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Al cumplirse un centenario de la sanción de la ley que dispuso el sufragio universal, secreto y obligatorio aún quedan reformas electorales pendientes.

La lucha por el voto sigue vigente

Carlos Hernández

Columnista de UNO

La sanción de la ley que en 1912 consagró el voto universal, secreto y obligatorio, durante la presidencia de Roque Sáenz Peña, colocó a la Argentina en el concierto de las naciones que rendían honor a la democracia con el reconocimiento del derecho cívico a sus ciudadanos. Fue una conquista que llegaba luego de varios años de lucha de los sectores políticos que pugnaban por la dignificación de la soberanía popular en un país pujante, pero con una gran deuda social.

En 1904, a escasos años de cumplirse el centenario de la Revolución de Mayo, una encuesta realizada por el Gobierno daba cuenta de los niveles crecientes de pauperización de la población, compuesta en gran medida por inmigrantes, lo que mostraba la desigualdad en la distribución de la riqueza de entonces.

El proceso modernizante que había arrancado con la Generación del ’80 no contemplaría la denominada “cuestión social”, y la corrupción electoral hasta la sanción de la “Ley Sáenz Peña” no daba oportunidades para generar el cambio que se venía reclamando. Es que imperaba el voto “cantado”, bajo la presión patoteril y clientelar.

Nuestro rol como país agro-exportador venía generando ganancias extraordinarias, aunque excluía de los beneficios a la clase trabajadora en un contexto internacional cambiante y complejo. La sanción de la ley electoral vendría a aventar la presión política interna que desembocaría en 1916 en la elección presidencial del caudillo radical Hipólito Yrigoyen, precisamente quien más había luchado por el voto universal, ya desde 1890 con la “Revolución del Parque” que encabezara su tío, Leandro N. Alem.

Los argentinos tuvieron que soportar años de lucha contra el “fraude patriótico” a la caída de Yrigoyen, hasta que en el primer gobierno de Perón, por el impulso indiscutible de Eva, la mujer lograba el derecho al voto mediante la ley sancionada en 1947. Culminaba así una etapa caracterizada por la conquista del voto femenino, que había tenido valientes luchadoras por los derechos de género en precursoras como Alicia Moreau.

En estos tiempos, como resultado de la última reforma electoral, vivimos la experiencia de las elecciones Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) para elegir a los postulantes a cargos nacionales. La intención era que los ciudadanos tuviéramos la oportunidad de participar en la vida interna de los partidos, aunque la mayoría de las agrupaciones ya había “cocinado” entre unos pocos quiénes serían sus candidatos únicos. Ha sido una experiencia que merece ser mejorada y proyectada a Mendoza para propiciar la participación ciudadana y, pese a que algunos no lo vean así, para fortalecer a los partidos políticos.

Todo sistema es perfectible, pero ya es tiempo de someter a discusión una reforma provincial, recogiendo experiencias positivas como la boleta única o el voto electrónico, que considere la representación de los departamentos y, por qué no, la posibilidad de desdoblar los comicios locales.

Eso sí: lejos del calendario electoral, pensando sin especulaciones mezquinas, sino alentados por el progreso institucional que inspiró a los verdaderos líderes de antaño.