Andrés Gabrielli
Columnista de UNO
Es muy probable, dada la placidez con que enfrentó los micrófonos en estos días, que no haya sido consciente de lo que se le vino encima.
Fueron las siete plagas de Egipto, un aluvión de sucesos que determinó una de las peores semanas para el gobernador en su todavía exigua vida pública.
Comenzó el domingo la seguidilla, con la confirmación de una dura derrota en las urnas. Luego se hilvanaron negativos datos en torno al agua (crisis hídrica y rotura de un caño maestro), al insoportable paso a Chile, a la ocupación de terrenos y, entre otras cosas, a algunas muertes conmocionantes por inseguridad o accidente.
Fue mucho de todo en un corto lapso.
Francisco Pérez no se inmutó. Nada en su semblante, en su voz, y casi nada en su discurso, denotó, al salir a escena, una procesión que a lo mejor le estuviese yendo por dentro.
La necesidad de seguir vivo
Llama la atención tal actitud, porque Pérez no es un negacionista. No pertenece al coro hipnótico de los que repiten robóticamente “no hay inflación ni cepo ni inseguridad; no hay pobreza ni déficit energético”.
Suele ponerse la mano en el corazón y aceptar la realidad, como hizo en algún cacerolazo, siendo más comprensivo que el Gobierno nacional.
Esta vez, en cambio, su deslavada autocrítica pareció contagiarse del mensaje transmitido desde el vértice del poder político por el actual presidente, Amado Boudou, quien festejó con amplias sonrisas y ruidosa claque la caída electoral del domingo.
Dos explicaciones acuden para entender a Paco, el hombre emotivo y fiel.
Una, la necesidad de continuar asegurándole un ambiente aséptico a la Presidenta en pos de su rápida y completa curación. Nadie, entre los que la quieren bien, se animaría a contarle malas noticias. Mucho menos a aceptarlas como tal.
Otra explicación plausible es de índole invididual: que Pérez, en verdad, se haya convencido de que “aquí no ha pasado nada”. De que el mensaje del soberano, al votar, no fue dirigido a él.
Una natural reacción humana.
Philippe Claudel le hace decir a uno de sus personajes: “La verdad puede cortarte las manos y dejar tajos con los que no puedes seguir viviendo, y la mayoría de nosotros lo que queremos es vivir”.
Vivir, en política, significa llegar con el mayor aliento posible al final de cada mandato.
La verdad desnuda
Un par de novedades ayudaron al peronismo mendocino a sacarse el gusto a fósforo de la boca y a darse ínfulas: el fallo de la Corte sobre la Ley de Medios y la pronta visita de Daniel Scioli.
Con la primera, algunos lloraban y se abrazaban. Con la segunda, se frotaban las manos: el bonaerense llegó cual espíritu trascendente, como un remedo del Espíritu Santo.
Asegura vida después de la muerte.
Ambos hechos actuaron como sedante. Pero les nubló la vista sobre el fiero mensaje electoral.
La Ley de Medios, pese a ser una de las prioridades conceptuales de la Presidenta, no está en la agenda “de la gente”. Nadie por aquí votó el domingo con ese tema en la cabeza.
Y Scioli, pese a ser hoy el presidenciable mejor aspectado del oficialismo para el 2015, fue uno de los padres de la derrota.
Lo cual obliga a darse, otra vez, un baño de realidad. Y esto no lo aportaron los tecnócratas ni las encuestas de opinión o focus groups. Lo recibieron, cara a cara, los candidatos de parte de los vecinos en su recorrido por cada barrio, por cada rincón de la provincia.
“Lo que la gente nos reclamaba sistemáticamente en cada encuentro era más seguridad y mejores prestaciones de salud”, reconocen con amarga franqueza.
La verdad desnuda.
Al referirse a la negativa como un mecanismo psicótico, dice el filósofo Comte-Sponville: “El inconsciente no siempre se equivoca, pero lo real siempre tiene razón: negarlo es perderla”.
Cambiar de agenda y actitud
No hacía falta, tampoco, que los candidatos del PJ local recorrieran los pueblos para tomar nota de lo evidente. Está flotando en el aire.
El ciudadano vive acongojado por diversas circunstancias, muchas de ellas bajo responsabilidad nacional.
Por si hacía falta una constatación más grosera y cruel, la muerte accidental de dos jóvenes policías y los crímenes de un taxista en Las Heras y de una abuela en
Maipú cerraron el círculo con puño de hierro.
De todo esto tomó nota la conducción peronista local en sus reflexiones puertas adentro. Sus referentes le trasladaron las inquietudes al gobernador.
“Paco, tenemos que dar alguna señal. Comunicar alguna voluntad de cambio, aunque no sea de nombres, pero sí de rumbo y de actitud. Hay que salir de la siesta y ponerles más intensidad a algunas áreas, como educación. Debemos renovar nuestra matriz productiva. Eso incluye abordar con seriedad la cuestión minera”.
Fue, grosso modo, parte del mensaje.
No deja de ser un alivio para Pérez llevarse a China, en su maletín de viaje, cuestiones de la agenda dura de los mendocinos. Lo ayudarán a focalizarse en lo central en vez de lo accesorio.
La crisis hídrica obliga a tomar medidas valientes, de fondo, revolucionarias, sobre la administración del agua. Los ductos de AYSAM que explotan obligan a repensar las prioridades de inversión del dinero público. La infernal agresión a los viajeros demorados en la Aduana obliga a cortar por lo sano en la cuestión binacional. Etcétera.
Honrar el “Espíritu grande”
Pérez no debe perder el impulso y el vuelo que le da su eslogan Espíritu grande.
En su reciente libro Historias de la historia argentina, Miguel Ángel de Marco transcribe el emocionado testimonio del vicecónsul de España don Joaquín Fillol en ocasión del trágico terremoto de marzo de 1861, que hizo desaparecer la ciudad: “Fue Mendoza la vanguardia de la civilización argentina y una de las ciudades más lindas, industriosas y hospitalarias de la Confederación, reuniendo sus hijos inteligencia y laboriosidad”.
El espíritu grande estaba acrisolado dos siglos atrás.
Nada autoriza a bajar los brazos, entonces.
Tres cuartas partes de los mendocinos se los recordó al gobernador y a su equipo. Dos veces, por si hacía falta: en agosto y el domingo último.
La ventaja de Pérez es que ya pasó por esto, en el 2009, siendo ministro de Jaque.
La política da revancha.
En tanto y en cuanto entienda que “lo real siempre tiene razón”.