Carlos Hernández
Columnista de UNO
Se sabía de antemano que este año sería difícil desde el punto de vista económico. En el sistema globalizado nadie puede quedar exento, en mayor o menor medida, de la crisis que azota a Europa con pronóstico de agravarse por las recetas de ajuste aplicadas.
Argentina no llegaba del todo bien al último trimestre del 2011 y las finanzas del Estado ponían una luz de alerta a la gestión renovada de Cristina Fernández. La Presidenta, advertida sobre el estado de las cuentas públicas y el escenario internacional, comunicaba un tijeretazo a los subsidios que en los tiempos de prosperidad habían sido un instrumento de política económica. Así anunciaba el comienzo de la sintonía fina y avanzaba en medidas como los controles cambiarios.
De una u otra forma, todos entendimos que tendríamos que hacer sacrificios para mantener al país por un camino estable y, aunque moderadamente, por la senda del crecimiento.
El primer impacto negativo fue tomar conciencia de que los subsidios se venían aplicando a lo bruto también a segmentos con alto poder adquisitivo y que en algunos sectores se los otorgaba sin controles ni exigencias. La tragedia de Once puso a la vista la discrecionalidad con que se administran los fondos estatales, sin ofrecer a cambio un servicio acorde y alentando sospechas de corrupción.
La estrella de Cristina, a poco de haber alcanzado el significativo 54%, comienza a ofrecer puntos sombríos. Es cierto que la guerra sin cuartel con el influyente Grupo Clarín va dejando heridas, pero al mismo tiempo el propio Gobierno no para de ofrecer flancos débiles. Los costos que importan recaen sobre el poder concentrado de la gestión presidencial, ya sea por la disputa con Mauricio Macri o por la confrontación con Hugo Moyano.
Las desprolijidades de Guillermo Moreno sobre las restricciones a las importaciones en aras de una noble protección a la producción e industria nacional no hacen más que generar malestar en los consumidores e inconvenientes a los sectores productivos. Las medidas sobre YPF, aunque a la postre resultaran beneficiosas para el país, por ahora sólo ofrecen incertidumbre ante versiones y trascendidos que se imponen por sobre anuncios certeros.
El caso que tiene contra las cuerdas nada menos que al vicepresidente de la Nación, a priori, exhibe elementos que manchan la fórmula que armó Cristina. Amado Boudou, hombre cercano a dirigentes de nuestra provincia, como el gobernador Francisco Pérez, parece ser un blanco vulnerable para Héctor Magneto –CEO de Clarín– y sus aliados. Todos estos son insumos propicios para la prensa y sectores opositores que esgrimen estrategias variadas con tal de azuzar visiones apocalípticas.
Es evidente que existe una apreciable distancia entre lo que esperábamos del 2012 y lo que estamos transitando, pero el país no está al borde del abismo. De todos modos, ya es hora de que Cristina empiece a dar señales de que tiene claro el diagnóstico y que es capaz de actuar en consecuencia.
Los sondeos están mostrando descontento en el humor social. Ojalá Cristina esté tomando nota.