino y sudamericano a una carrera muy difícil de empatar por artista alguno, y ya no de Argentina solamente.
Andaduras como las del Gato hoy son imposibles de imaginar. Tal y como están las cosas para los hacedores de discos, mermada la importancia de la creación y edición de álbumes, será muy complicado que alguien se proyecte desde un país lejano a los epicentros corrientes del jazz para instalarse como semejante vox propia y poder dar cuerpo a una discografía tan imponente. Una obra que incluye, lógicamente, la banda sonora de "El último tango en París" (1972), de Bertolucci, aquella melodía que acompaña un episodio histórico del cine, tanto por unos contenidos entonces atrevidos como por la vuelta a la pantalla dorada de Marlon Brando, brillando en París bajo dirección de un italiano; una imagen tridimensional que proyecta al arte de Barbieri hacia la conciencia universal.
Vivió 83 años. Considerando la trágica cosecha del año en curso, acompañamos la ausencia con temor por todos nosotros. La conjura de los necios y sus inventos digitales (fabricados por esclavos menores de edad) hace un imperdonable daño a la creación musical y hay que tragarla como si fueran milagros benditos. Una población zombi deambula mirando fijamente una pantalla que sustituye a los prácticos teléfonos portátiles del año pasado. Algunos están escuchando música, pero no es un sistema que promueva la composición de nuevas obras, más bien sirve para enterrar la tradición de la creación musical discográfica. Si existe una entidad divina, debe estar preguntándose para qué sirve la música entonces. Algunos celebran este apocalipsis portátil como si fuese la encarnación misma de la libertad alada. Pero ya no van a aparecer músicos milagrosos como Gato Barbieri, que encarnan los sueños cumplidos en forma de notas musicales y expresión humana, quizás la más genuina forma de soñar que tenemos, la materia que nos emparenta con los ángeles: La Música.
Adiós Gato Barbieri, deja usted un legado inmortal y el recuerdo de un sonido y una imagen propia: melena y sobrero de ala ancha, que le distinguen -también- como icono cool de la música. Fue, en sí mismo, una celebración de la música en una época que, también gracias a él, resultó dorada. Hoy es parte del cielo.