Javier Martín
En estos días en San Rafael y en Mendoza en general casi no se habla de otra cosa. La seguridad está en boca de todos. Ojalá eso sirviera para que esté en la preocupación de quienes tienen en sus manos mejorar este tema, pero el optimismo se cotiza caro.
La renuncia de un subcomisario en Malargüe supuestamente por estar cansado de la falta de recursos con que cuenta la Policía elevó el tono del debate que por estos días tuvo y tiene a lugares como San Rafael y Malargüe entre marchas para pedir más seguridad.
Aunque casi nadie lo diga en público lo cierto es que los jefes policiales vienen remando contra los problemas de recursos y más cierto es que algunos, por lo bajo, claro, auguran un futuro cercano o de mediano plazo de mal en peor. Quienes se han retirado ya murmuran que fue en un momento justo, lo que viene será peor. Es que son ellos los que reciben las quejas de los ciudadanos y las exigencias de los superiores por resultados. Pero ¿con qué elementos?
Los recursos no aparecen y, ejemplo, los móviles policiales cada vez están peor y los pocos que llegan no alcanzan a suplir esas falencias.
¿Será que el Estado se ha convertido en un monstruo tan grande que no alcanza a autoalimentarse? ¿Consecuencias de la fiesta de ingreso de empleados de todos estos años (de muchos años no solo los recientes)? A lo mejor ya no sabemos de dónde sacar la “comida” para tanto alimento que necesita el monstruo.
Lo cierto, y para no irme de tema, es que la famosa "sensación de inseguridad" es ya una sensación generalizada en San Rafael. También es verdad que la mayoría de los sanrafaelinos siguen sentados en esa cómoda silla en la que piensan que el problema está pero mejor que salgan otros a quejarse. Esta semana hubo una nueva muestra de ello con la marcha en que sólo entre doscientos y trescientos ciudadanos se manifestaron contra la inseguridad. Como decía el locutor Pipa Salvo en la antigua 95.7, "la caretísima ciudad de San Rafael", volvió a mostrar su rostro.