Fue entonces que, fuera de sí, la profesora elevó unos cuantos gritos al cielo y les dijo a sus alumnos del DAD (Departamento de Aplicación), un colegio secundario de la UNCuyo, una serie de verdades que le salieron ardiendo desde las entrañas. Como una Juana de Arco que no le teme a la hoguera, esas verdades no pasaron por ningún filtro de los que marcan las buenas costumbres y la corrección política.Diríamos, entonces, que Laura Cogni de Bru les dijo a sus alumnos todo eso que cualquier mortal se imagina que les diría cuando alguno de los docentes que todos tenemos en nuestras familias cuentan –con desesperación y al borde del llanto en las reuniones familiares– lo que les toca vivir en las aulas con tanto alumno presuntuoso y desbocado y con tanta degradación de la función docente, avalada por supervisores, subsecretarios y ministros que han hecho de la tarea educativa un infierno.
Todo afuera Las verdades de Laura Cogni se les estaban pudriendo adentro y las vomitó. Y quizás sin buscarlo, nos manchó a todos. Mancha que en realidad debe leerse como “nos alertó a todos”.¿Qué fue eso tan grave que les dijo? Les espetó que no estudian, que son maleducados con sus profesores, que son groseros, que no tienen límites, que se rascan a cuatro manos “las bolas” mientras la profesora se esmera por explicarles, y que no les interesa otra cosa en el mundo que su mismísimo ombligo.Y Twitter y su celular, claro, añado yo. Es decir, unos egoístas consumados.Todo lo contrario de lo que se podría presuponer de los adolescentes, a los que imaginamos solidarios, gauchos y jodones con sus compañeros y profes, alegres y sociables por naturaleza, por lo menos con su grupo de la misma edad.
¡La boquita, seño! La profesora les habló en el mismo idioma que hablan los alumnos del secundario. Le faltó decirles “culiado” y “pija” pero anduvo cerca.Ella trató de zamarrearlos verbalmente recordándoles que estaban a seis meses de terminar la secundaria (son de quinto año) y que con esa triste realidad que exhibían a diario en el aula no iban a llegar a ningún lado, y que por su mal comportamiento ella iba a hacer todo lo posible para que no aprobaran y no pudieran entrar a la universidad. Los voy a hacer cagar, les machacó.Si realmente queremos que algo cambie en materia de educación, deberíamos, de vez en cuando, hablarles en ese mismo idioma a los responsables del Gobierno de Mendoza y a los que integran eso que pomposamente llaman “el gobierno escolar” y que en realidad ha devenido desopilante “desgobierno escolar”
Más brújula, menos péndulo Siempre que el péndulo es llevado hacia un extremo, aparece, por lógica de la física, la necesidad de que el péndulo vuelva a cumplir su ciclo, es decir que vuelva hacia el otro lado.Por ejemplo, desde hace tiempo el péndulo de la educación pública en Mendoza y en el país no detiene su marcha hacia la desaparición de la autoridad escolar y hacia el exterminio de la excelencia educativa.Todo el empeño está puesto en que los niños y adolescentes no queden fuera del sistema, en contener.Eso es algo loable, pero no al punto de desconocer que el principal norte debe seguir siendo que los alumnos aprendan. Y que la educación que reciban sea de calidad. Y que los docentes actualicen sus conocimientos siguiendo las tendencias del mundo.Es decir que lo que necesitamos es más brújula y menos péndulo.
Epílogo tristón Por eso, a veces, muy de vez en cuando, es necesario que alguien pegue cuatro gritos para alertar.Sobre todo para poner sobre aviso a quienes se les ha confiado la conducción política. Esos son los que se tienen que avispar de que las cosas no están yendo por donde deberían ir en materia educativa. Con respecto a lo que decíamos del péndulo, es fundamental una buena ingeniería política y una adecuada reacción de la civilidad. Unos y otros deben evitar que la actividad pendular se desboque.Laura Cogni de Bru ha tenido la desgracia de convertirse en el emergente de un problema grave que radica en que la educación argentina ha endiosado a los alumnos, los ha llenado de derechos y les ha eliminado prácticamente todas las obligaciones.¿Resultados? Saltan a la vista: docentes que son apaleados o que explotan de ira ante la impotencia.